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2021: El año de la Salud Mental

Por Eduardo Pino Viernes 8 de Enero del 2021

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No cabe duda que en 2020 será recordado como el año del Covid-19, de las cuarentenas, de las restricciones y una nueva forma de relacionarnos, donde el distanciamiento físico pareciera mitigar el temor al contagio, aunque la desconfianza hacia el prójimo y su estado de salud parece ya ser parte de nuestra percepción.

Si las proyecciones de los expertos resultan acertadas, a pesar del escepticismo cada vez más creciente, durante 2021 la vacunación debiese ir ayudando a superar las dificultades vivenciadas el año pasado, a un ritmo que si bien no permitirá la masividad en el primer tiempo, irá posibilitando pronósticos más optimistas de volver a saborear parte de la normalidad que hace un año atrás valorábamos escasamente. Segundas y terceras olas parecen ser embates inevitables y dolorosos, pero hay optimismo que pasarán en algún momento.

Pero los estragos observados en la temática de salud mental a nivel global parecen no tener un correlato tan claro respecto a su proyección, pues aunque no nos sorprenda que sigan siendo los “parientes pobres y postergados” de la salud en general, la pandemia vino a darnos clarinadas de alerta importantes acerca de cómo las condiciones actuales de vida propician una mayor inestabilidad en esta área.

La incertidumbre ante un escenario cada vez más complejo, además del encierro prolongado ha agotado a prácticamente todo el mundo, tantos los que se sienten sometidos a este nuevo régimen como aquellos que deben asumir la responsabilidad de asumir su autoridad y control. La desconfianza parece ser el primer filtro con que se evalúa, muchas veces de manera superficial e ilógica y con un marcado énfasis en lo visceral, una realidad que parece no logramos asimilar aún  y nos está costando más de la cuenta seguir proyectando.  En diferentes partes del mundo las investigaciones muestran un aumento significativo de trastornos psicológicos de diversa consideración, entre los que destacan los referidos a la ansiedad y estados anímicos. Tanto en trabajadores como en estudiantes, la adaptación a nuevas prácticas de productividad parecen haber logrado una rutinización funcional para sacar adelante las tareas, pero no logran convencer satisfactoriamente un funcionamiento más integral.  Si bien es cierto que el trabajo y la educación a distancia llegaron para quedarse y transformar las dinámicas, el adoptarlas de manera completa y por periodos prolongados renunciando al funcionamiento presencial que hoy nos parece muy lejano temporalmente, inevitablemente ofrecerá una fuerte resistencia que va desde el acostumbramiento a los hábitos hasta la necesidad genuina de contacto directo con nuestro medio social. Esto se ha evidenciado con mayor fuerza en niños y adolescentes, cuyas rutinas escolares que antes los llenaban de “lata”, hoy son más añoradas que nunca.

Todo esto en un marco de sedentarismo, dificultades en la alimentación y el sueño, agotamiento físico y mental, entre otros. El desequilibrio emocional es algo que lleva espontánea e irresponsablemente a la automedicación o simplemente a no hacerse cargo de este funcionamiento desadaptativo, distorsionando el concepto de bienestar y evaluando como “normal” lo que resulta nocivo, ya sea por indiferencia o por la decisión que hay otras prioridades más urgentes de las que ocuparse.

Es por esto y otras variables que muchos expertos piensan que aunque el virus lentamente emprenderá su retirada, las consecuencias en la salud mental de las personas se seguirán presentando en forma prolongada, como lo hemos visto desde hace un tiempo. Una invitación a informarse, sensibilizarse y ocuparse en uno de los tantos desafíos que este nuevo año nos depara.