Algunos recuerdos del “Barrio Prat” (2ª parte).
Siempre nos ha parecido que el “Barrio Prat” es un mundo aparte, autosuficiente como ningún otro barrio de la ciudad. En la década de 1960 que fue cuando empezamos a conocerlo, junto a los negocios que mencionamos en la crónica del pasado domingo, había una amplia oferta de diversos oficios y servicios. Por ejemplo, en peluquerías para varones teníamos a Abel Vargas en la esquina sur poniente de Angamos y General del Canto, que luego se transformaría en la Peluquería “Gallardo”; hablamos de los tiempos de las máquinas manuales, esas que tiraban el pelo, no existían o no se usaban aun las eléctricas. En cuanto a las damas, el “santo y seña”, como en todos los barrios, era la típica fotografía publicitaria de revista pegada en las ventanas, que mostraba a una mujer con un peinado de maravilla. Hubo muchas peluquerías femeninas en el sector, entre las más afamadas la de “Chila” Ampuero y “La Letty”. Ahí las muchachas iban a hacerse “la toca” o “la permanente” (según quisieran alisarse o encresparse el pelo). Eran jornadas verdaderamente heroicas; el proceso de “la toca” incluía tirabuzones con papel de diario y género y “la permanente” se hacía con los ondulines de plástico. En ambos casos, la etapa final consideraba el paso por esos temibles secadores de pie, una suerte de escafandra en la cual las féminas introducían la cabeza y les garantizaba una jaqueca segura.
Asimismo, estaban las reparadoras de calzado, modistas (Kathy Rowland y la Carmela, por ejemplo), florerías, curtiembres, las personas que hacían prietas, fábricas de cecinas, los talleres mecánicos, considerando al primer taller de la Mercedes Benz, en la segunda cuadra de General del Canto, cuando Cecil Rasmussen era el representante de la firma en la zona. Rasmussen, además, fue alcalde e intendente, ámbitos en los cuales destacó por su brillante gestión y vocación de servicio, que también puso a disposición del barrio. Una población de nuestra ciudad lleva su nombre.
En cuanto a las mueblerías, hubo varias, pero quien destacaba en esta materia y en el negocio de las maderas fue Alberto Estefó, quien tenía su barraca en la tercera cuadra de General del Canto, con mueblería, fábrica de puertas y ventanas, de muebles metálicos, de los primeros muebles de madera cristalizada y además producía bloques, tubos y soleras. Fueron muchos los rubros que explotó. Uno de ellos y del cual, al parecer, no hay muchos registros y recuerdos es el de las golosinas. En una propiedad contigua a su barraca instaló una confitería (“Betín”), en la cual vendía confites y chocolates importados, y productos de su propia Fábrica de Caramelos. Estefó fue un gran benefactor anónimo, colaboraba permanentemente con instituciones y con quien lo necesitara. Si se enteraba de un incendio, por iniciativa propia enviaba materiales para la reconstrucción. Fue fundador de la Séptima Compañía de Bomberos, cercano a la Parroquia Cristo Obrero y muy amigo del Padre Evaristo Passone, a quien recuerdo bailando Rock and Roll en las fiestas familiares. Tuvo su propio Club Deportivo que llevaba su nombre y participaba en las competencias futbolísticas en las canchas que estaban a la altura de la calle Covadonga. Estefó era mi tío (el “Tío Beto”) estaba casado con mi tía Yolanda Agüero.
El barrio también tuvo su fábrica de muebles metálicos, la primera de la ciudad: Metalúrgica HEMA de Hechenleitner en el Pasaje Iquique y una vidriería, la de Nazor en calle Serrano, al mismo tiempo que la Herrería de José Quezada en el Pasaje Ancud.
En el área de la salud estaban los “practicantes”, una suerte de médico de familia. Su labor iba desde la colocación de inyecciones hasta la sugerencia de diagnósticos y tratamientos. Entre los más recordados está Antonio Bustamante y en la generación de recambio la Sra. Celmira Paredes (mamá de mi primo Manuel Castañeda). También hubo una señora “Componedora de huesos” y, como en todos los barrios, quienes sacaban la suerte, quebraban el empacho y prestamistas.
Esta autosuficiencia se daba también a nivel de los hogares. Como la mayoría de las casas estaban emplazadas en sitios de 50 mts. de fondo, era común que tuvieran quinta, gallinero e incluso espacios para criar chanchos y conejos, además de carbonera y leñera, en este último caso, el proceso comenzaba con la llegada de los rajones, luego venía el corte de éstos con una máquina (había personas que ofrecían este servicio con cortadoras portátiles) transformándolos en tacos, los que posteriormente eran picados con hacha. El reparto de estos insumos se hacía en camiones, al menos así lo recuerdo, como también alcancé a conocer los carretones tirados por caballo que distribuían la leche y el pan.
Continuará…