Juventud, divino tesoro
En las Primarias del domingo pasado, ambos pactos buscaban definir su abanderado para las próximas elecciones presidenciales de noviembre, y triunfaron los candidatos más jóvenes: Gabriel Boric (35 años), y Sebastián Sichel (43 años), marcando un recambio generacional en el mundo de la política, el cual -a veces- pareciera estar dominado por los partidos tradicionales y sus gerontocracias (= gobierno de los ancianos); pero, los resultados de las primarias han dicho otra cosa.
La política tradicional se ha preocupado poco de los jóvenes y del necesario recambio generacional. Tengo a mano lo que fueron los resultados de la 3ª Encuesta Nacional sobre la Juventud, realizada por el Instituto Nacional de la Juventud en el año 2001. Allí, el 77,9% de los jóvenes encuestados decía que los políticos se preocupan poco de los jóvenes, y el 84,3% señalaba que los partidos políticos no representaban sus inquietudes. Pasaron veinte años y todo siguió igual; ahora, los resultados de las primarias ponen a candidatos jóvenes como los principales constructores del futuro del país.
Esto sucede, por cierto, sin desconocer el aporte que realizan tantas personas mayores; sin embargo, a partir de estos hechos podemos entrar en una reflexión más amplia, como es que en el mundo de los adultos es frecuente mirar a los jóvenes con sospecha y abundar en una serie de lamentaciones sobre ellos y sus modos de vida. Esta mala imagen de la juventud no es nada nuevo, es una constante cíclica de la historia que manifiesta una gigantesca brecha generacional y los prejuicios de los adultos que no comprenden lo que viven los jóvenes y piensan que son mejores que ellos y, por supuesto, dicen que “cuando nosotros éramos jóvenes sabíamos comportarnos y comprometernos en las cosas importantes”.
Ponga atención a las siguientes frases, porque seguramente muchas veces ha escuchado, ha pensado o ha dicho cosas similares: “No tengo ninguna esperanza en el porvenir de nuestro país si la juventud de hoy toma el mando mañana, porque esta juventud es insoportable, sin moderación, simplemente terrible”; y aquí va otra similar: “La juventud de hoy gusta consumir cosas lujosas. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, conversan en lugar de trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran a una sala. Contradicen a sus padres, devoran los postres en la mesa, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros”. ¿Le suenan conocidas esas frases u otras similares?, ¿no las ha escuchado, pensado o dicho en estos días?
Resulta que la primera frase pertenece a Hesíodo, un gran poeta griego de hace unos 2.700 años, y la segunda frase se atribuye a Sócrates, filósofo griego de hace 2.500 años, aunque es muy poco probable -según muchos estudiosos socráticos- que la haya pronunciado, pero aun así expresa las recurrentes críticas de los adultos a “los jóvenes de hoy”, las que se repiten a lo largo de la historia.
Todavía muchos adultos piensan que a los jóvenes no les interesa el futuro del país, que son tan superficiales e irresponsables que dejan de lado cualquier causa social; pero, de nuevo, los hechos dicen lo contrario, pues según datos del Servel, en el plebiscito de octubre de 2020, el grupo etario con más alta votación fue el de los ciudadanos entre los 18 y los 34 años, y fue más alta la votación de las mujeres que de los varones de esas edades.
Si fuera cierto lo que tantos adultos dicen de los jóvenes y de su pérdida de valores, si los jóvenes fuesen cada vez más superficiales, más irrespetuosos, o más irresponsables, por citar algunos de los defectos que se les suelen atribuir, la juventud -y con ella toda la sociedad- se habría degradado hasta un caos terrorífico. Por eso, algo falla en esas valoraciones tan negativas sobre los jóvenes.
La mala imagen que muchos adultos tienen de los jóvenes proviene de sus propios prejuicios, de su incapacidad para intentar comprender lo que viven los jóvenes, y del hecho que los adultos proyectan sus características actuales hacia el pasado, pensando erróneamente que cuando eran jóvenes tenían las mismas virtudes o cualidades que tienen ahora, sin darse cuenta que ellos mismos no son actualmente como eran hace veinte, treinta o cuarenta años.
La historia, que es maestra de la vida, nos muestra que la sociedad vive en una permanente evolución, la cual toca todas las dimensiones de la vida familiar, social, política, religiosa, etc., y nunca ha sido fácil asumir los nuevos contextos y sus modos de ver y hacer las cosas. Los jóvenes de hoy, son una generación que, por cierto, no es perfecta -como ninguna generación lo ha sido-, pero son la fuerza de un cambio que la sociedad necesita. Un aspecto muy importante de ese cambio es la construcción de una nueva convivencia intergeneracional que permita asumir los cambios y construir juntos -con la fuerza transformadora de los jóvenes y la experiencia de los mayores- una sociedad renovada.