Napoleón y Josefina…
Quien te quiere, te aporrea dice un viejo refrán…y algo de verdad encierra ello.
Lo cierto es que a Josefina se le “vinieron abajo los aviones”, es decir, sus anhelos de ser emperatriz de Francia el día 15 de diciembre de 1809, cuando Napoleón optó por enfrentar al Consejo de Familia francés y, con todo el dolor de su corazón, comunicó su divorcio.
Así era este chicoco cascarrabias, muy cachazudo y entaquillado para sus cosas.
Y todo indica que Napoleón lo sentía de veras, ya que no había amado ni amaba a otra mujer, pero prevaleció la necesidad de contar con un heredero, cosa que Josefina no le podía dar. “Doña Josefa” estaba pasadita en años para ser madre. Lo que no deja de ser un misterio es quién diablos le dijo a Napoleón que Francia necesitaba un heredero suyo. No era necesario.
Es cierto que el matrimonio pasó por altibajos, pero ¿qué matrimonio escapa a este destino?
Además, don Napo tenía muy clarito eso de que el matrimonio es la única guerra en que los enemigos duermen juntos. Y de guerras, combates y batallas, don Napo sabía mucho.
En estas crisis matrimoniales, muchas veces la culpa fue del propio Napoleón, y otras tantas de la dicharachera Josefina.
Este matrimonio no empezó muy bien que digamos, ya que Napoleón impuso una luna de miel de sólo dos días y sus respectivas dos noches, con el pretexto del trabajo. Le dijo a Josefina:
– “Paciencia, querida. Ya haremos el amor cuando hayamos ganado la guerra”.
Y se largó a pelear por Europa.
¿Qué hizo Josefina entonces? Bueno, buscarse algunos entretenimientos y entrar en aventuras con otros caballeros, además de derrochar el dinero como si fuese a pasar de moda, preparar fiestas, mandar a hacerse vestidos y comprar joyas.
El hecho es que el matrimonio se lo pasó discutiendo casi catorce años por las infidelidades y los despilfarros de ella…y las continuas ausencias de él.
Lo que no se discute es que realmente se quisieron. Y bastante. Lo penoso es que cuando el matrimonio atravesaba su mejor momento, asomó sus garras el maldito divorcio.
Mucho tuvo que ver en esto la familia Bonaparte, que jamás pudo tragar a Josefina, incluso, desde el mismo instante de la boda, y no perdió oportunidad de torpedear la relación.
El subterfugio perfecto para meter el dedo en el ojo la encontraron los Bonaparte en el ansiado heredero que no llegaba. De este modo, le hicieron ver a Napoleón que el interés de Francia y la continuidad del imperio no estaban en el vientre de Josefina.
Eran muy intrigantes las hermanas de don Napo…
Entonces, las hermanas del Emperador de Francia hicieron gala de su “mala leche” y sordidez.
El día de su coronación como emperatriz, ellas auxiliaron a Josefina llevando los 25 metros del manto que arrastraba. Sin embargo, lo soltaron en mitad de las escaleras hacia el altar para que perdiera el equilibrio y hacerla caer en medio de tan solemne acto.
Josefina aguantó como pudo, pero ya estaba clarísimo que se la tenían jurada.