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Debate Político: ¿el Chile que viene?

Por Eduardo Pino Viernes 15 de Octubre del 2021

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¿Tuvo la oportunidad de ver el debate presidencial comenzando la semana? Varias personas lo han calificado como mucho más “entretenido y sabroso” que otros anteriores, ya que la interacción entre candidatos permitió salir del maqueteado y predecible formato que tantas veces hemos visto, donde se privilegiaba proteger a los participantes más que enfrentarles entre sí, en un contexto de posturas donde convergían muchas de sus ideas y escaseaban posiciones radicales o muy distintas. Pero los tiempos han cambiado y la confrontación directa parece ser el sello que se busca, lo que resulta enriquecedor cuando se contraponen puntos de vista distintos referidos a solucionar problemas, abordar situaciones pendientes que irán en beneficio del país o proponer estrategias claras y argumentadas para promover oportunidades y satisfacer las necesidades de las personas. Si se busca comparar programas de desarrollo y contrastar sus fundamentos al consultarles a sus defensores cómo los llevarán a la factibilidad, el debate de confrontación se vuelve un valioso ejercicio que permite a la audiencia aprender de temáticas que le atañen directamente, por más que las perciba de manera lejana. Cuando se estimulan espacios para la práctica de esta dinámica, por ejemplo en los escolares, se permite el desarrollo del razonamiento crítico y el control emocional ante la ansiedad y la frustración, se estimula la optimización en la preparación de propuestas con sólidas bases argumentativas, además de facilitar la adopción de opiniones que se basen en una evaluación de la factibilidad y uso funcional de lo observado según los objetivos que se proponen. ¿Fuimos testigos de esto el lunes hasta bien entrada la noche?

Actualmente la dinámica de los debates parece estar alineada con una confrontación donde el privilegio no se encuentra en fortalecer las propias propuestas, si no recalcar las debilidades del adversario, identificando que aunque todos compiten, sólo algunos estarán en la mira. Y si bien se habla de futuro, el marcado énfasis retrospectivo ostenta un protagonismo que la mayor parte del tiempo pugna por ocupar el centro del escenario y mandar a bambalinas la necesaria proyección de estas propuestas, que a final de cuentas es la que más interesa cuando la incertidumbre parece ser el sello de nuestros tiempos. Este funcionamiento, impregnado por claves emocionales principalmente, provoca la evaluación parcial y sesgada de los incondicionales seguidores de uno u otro candidato, regocijados cuando su representante asesta (o cree asestar) un golpe bajo la línea de flotación del adversario de turno; lo que contrasta con el escaso valor adjudicado a las acciones que evidencian un fenómeno adverso. Pero aquellos que no se declaran forofos de ningún candidato, que aún creen en este tipo de ejercicios como un escenario informativo que les ayude a clarificar su voto, más que en una arena de gladiadores que les estimule la adrenalina; para este tipo de espectadores más racionales y menos emotivos que buscan un reencantamiento con la política e ilusionarse que las promesas y probidad tan profusamente prometidas ahora sí podrían llegar a concretizarse, definitivamente el panorama no les resulta muy auspicioso. 

Paraísos fiscales, terrenos, aviones, destituciones, lobby y varias otras cicatrices se irán descubriendo y refrescando a medida que se siga acercando noviembre, para darnos cuenta que nadie parece salvarse del “tejado de vidrio” de su propia historia política que lo(a) llevó a estar donde se encuentra.  Si bien es necesario y conveniente que la verdad se sepa,  preocupa cuando buscar las debilidades del otro es más importante que ser consistente y fortalecer la autonomía de la posición propia. Preocupa escuchar perspectivas carentes de estrategias claras en lo económico, limitadas en la necesaria comunicación o inclusión de diversos sectores o evaluaciones inconsistentes en lo valórico dependiendo si conviene o no a la causa que se defiende. Es el gran momento para liderazgos fuertes, que busquen equilibrios necesarios y colaboración de las partes, resistiendo radicalismos que fomentan polarizaciones cuyo fin es sólo obtener el poder. Ese es el gran desafío, que en tiempos complejos donde los extremos se vuelven más visibles, el equilibrio de la integración, el diálogo, la cautela y la confianza se vuelva fuertes, por más complejo que parezca.

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