El tiempo de la ira y el elogio de la mansedumbre
Mañana se cumplen dos años del inicio del gran estallido social que convulsionó al país de un modo que, para muchos, era imposible de imaginar. Desde entonces muchas cosas han pasado, incluida la pandemia que seguimos padeciendo, el inicio del proceso de elaboración de la nueva constitución, el actual proceso electoral y la creciente polarización de la sociedad. Igualmente, son muchos los análisis que se han hecho acerca de las causas y consecuencias de lo que hemos vivido y lo que estamos viviendo.
No pretendo hacer un análisis de este proceso, los que corresponden a quienes tienen la formación y capacidad de realizarlos adecuadamente, sino que quiero invitar a reflexionar acerca de que pareciera que nos vamos acostumbrando a vivir en una sociedad violenta, llena de frustraciones y plagada de agresividades de todo tipo, inundada de temores y de una creciente desconfianza en todo y en todos.
Una violencia que no comenzó con la explosión de rabia del estallido social, sino que venía incubándose en la larga lista de frustraciones de buena parte de la población ante la sensación de injusticia crónica y con la frustración que trae la impunidad de los poderosos, alimentada por el descrédito de todas las instituciones, por la distancia y la indolencia de la mayoría de los políticos ante los problemas reales de la gente, y una larga lista de otros factores.
Las expresiones de la agresividad y violencia nos circundan por todos lados, en la vida familiar, en los diversos ambientes laborales, en los debates políticos y sociales, en las calles y en los barrios llenos de vecinos atemorizados, y todo esto potenciado por la delincuencia y el narcotráfico que actúan a sus anchas. Pareciera que el viejo adagio latino “homo hominis lupus” (“el hombre es un lobo para el hombre”) se está verificando de modo brutal entre nosotros.
A nadie le gusta vivir así, rodeado de violencia y estando siempre a la defensiva. A nadie le gusta vivir así, salvo a quienes tienen conductas de violencia patológica o a quienes han hecho de la violencia un arma ideológica, o a los delincuentes -de cualquier tipo y pelaje- que atemorizan a sus posibles víctimas. Hay personas que ya se cansaron de todo esto y decidieron encerrarse en su pequeño mundito de seguridades, pero sin darse cuenta que esas seguridades también serán desbordadas -antes de lo que imaginan- por la violencia que invade la sociedad. Entonces, ¿hacia dónde volver la mirada?, ¿dónde encontrar los impulsos y la fuerza que nos conduzcan a la anhelada convivencia pacífica en nuestra sociedad?
La única fuerza que se opone a la violencia es la mansedumbre. Sí, tal cual…, solo la mansedumbre se opone a la violencia, a no ser que usted quiera responder con algún otro tipo de violencia, o con más violencia… Esa mansedumbre que no es una conducta espontánea en las personas, sino una virtud que se educa y se desarrolla en la convivencia. Es la mansedumbre que brota de las convicciones hondas de la persona que quiere vivir en paz y ser constructor de paz en su entorno.
Esa mansedumbre que nada tiene que ver con la incapacidad de actuar, con la cobardía o la timidez, que nada tiene que ver con una tolerancia hecha de falsos respetos o con la indiferencia, o con la falta de pasión por la verdad, sino que la mansedumbre es la fortaleza obrando con la suavidad del respeto. Esa es una actitud se forma y se educa en las convicciones de los que buscan construir una sociedad justa y, por eso, pacífica.
La mansedumbre es una confianza paciente en la capacidad de bien que tienen todos los seres humanos, y por eso acoge a cada persona en su dignidad, sin imponer nada a nadie. La mansedumbre es confianza -sin ingenuidad- en la libertad de las personas, por eso se juega entera por el diálogo entre las personas y en la sociedad, y sabe esperar la respuesta de los demás. La mansedumbre es fruto de un trabajo paciente de autoformación, y también busca formar en otros el deseo de educarse para la paz. La mansedumbre es la solidaridad que abre su corazón compasivo ante los que están cansados y agobiados, y por eso toma la iniciativa ante las situaciones de miseria y de dolor. Probablemente, no faltará quien piense y diga que esta mansedumbre es propia de los tontos y los ingenuos; pero se trata de ser mansos y no “mensos”, y la verdad es que los mansos son las únicas personas felices, y si no cree a esto que digo, mire a su alrededor y vea a la gente que es feliz; igualmente, los mansos son los únicos que construyen un futuro de paz para su pueblo: pienso en Nelson Mandela que con la fortaleza de la mansedumbre que dialoga incansablemente realizó lo que parecía imposible en Sudáfrica.
La mansedumbre es, en definitiva, lo que las personas podemos aprender mirando y siguiendo al mejor y más cercano modelo: el Señor Jesús que dice “aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón” y “felices los de corazón manso, porque poseerán la tierra en herencia”. En medio de la violencia actual y la polarización social, la verdad es que en el aprendizaje de la mansedumbre nos estamos jugando la vida y el futuro de todos.