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Progreso económico: el rol de la empresa, el Estado y el ciudadano

Jueves 25 de Noviembre del 2021

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Por Bárbara Reyes
/El Mostrador

En tiempos en los que reina la incertidumbre, con el IPC más alto de los últimos 13 años, el 70% de las empresas en Chile sin planes de invertir el siguiente año y con una histórica elección presidencial, cada eje fundamental para la sociedad nos afecta a todos. Basta con mirar a los cientos de personas que hoy ven destruido el sueño de su casa propia -en cuestión de meses- y al sector de la construcción que debe seguir aguantando otra crisis.

Sobre este punto, desde Sistema B se ha publicado recientemente una declaración que resalta la importancia de “construir un sistema inclusivo y regenerativo para todas las personas y el planeta”, considerando siempre que este trabajo es un esfuerzo conjunto entre todos. Y en el caso de Chile, el fracaso de los sistemas y políticas actuales en materia de bienestar, equidad, sostenibilidad y dignidad de las personas, supone cuestionar lo que entendemos hoy por el rol del Estado, de la empresa y de la sociedad civil.

Si hablamos de la empresa, que, a través de los años se ha posicionado como un agente de cambio y un ciudadano corporativo, es cada vez más común escuchar el concepto de “responsabilidad social empresarial”, que pareciera ser más una buena práctica que una obligación. Y es que, si bien la empresa es el eje angular del desarrollo económico, no se puede hacer caso omiso a los impactos negativos que, por años, algunas compañías han generado a nivel social, legal y medioambiental.

A su vez, en este camino, que va desde el entendimiento de la empresa como instrumento de gestión hasta un actor fundamental para el bienestar de la sociedad, se ha solapado y minimizado el rol del Estado en cuanto a su participación en el desarrollo de la RSE, pasando a ser un mero espectador. Vemos con preocupación que el aparato legislativo no se actualiza a los tiempos de hoy, y que siguen existiendo “vacíos” que no permiten hacer justicia ante casos de “falta de ética”.

Finalmente, y no menos importante, el ciudadano como consumidor debe ser conciente de que sus decisiones de compra o servicios afectan el bienestar colectivo. De ahí la importancia de basar su elección priorizando la sostenibilidad de los recursos, el cuidado del medioambiente y el bienestar social, lo que obliga a aquellos corporativos aún reticentes al cambio, a mejorar su impacto; de lo contrario, quedan condenados a tener una fecha de vencimiento.

Coloquialmente en Chile se dice “hecha la ley, hecha la trampa”, con una cuota de orgullo, creyendo que es sinónimo de inteligencia y no de falta de ética personal y empresarial. Por eso es importante entender que un cambio de sistema implica un cambio de cultura, y se puede, claro que se puede.

Para ello necesitamos sensibilizar el conflicto, establecer alianzas y compromisos, impulsar el emprendimiento, crear valor, pero también distribuirlo, asumiendo cada papel con responsabilidad. Y esto no es más que cambiar el paradigma y entender que el desarrollo económico que no mejora el mundo o la calidad de vida de las personas no es verdadero progreso.

Tanto el Estado, las empresas y las personas debemos pensar en un concepto universal de colaboración. En lugar de buscar ser los mejores del mundo, seamos los mejores para el mundo