Necesitados de esperanza
L
os candidatos para la segunda vuelta de las elecciones y sus partidarios anuncian cada día la esperanza que se hará realidad si son ganadores en la segunda vuelta. Unos invocan la esperanza de los cambios necesarios para el país, otros proclaman la esperanza de que el país avance con seguridad y en orden. Pero, más allá de las reiteradas apelaciones a la esperanza, la realidad es que hay mucha gente que anda confusa y asustada, otros escépticos o desolados, y otros decididamente desesperanzados porque todo les parece igual; y eso sin contar a más del 50% de los ciudadanos que no votan y a quienes, pareciera, que todo les da igual. Hay mucha noche oscura que nos asedia en este momento que vivimos, y me ha hecho recordar la obra de Samuel Beckett, “Esperando a Godot”, donde Wladimir y Estragón esperan en vano a un tal Godot, con quien supuestamente tienen una cita y no se sabe para qué, mientras Pozzo les dice que Godot no vendrá hoy, pero mañana sí; pero Godot nunca llega…
Andamos necesitados de esperanza, de esa que nos permite levantarnos cada mañana sin tener que buscar algo que nos mantenga ocupados y que -ojalá- sea entretenido para soportar el tedio del más de lo mismo. Necesitados de esa esperanza de la que escribía el poeta francés Charles Peguy: “mi pequeña esperanza es la que se levanta cada mañana”, esa que nos permite vivir despiertos, caminar confiados y animados de que siempre que es medianoche ya ha comenzado el nuevo día, aunque todavía quede noche, en la cual aparecen las pequeñas luces que van alumbrando el día.
Probablemente -y ojalá sea así- todos hemos hecho la experiencia que cuando tenemos esperanza, ella nos capacita para enfrentar y superar las dificultades de la vida. Ojalá, también tengamos experiencia que la esperanza no se confunde con los buenos deseos ni con el optimismo, los cuales no cambian la realidad. Aristóteles nos legó su famosa frase de que la esperanza es “el sueño del hombre despierto”, apelando así al realismo de la conciencia lúcida que desea aquello que es posible.
Por eso, una semilla de esperanza nace allí donde hay diálogo y se acrecienta el “nosotros”, donde hay adversarios -no enemigos- con los que se piensa distinto, pero se puede llegar a acuerdos; donde crece la conciencia de que los problemas del país son de todos y se solucionan con todos, donde se vence el miedo que impulsa a hacer opciones egoístas, donde se asume que la democracia es una forma de vida y no un oportunismo electoral, donde se ponen las necesidades de las mayorías -y especialmente de los marginados- por sobre el interés individual y sus temores; allí algo nuevo está naciendo en medio de la noche.
Así, la esperanza no es -simplemente- una apuesta por un futuro mejor, sino que es una fuerza que actúa ahora e impulsa a ir construyendo confiadamente ese mañana distinto. En todo lo nuevo que podemos hacer que nazca es dónde todos podemos encontrar esperanza e inscribirnos en esas actitudes nuevas que construyen futuro.
Pero aún hay más, y un “más” que para los cristianos es fundamental: la esperanza es un don de Dios en que Él mismo nos comunica la confianza cierta de alcanzar el buen fin de toda nuestra vida, una confianza cierta que se apoya en la fidelidad de Dios a sus promesas. Por eso, “Cristo Jesús, es nuestra esperanza” (1 Tim 1,1) y nos permite avanzar en medio de la tormenta, y apoyar y construir lo nuevo que está naciendo en toda solidaridad humana, y hacerlo con la certeza de que “nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús” (Rom 8, 39). Esta confianza cierta es el don del Espíritu de Dios que acogemos cada día, es “la pequeña esperanza que se despierta cada mañana”, como decía Charles Peguy.
Este domingo, los cristianos estamos iniciando el tiempo de Adviento, un tiempo para avivar la esperanza en preparación para celebrar la venida del Señor Jesús. No estamos esperando a Godot, que nunca llega, sino al Señor Jesús que ya ha venido con el más grande mensaje de confianza que haya escuchado el corazón humano, y es Dios que nos llama a colaborar con Él en bien de todos sus hijos.
Quizás, en medio de la carrera eleccionaria por el poder o de los múltiples afanes de fin de año, esto puede parecer irrelevante para algunos o una ingenuidad monumental para otros, pero… muchos creemos que es el único modo de trabajar en serio para evitar convertirnos en unos monstruos de egoísmo que vivimos a la defensiva y sin confiar en nada ni en nadie. Sin la confianza que nace de la esperanza cierta, nada puede florecer.