El derecho a la estupidez
Por Arturo M. Castillo Cabezas
“En suma, si, como antaño Menipo, pudieseis contemplar desde la luna el tumulto inmenso del género humano, creería estar viendo un enjambre de moscas y mosquitos peleando entre sí, luchando, tendiéndose acechanzas, robándose, burlándose unos de otros, y naciendo, enfermando y muriendo sin cesar. Nadie podría imaginar el bullicio y las tragedias de que es
capaz un animalito de tan corta vida, pues en una batalla o en una peste se aniquilan y desaparecen en un instante millares de seres”.La cita que abre este artículo, es el cierre del Cap. 68 del “Elogio a la locura, encomio a la estulticia (estupidez)” que Erasmo de Rotterdam escribiera en 1511, y me pareció tan certera, incluyendo su mención a las pestes, que por eso está ahí, y lo que sigue, tratará de justificarlo.Por estos días, a diferencia de estulticia, que etimológicamente proviene del latín, campea una palabra con origen en el alfabeto griego: “Omicron”, que distingue a la variante en boga, del virus que asola a nuestra especie. Lo que sabemos los legos, es que sería mucho más contagiosa que variantes previas, pero le habría hecho caso al inefable Dr. Mañalich, y se habría vuelto “buenito”, es decir, ataca más, pero mata menos.
A nivel mundial, que para estos efectos sólo se refiere a los países con buenas tasas de vacunación, las cifras se repiten sin grandes diferencias, y nos dicen que los no vacunados van a parar unas 25 veces más que los vacunados, al hospital, y su mortalidad lidera los rankings, no sin antes hacer uso de recursos escasos y caros, como son las camas y servicios de la Ucis. Si se tratara de una elección política, hasta el menos ilustrado en estadística, se daría cuenta de lo que dicen los números, pero como se trata de cuestiones científicas, -oh estulticia- cualquiera los rebate.
También por estos días, y en otro ámbito, por una responsabilidad mínima e ineludible de la ciudadanía -según nos explican- tanto el Senado como la Convención Constitucional, parecen estar de acuerdo en que debe reponerse el voto obligatorio, asunto de vital importancia para el cual es necesario inmolar en el altar de la patria, nuestra libertad individual. Como la estulticia no me es ajena, obviamente no logro entender por qué sería más importante para mi bienestar personal, y para las políticas públicas de bien común, que se me obligue a votar, pero no a vacunarme; he buscado las cifras, y mi ignorancia me ha impedido encontrar las de contagios y fallecidos, por no ir a votar. Tampoco encontré cifras que digan cuánto de mis impuestos, se debieron malgastar atendiendo a los no votantes, pero pareciera ser -sí, ya sé, no tengo datos duros- que los libertarios anti vacunas, la llevan en cuanto a perjuicio del bien común, tanto por aquellos a quienes contagian, como por el gasto en atención pública de salud. Si usted es de los que gusta decir “con mi plata no”, le tengo malas noticias: con su plata de los impuestos, están salvando a los porfiados.
Probablemente, nuestra conspicua clase política, que por cierto incluye a los constituyentes apolíticos, estará ideando ya, las penas que se aplicarán a quien insista en que no le atropellen su libertad individual, y se niegue a votar, aunque con ello no afecte a nadie ni a nada, salvo -claro- al etéreo deber patrio de elegir nuestro futuro, aunque hasta ahora no veo a ningún partidario del voto obligatorio, hacerse cargo de los que puso en el poder, para que nos trajeran hasta el “estallido social”. Pero ese, es un virus de otra cepa, dejémoslo tranquilo. Lo que está claro, es que los legisladores estiman que, si yo insisto en mantener mi “libertad” de no votar, probablemente deberé pagar una multa, pero si se trata de la de no vacunarme, la responsabilidad la asume, al menos en primera instancia, la salud pública.
Sería interesante -por ejemplo- que aquellos que suelen hablar con o sin fuero, acerca de la correlación entre derechos y deberes, establecieran que es perfectamente legítimo desconfiar de la ciencia médica, y no vacunarse, podrán hacerlo, firmando un documento en que, para el caso de contagiarse, renuncian a ser atendidos por la ciencia que ellos desprecian, y para el caso de que sean admitidos en algún centro de salud de esa misma ciencia, en caso de escasez, resignarán su acceso a Uci y demás elementos de atención, en beneficio de quienes sí cumplieron con la política pública de vacunarse. Sería un mínimo de consecuencia, pero ya sabemos que también la mayoría de los ateos, a última hora prefieren volverse creyentes.
En resumen, vivo en un país -reconozco que a veces me cuesta decir “mi país”-, en que para la mayoría parece ser más importante mejorar la salud de las elecciones, que la salud de los ciudadanos. Es decir, por acá Erasmo de Rotterdam tendría mucho que escribir, y Hieronymus Bosch, (El Bosco), mucho que pintar.