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Cuando se muere un lenguaje

Por Marcos Buvinic Domingo 20 de Febrero del 2022

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Marcos Buvinic Martinic

Cuando hace unos días, Cristina Calderón Harban partió a la morada eterna del padre Watauinewa -así llama la cosmovisión del pueblo yagán al Ser U nico y Eterno que bondadosamente regala la vida a todos los seres-, murió mucho más que la última hablante de la lengua yagán. Murió una mujer anciana, de 93 años, que fue madre de nueve hijos, de catorce nietos y muchos bisnietos, que amó y sufrió, que vivió una vida de esfuerzo y trabajo, luchando por preservar las tradiciones, lenguaje y costumbres de ese pueblo que habitó la región más austral del planeta.

Si bien su vida era mucho más que eso, con Cristina Calderón se extingue la lengua del pueblo yagán. En el último censo hubo 1600 personas que señalaron su pertenencia al pueblo yagán, pero Cristina era la última hablante del lenguaje original de ese pueblo.

Cuando desaparece un idioma se pierde un sistema de comunicación entre los seres humanos, se pierde un modo de entender el mundo y de nombrar las cosas, pues aquello que nombramos en el lenguaje es lo que tiene presencia y crea relación entre las personas y con las cosas que nos rodean. Cuando desaparece un idioma todo nuestro patrimonio cultural se empobrece.

Cristina no pudo enseñar a hablar yagán a sus descendientes, para así evitar la discriminación que sufrían los miembros de los pueblos originarios que no hablaban español; tanto que, para “chilenizarlos”, en las escuelas les prohibían hablar sus propias lenguas. ¿Sabía usted que en Chile se hablan cinco idiomas, además del español, y sin contar los idiomas que mantienen las comunidades de migrantes?  Son el mapudungun, aimara, quechua, rapa nui y kawésqar (de este último quedan sólo siete hablantes), lo que es una de las manifestaciones de la multiculturalidad de nuestro país; son idiomas que se mantienen y se transmiten a pesar de la discriminación y de la imposición de un sistema cultural hegemónico.

En las redes sociales pude ver un horrible comentario que decía “tanta importancia que le dan a esa india que se murió; todos los días mueren viejos”. Son palabras que siguen las huellas de las penosas expresiones del naturalista Charles Darwin al encontrar al pueblo yag án en 1830: “son salvajes miserables y degradados”, “son las criaturas más abyectas y miserables que yo haya visto”, “al ver a esos hombres, difícilmente creería uno que sean nuestros prójimos y habitantes del mismo mundo”. Con sus dichos, tan etnocéntricos y propios de la pretendida “supremacía blanca”, Darwin puso las bases “teóricas” para la discriminación y exterminio de los pueblos que habitaban la Patagonia y Tierra del Fuego.

Resulta que ese pueblo “salvaje” despreciado por Darwin y los “civilizados” que llegaron a colonizar esas tierras, había desarrollado una cultura y civilización que les proveía de las técnicas y conocimientos para vivir durante miles de años navegando en los canales de Tierra del Fuego y del archipiélago del Cabo de Hornos, en armonía con una naturaleza agreste y maravillosa. Y resulta que Cristina Calderón -“esa india”- fue nombrada Hija Ilustre de Magallanes en el 2005, y en el 2009 fue proclamada como “Tesoro Humano Vivo” por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.

Pero, volvamos al lenguaje, del cual el filósofo alemán Martin Heidegger decía que “la palabra es la casa del ser, y en su morada habita el hombre”, para indicar que es el lenguaje y la capacidad de comunicación entre los seres humanos lo que da consistencia humana a nuestra vida y a nuestro mundo.

Somos seres de la palabra, y sin ella no habría mundo humano. Todo nuestro lenguaje es, en última instancia, el vehículo de nosotros mismos; en él se contiene y se comunica mucho más que el mero significado de las palabras. En él se contiene y se comunica la percepción que tenemos de la vida, de Dios, del mundo y de nuestro lugar y de la tarea con él. En el lenguaje estamos abriendo las puertas y ventanas de nuestro mundo, del mundo que nos habita interiormente y de nuestra forma de habitar en el mundo exterior.

Cristina Calderón, la última hablante yagán recién fallecida, nos vuelve a hacer presente que, en cierto sentido, se puede decir que una persona es y vale lo que es y vale su palabra: la dignidad de la palabra se inserta en la dignidad del ser humano. Cuando se vive una crisis de la credibilidad de la palabra es una expresión de la crisis de credibilidad en el ser humano, en su capacidad de construir y transformar la historia según el bien y la justicia. El desafío que nos toca asumir es recuperar hoy la dignidad de la palabra y su credibilidad.

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