Putin: el estratega del que dependemos
Eduardo Pino A.
Psicólogo
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Apesar que la invasión a Ucrania por parte del ejército ruso ya se había anunciado desde hace un tiempo, incluso con bastante precisión por parte de los servicios de inteligencia estadounidenses, la mayoría de nosotros seguía presentando una negación incrédula al servicio de evitar la ansiedad, desestimando un análisis racional y frío de las complejas condiciones del contexto geopolítico.
La guerra es un fenómeno tan inherente a la naturaleza humana como lo es su polo opuesto, reflejado en la cooperación, solidaridad y preocupación por el prójimo. Nuestra estructura psíquica ha sido planteada por innumerables pensadores e investigadores como una dualidad donde coexisten el bien y el mal, el altruismo y el egoísmo, y varias otras dicotomías que plantean la necesidad y, al mismo tiempo, el desafío de convivir en comunidad. Se integran en intrincadas dinámicas sociales en que afloran lo mejor y lo peor de las personas, donde influyen variables históricas, temporales, espaciales, contingentes, estratégicas, entre otras.
Pero en este breve espacio, quisiera referirme a algunos aspectos relacionados con la relevancia que presentan las características personales de quienes lideran estos procesos, que cada cierto tiempo presentan acontecimientos tan dramáticos como los que estamos vivenciando. Y como si fuera un guión cinematográfico, el protagonista que se lleva el peso de esta historia es Vladimir Putin, al punto que varios analistas internacionales han denominado a este conflicto “la guerra de Putin”. Millones de personas en todo el mundo tratan de entender las razones que han llevado al jerarca ruso a tomar esta decisión, que resulta tan peligrosa como difícil de predecir dónde llevará al planeta. Y es que más allá de los antecedentes históricos, es casi imposible empatizar para una persona como usted o como yo con el funcionamiento que ostenta el líder ruso. Según algunos expertos que han analizado su biografía, la personalidad de Putin ha sido moldeada por una historia difícil, en que el autocontrol y frialdad emocional son sus sellos distintivos. Si a eso le sumamos rasgos narcisistas y una marcada tendencia a la ambición, es que podemos comprender su autoritarismo como forma de mantener el control de la situación. Es que su pasado en la KGB reafirma varias de estas dinámicas, en que el valor de la vida de las personas pasa a un plano secundario si están en juego causas superiores, las que no deben ser desvirtuadas con el más mínimo cuestionamiento.
Putin es un gran jugador de ajedrez y en su vida política ha dado muestras de ser un estratega planificador, paciente y frío. No se encuentra donde está por casualidad, ha medido cuidadosamente sus decisiones y no se ha detenido ante las adversidades que se le han presentado. Posee el dominio de la fuerza y coerción ante su población, gracias al control propagandístico y militar sin contrapeso que lo han convertido en un verdadero monarca. Por eso resulta incierto hablar de diálogo y negociaciones con alguien así, lo que quedó en evidencia hace pocas semanas cuando el presidente Macron intentó obrar de buena fe, asegurando que había llegado a un acuerdo de no invasión ante la receptiva posición de su contraparte oriental, lo que finalmente fue una manipulación de Putin para ganar tiempo, en un acto que nos recuerda lo cíclica que es la historia al evocar el encuentro entre Chamberlain y Hitler antes de la segunda guerra mundial.
Por eso la gran interrogante es: ¿qué nos espera? Es una respuesta que sólo iremos averiguando a medida que avancen los acontecimientos, pues en estos momentos los analistas se encuentran divididos entre los que siguen valorando el control, audacia y osadía de Putin para salirse con la suya de anexar a Ucrania a su territorio, para que probablemente caigan otras naciones para seguir fortaleciendo su Hegemón, debido a que ningún mandatario occidental desea pelear y quedar en la historia como la contraparte de una tercera guerra; mientras que otros critican su actuar al subestimar la resistencia del pueblo Ucraniano, representada en su presidente Zelensky que lejos de rendirse ante un poderío muy superior, ha respondido de manera verdaderamente heroica. A esto se suman las restricciones económicas planetarias que ya empieza a experimentar la nación rusa, en que una vez más la gente pagará el precio mayor.
Nos guste o no, estamos en manos de sujetos cuya dinámica psicológica es una interrogante. Lo cierto es que este conflicto bélico es distinto a cualquier otro del que haya sido testigo la historia, ya que sus consecuencias globales son insospechadas, pues a las amenazas mundiales de tipo económico se suman las de subsistencia real y concreta. A diferencia de hace un siglo, en que los daños se focalizaban en los lugares de conflicto, ahora contamos con una amenaza nuclear que reactiva las peores pesadillas de la guerra fría. Y es que resulta tan inevitable hacer un paralelo entre el preludio de la segunda guerra y la actualidad, como recordar la respuesta de Einstein cuando se le preguntó cómo sería la tercera guerra mundial: “No sé con qué armas se peleará la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con palos y piedras”.