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El combate por ser una persona buena

Por Marcos Buvinic Domingo 6 de Marzo del 2022

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No he conocido a nadie que diga que su proyecto de vida es ser una mala persona, y dudo mucho que exista alguien en su sano juicio que lo proponga en serio. Pero, a pesar de toda la buena disposición y de tantos buenos deseos, la maldad abunda, nos ronda y nos golpea por todos lados.

Por cierto, a pesar de los embates del mal espíritu que a veces parece apoderarse de las personas y de las sociedades con sus sistemas de funcionamiento, hay mucha más bondad, responsabilidad, colaboración y solidaridad que hacen posible la vida de cada día, la cual es como un campo donde crecen el buen trigo y la maleza que busca ahogarlo. 

Es muy curioso lo que sucede: todos postulamos -de un modo u otro- ser buenas personas, pero el mal abunda y nos afecta y duele a todos. Parece, entonces, que hay algo que no funciona bien; hay algo que no vemos o no queremos ver, lo cual hace posible que en un mundo donde todos son “enfermos de buenos”, esas mismas personas realicen acciones infames. Los invito a que miremos más de cerca lo que nos ocurre.

Por ejemplo, probablemente Putin se siente una buena persona que está cumpliendo una noble misión a pesar de desatar un infierno de muerte y destrucción en Ucrania. También, seguramente, los señores del grupo económico Penta (¿se acuerda de ellos?) pensaban ser personas de bien mientras embaucaban a todo el país; de la misma manera, los corruptos y los coimeros de todos los pelajes y calibres y que abundan por todos lados, no se consideran a sí mismos unos sinvergüenzas, sino personas que están aprovechando una oportunidad. Los ejemplos podrían multiplicarse y alcanzarnos a todos, exponiendo ese lado oscuro de nuestra persona que -probablemente- ocultamos cuidadosamente.

Entonces, cuando las personas “enfermas de buenas” se encuentran con el mal en sus vidas y los invita a actuar egoístamente, o a realizar una acción no precisamente limpia, o a participar en alguna actividad incorrecta o ilícita, entonces actúa el tranquilizante de la conciencia diciendo “¿y qué tiene de malo?”, o “no hay nada de malo, todos lo hacen”, o “así funcionan las cosas”. Con esos “no tiene nada de malo” (sinvergüenzuras pequeñas o grandes, concesiones al egoísmo, hipocresías y mentiras de todo calibre, calumnias bien repartidas, etc.) se expande el mal y va tocando todos los sectores de la vida: la integridad personal, la vida familiar, los negocios, las relaciones sociales, la política, la amistad, etc…

En esta manera de pensar y de vivir, el mal pasa a tener su justificación en que es culpa de la sociedad y sus estructuras, es culpa del “sistema”, o es por la educación recibida, o es por traumas sicológicos padecidos. Así, el mal que está a la vista de todos y por todos lados, es puesto fuera del ser humano, el cual termina por no ser responsable de nada, mucho menos de sus propias actitudes y acciones infames.

Resulta que ser una persona de bien o una buena persona, como probablemente todos -aunque sea muy en el fondo- queremos serlo y sentirnos, no es un asunto de atributos naturales en una especie de lotería en la que a quien le tocó, le tocó; tampoco es un asunto de ser buena onda, y menos aún es por ser un tonto que no aprovecha las oportunidades. Más bien, ser una persona buena es el resultado de un proceso personal de construcción de un modo de vivir y, por tanto, de influir en la sociedad y sus sistemas.

El tiempo de Cuaresma que los cristianos hemos comenzado en estos días nos recuerda que ser una persona de bien es un combate, porque todos somos tentados por el mal que nos ronda y las tramposas oportunidades que nos ofrece. En este combate está en juego la felicidad de cada ser humano que lucha por ser una persona de bien, y está en juego el bien de todos los que reciben su benéfica acción. No hay combate más importante y más necesario para el bien de todos. Además, para los cristianos se trata no sólo de ser buenas personas -lo cual, en este mundo, ya es bastante- sino de ir siendo más y mejores discípulos y discípulas del Señor Jesús.

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