Las verdades baratas
¿Era verdad que el quinto retiro de fondos previsionales generaba serios problemas en la economía nacional? Los que en otro día decían que no, ahora decían que sí, y aquellos que en otro día decían que sí, ahora decían que no, ¿en qué quedamos? Unos y otros decían tener argumentos para sostener la verdad de lo que decían un día y, también, de lo que decían otro día. Razones políticas, dirán. Pero… ese es el problema: una política en que la verdad pesa menos que un paquete de cabritas.
Otra situación: hace un par de días la vocera del grupo feminista que tiene tomada -desde hace dos semanas- la Universidad de Magallanes, señalaba que no aceptaban la respuesta de las autoridades universitarias a sus demandas, porque se trataba de una respuesta al petitorio que habían presentado la semana pasada, el cual, al no llegar acuerdo quedó inválido. La vocera señaló que “nunca dijimos que era el petitorio completo y ese, quedó inválido al momento que no pudimos llegar a acuerdo. Nosotras siempre dijimos que se trataba de la primera parte del petitorio (…), nunca dijimos que era el petitorio completo”. Lo más probable es que la vocera no mentía y que efectivamente tenían otras peticiones; pero, entonces ¿para qué presentaron ese petitorio para conversar y negociar?
Son demasiadas las situaciones que se dan en diversos ámbitos de la vida de nuestra sociedad que son verdades de un día sí y de otro día no. No es que las personas no podamos cambiar de opinión, sino que esos cambios, cuando es necesario, deben ser explicitados en razones consistentes y motivos fundados que, a su vez, son los que sostienen la credibilidad de las personas y de las conversaciones entre ellas.
Estamos saturados de verdades baratas, verdades sin valor, verdades rascas por las que nadie se jugaría la vida. Verdades de las letras chicas que abundan en cualquier tipo de contratos o en los acuerdos políticos, o en los anuncios de diversos tipos de autoridades. Verdades de un día sí y de otro día no. Verdades para salir del paso, verdades a medias y medias verdades, verdades de redes sociales. Verdades que no deciden nada y que incuban la semilla totalitaria de la oscilante propia opinión, la cual -a su vez- no tardará en ser algo distinto, porque como alguna vez dijo Carlos Caszely, “no tengo por qué estar de acuerdo con lo que pienso”. Así todo diálogo se disuelve en malabares lingüísticos, como en el sofisma que pregunta “¿es verdad que miento cuando digo que lo que afirmo es falso?”.
Lo que queda claro es que de este modo no es posible dialogar en serio, ni en la familia, ni en el sistema educacional amenazado por la violencia, ni en la elaboración de la nueva Constitución, ni en la forma en que las diversas autoridades toman decisiones que nos afectan a todos. La lógica del viejo Aristóteles enseñaba en el principio de no contradicción que “una cosa no puede ser verdadera y falsa al mismo tiempo y bajo el mismo respecto”. Cuando se pretende dialogar con verdades baratas, sucede lo que dice el filósofo Byung-Chul Han a propósito de lo que ocurre en las redes sociales: “la verdad se desintegra en polvo informático arrastrado por el viento digital. La verdad habrá sido un episodio breve”.
Las verdades baratas son, por cierto, un componente de la situación cultural que vivimos y sus transformaciones; es la postmodernidad del pensamiento débil, del fin de los grandes relatos (los “metarrelatos”), dirán los filósofos. Pero, en la construcción de una comunidad que quiere aprender a dialogar, siempre se incuba el deseo de la verdad manifestada en la palabra, como condición para el diálogo.
La construcción de cualquier diálogo sólo es posible desde la credibilidad de sus actores y su respeto a la dignidad de la palabra como portadora de la verdad (“la palabra es la casa del ser”, decía el filósofo Heidegger). ¿De dónde vendrá la reacción social y cultural que se juegue por el diálogo y la capacidad del ser humano para lograr acuerdos en torno a verdades compartidas? Mientras tanto, en esta tarea todos tenemos trabajo: cada uno en su vida personal y familiar, el sistema escolar, los medios de comunicación, los convencionales constituyentes, los políticos y todos los que actúan en la vida pública del país. La dignidad de la palabra es una tarea de todos y de cada día.
Es un gran desafío recuperar la dignidad de la palabra; es invitar a la verdad siendo veraces con “verdades verdaderas”, como cantaba Víctor Jara. Siempre es posible acoger y cultivar la sabiduría del Evangelio que dice: “digan sí, cuando es sí, y no cuando es no; porque lo que se añade lo dicta el demonio”. El desafío social de dignificar la palabra como servidora de la verdad, es urgente para todos y, particularmente, para los que nos reconocemos discípulos de Jesús de Nazaret, Palabra de Verdad y Vida.