Necrológicas

Hasta siempre Silvia

Por La Prensa Austral Viernes 29 de Abril del 2022

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Eduardo Pino A. Psicólogo   [email protected]

Aunque tenía desarrollado el tema que iba a tratar en la columna de esta quincena, me permito la licencia de cambiarlo a última hora ante la repentina y triste noticia del fallecimiento de nuestra conocida y querida Silvia Harambour. Aunque al momento de redactar estas palabras carezco de mayores detalles acerca de este lamentable acontecimiento, resulta inevitable la espontaneidad del ejercicio evocatorio que realizamos cuando alguna persona con la que hemos elaborado un lazo afectivo deja de existir, pues se presentan una serie de recuerdos cargados de emoción que revisten una significación especial debido a la sensación de pérdida, donde la tristeza predomina en intensidades o niveles que sólo quien las experimenta podrá valorar. Esta dinámica psicológica denominada “aflicción” posee una naturaleza única y su vivencia es tan personal e íntima que no necesariamente será comprendida o compartida por las personas de igual manera, presentando la paradoja que si bien es una experiencia que conlleva un inevitable dolor, a la larga puede a través de la reflexión llevarnos a un valioso crecimiento personal que nos hará mejores, más completos y quizás hasta más sabios.

Una vez le preguntaron a un investigador cómo podía medirse si alguien era exitoso en la vida, considerando lo relativo y complicado del concepto a analizar. Su respuesta refleja la genialidad de lo simple: “Una persona se considera exitosa cuando al final de su vida, ha hecho mucho más el bien que el mal a sus semejantes”. Esta sencilla frase tan distante de imágenes grandilocuentes asociadas a la fama, los bienes materiales o el poder; nos invita a todos y todas a ser mejores cada día, no importando el lugar o el rol que tengamos, pues se ha comprobado que además de contribuir a una satisfactoria convivencia social, el practicar la amabilidad y consideración hacia los demás trae como consecuencia un significativo regocijo personal.

Como ya lo he expresado en anteriores columnas, conocí a Silvia hace unos 25 años, cuando estaba recién llegado a la ciudad. Algunas personas al conocer mi afición como hincha de la Universidad de Chile, me comentaron que debía ir a un pequeño kiosco ubicado en calle Roca, donde la decoración reflejaba la incondicionalidad y devoción de su dueña. Si bien quedé sorprendido con la cantidad de objetos alusivos al club laico, lo que más recuerdo fue la calidez de una conversación acerca de cómo cada uno había hecho del color azul una parte importante de su existencia, además de preguntarme acerca de cómo proyectaba mi permanencia en la ciudad, en un momento donde la incerteza caracterizaba el panorama. Como le debe haber pasado a muchos, a pesar de lo ajetreada de su rutina para atender a su fiel clientela, se las arreglaba para volver, aunque sea por algunos instantes, para seguir el tema que de manera entusiasta se compartía, en esas conversaciones simples de la vida que cuando ya no están se echan tanto de menos. Una vez le pregunté qué pasaba cuando Colo Colo le ganaba el clásico a la U, respondiéndome que era cuando más se llenaba el negocio pues los hinchas albos eran los primeros en acordarse de ella, en un clima de respeto y camaradería que hoy se extraña.

Como también lo he expresado en otras columnas, me alegro mucho que el kiosco Roca se haya hecho conocido a nivel nacional gracias a su premio como mejor picada, producto de su calidad y del cariño de los magallánicos, lo que incluso llevó a la masificación de su servicio gracias a la franquicia que ha llevado un pedazo de Magallanes a diferentes lugares de nuestro país. También debo reconocer que desde la ausencia permanente de Silvia en local, dejé de asistir. Me di cuenta que mi motivación no eran precisamente los choripanes ni la leche con plátano, sino esa acogedora actitud y entretenida conversación de una bella mujer de lindos ojos, sonrisa permanente y genuino cariño y amabilidad. Ahora que lo miro con la perspectiva del tiempo, aunque nos viéramos en pocas ocasiones, Silvia fue simbólicamente como una embajadora que le da la bienvenida a un desconocido, en ese afán incondicional que algunas personas presentan para mejorar la existencia de los demás, aunque sea en las cosas más simples.

La mejor manera de honrar a las personas que se van, es haber aprendido algo valioso de ellas. Silvia nos dejó entre muchas otras cosas un ejemplo de optimismo, cariño y vocación por lo que hacía, dispuesta a compartir con los demás esa comunicación y acogida que en nuestros días necesitamos más que nunca. Hace más de 20 años estuvimos compartiendo con Leonel animadas conversaciones teñidas de azul en el Kiosco, hoy nos damos cuenta que ambos se fueron con muy poco tiempo de diferencia, lo que nos recuerda la fragilidad de la vida y que debemos cuidar y valorar a esa generación a la que debemos tanto. Gracias por todo querida Silvia.

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