Necrológicas

Acciones para vivir una tercera edad más digna

Miércoles 15 de Junio del 2022

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Ramón Lobos Vásquez
Médico Geriatra y Paliativista

Hace años cuando iniciamos esta serie de columnas reflejando la temática de los adultos mayores como centro de la acción de nuestra sociedad local y nacional, una de nuestras primeras prioridades se centró en el aspecto social y económico de la vida de los mayores. Una sobrevida siempre en la cuerda floja, fundamentalmente por la falta de recursos económicos de los mayores, para financiar los requerimientos de esta etapa de la vida. Para ello, sólo cuentan con lo que hayan acumulado como pertenencias en su vida madura y los fondos previsionales. Ambas situaciones son de una diversidad enorme, que tiene que ver con quiénes fueron y qué rol cumplieron en la sociedad.

Ese aspecto económico, que es en nuestra actual sociedad la gran diferencia en la calidad de vida de la etapa madura, tiene que ver con los aspectos esencialmente laborales. ¿Qué rol cumples?, ¿cuánto percibes por el cumplimiento de esa función?, ¿es de carácter permanente o transitoria la calidad contractual laboral? Situación que al inicio de la vida laboral no se le da importancia. Indudablemente lo que es más cierto y evidente para los hombres se hace más difuso e inestable para las mujeres, en roles no siempre remunerados; partiendo por el de la dueña de casa o las labores de cuidados de niños o mayores, que no perciben ninguna renta o apoyo económico permanente de ninguna red. Lo que hace que la mujer deba cumplir más roles que los varones, que están más centrados en lo laboral y en la generación de recursos monetarios para la vida adulta.

Por eso, en el hombre las lagunas laborales, la falta de estabilidad laboral, bajas remuneraciones y un sinfín de situaciones hacen mella en la capacidad de poder finalmente -con los recursos previsionales- financiar la vejez. Lo que empeora si se vive en pareja o más personas dependen de esos recursos para vivir. En la actualidad los mayores enfrentan día a día una situación compleja y que se va poniendo peor. Esto sólo cuando analizamos el envejecimiento desde esta sola perspectiva. Analizar la realidad que viven, que es multidimensional hace que no sea una etapa luminosa, sino francamente ennegrecida y difícil. De allí las altas cifras de suicidios observada en los mayores.

Esto no ha cambiado en años en nuestra sociedad, sólo que antaño los mayores eran menos y la familia nuclear hacía un espacio para que los mayores formaran parte de la familia, pudiendo de esta forma aminorar los impactos de las carencias económicas de los mayores, la familia así constituida se transformaba en la verdadera red de sostén para ellos. El sistema funcionaba, pero no por provisiones sociales del sistema, si no por las redes familiares que ellos forjaron en sus vidas.

Actualmente el número de adultos mayores crece exponencialmente y la multiplicidad de tipos familiares hace que los mayores carezcan de esta red funcional a sus necesidades, lo que lleva a que cada día aumente el número de mayores con problemas para financiar o mantener un nivel básico de sobrevivencia.

Se necesita obviamente mucho más que el solo financiamiento económico de una vejez digna a través del sistema previsional robusto y solidario, a diferencia del actual que es empobrecedor y de resorte estrictamente personal. De allí la importancia de modificarlo en su concepción y en su financiamiento. Para al menos asegurar un piso, para mantener una respuesta económica para los mayores en esta etapa de su vida. Es darle autonomía económica y dignidad por el rol que ellos cumplieron en nuestra sociedad.

¿Es esto suficiente? Obviamente que no, pero en esta actual sociedad de consumo el financiamiento se ha puesto en el centro del quehacer de los mayores: tanto tienes, tanto vales, a tanto puedes acceder como respuestas sociales.

Se necesita emparejar la cancha para ellos, se necesitan más ayudas sociales y diferenciar ayudas y soportes para cada etapa de la vida. Especialmente apoyar al que se encuentra sano y activo, manteniéndolo lo más posible en esas condiciones; incluso trabajando, pero en condiciones dignas y acordes a su capacidad. Leíamos hace algunos días que el 20% de los mayores (1 de cada 5) trabaja, más para mantener una economía de subsistencia que por el mero y especial afán de sentirse activos en nuestra sociedad. Uno esperaría que los más jóvenes de nuestros mayores pudieran estar en esa condición; pero lamentablemente octogenarios siguen desarrollando trabajos y tareas remuneradas en nuestra sociedad, reflejando lo precario y feble de sus subsistencias.

Por ello, no basta con mejorar pensiones en los mayores, sino que hay que crear dispositivos sociales que le permitan desarrollar actividades económicas complementarias que permitan además su desarrollo personal; acceder al uso del tiempo libre como herramienta de rehabilitación en ellos. Desde lo social, físico, psíquico, nutricional y tantos aspectos que tiene el adulto mayor que hacen que los enfoques y trabajos deban ser interdisciplinarios.

Por lo pronto y a la luz de los expuesto en la Cuenta Pública Presidencial o en la Convención Constitucional, ya está bastante socializado que hay que realizar acciones potentes y efectivas. Ya está la base. Pronto debiera trabajarse también localmente (regional y comunalmente) en definir los cursos de acción. Ya no seguir esperando directrices desde la capital. Hay que empoderar las diferencias y requerimientos locales para poder finalmente iniciar acciones que den respuesta a las necesidades de nuestros mayores, hoy; ya que mañana es y será tarde.