Necrológicas

El sueño de don Lautaro

Jueves 30 de Junio del 2022

Compartir esta noticia
260
Visitas

Prof. Dr. Jorge G. Guzmán
Autónoma de Chile

Convencido de que la Providencia lo enviaba a Magallanes a convertir este sur lejano del mundo en “su lugar bajo el sol”, a comienzos de 1959 aterrizó en el entonces “Aeropuerto Catalina” de Punta Arenas el joven ingeniero Lautaro Poblete Knudson-Trampe. Recién egresado de la Universidad Católica de Valparaíso, había aceptado la oferta de Enap (el resto de su vida, “la empresa”) para contribuir al desarrollo de la industria de los hidrocarburos chilenos en Tierra del Fuego y el estrecho de Magallanes. Esa oferta había sido la primera que recibía, lo cual para él fue señal suficiente de que “Dios lo quería trabajando en Magallanes”. Durante años recibió otras y tentadoras ofertas de trabajo, todas las cuales rechazó, pues estaba convencido de que el sentido trascendente de su vida estaba en el sur más lejano del mundo.

Hasta entonces el joven Lautaro estaba familiarizado con “la otra pampa”, aquella del salitre y el cobre, que de la mano de su padre había recorrido desde Chañaral a Humberstone y Arica. Años más tarde confesaría que “esta nueva pampa” de viento gélido y estepa hasta el horizonte rápidamente “se lo tragó”, para convertirlo en “magallánico químicamente puro”. En esa misma condición hace sólo unos días fue despedido con aplausos cuando se dirigía a su última morada. Su ataúd lo cubría una bandera magallánica.

Para venir a Punta Arenas, en Valparaíso había dejado a su novia, la joven enfermera Marta Altamirano, a quien había conocido en las actividades de la Juventud Católica Universitaria organizada por los jesuitas “del puerto”, al amparo de “la ideología” social cristiana del Padre Alberto Hurtado. En ese ambiente de compromiso social, en 1958 Lautaro y Marta se comprometieron para casarse.

Por ello, y luego de juntar “algunas lucas”, a mediados de 1959 el joven Lautaro volvió al norte para casarse con su novia (a pesar de las dudas del suegro, quien con los años terminaría considerándolo “otro hijo”). A mediados del mismo año, imbuidos del “espíritu de cruzada” del Santo chileno, Lautaro y Marta (para los amigos, Martita) vinieron a Punta Arenas decididos a “hacer camino al andar”.

Y así fue. Al poco tiempo “la empresa” les asignó una vivienda en Cullen, y a pesar de que en la época ese sitio tenía todas las características del “fin del mundo”, contentos cruzaron el estrecho para hacer nido y tener cinco hijos que, como sus padres, resultaron “magallánicos de tomo y lomo”.

Desde entonces -fiel al espíritu de cruzada que lo impulsaba a hacer del Evangelio una forma de vida- con celo jesuítico el ingeniero Poblete se hizo sindicalista para defender no sólo los derechos de los “profesionales de la empresa”, sino los derechos de todos trabajadores del petróleo (a quienes, hasta el último suspiro, consideró sus hermanos en el trabajo).

Muchos “enapinos” de aquella época recuerdan que al joven ingeniero Lautaro Poblete le apodaban “el cura” y/o “Juan XXII”, y que su camioneta era conocida como “la capilla”, pues cualquiera que a ella subiera se exponía a un buen sermón sobre el bien común, y el deseo de la Providencia para “el futuro esplendor” de Magallanes.

Desde su época de estudiante universitario Lautaro era Demócrata Cristiano. No sólo fue uno de los fundadores de dicho partido, sino que bajo el influjo de la Doctrina del Vaticano II, junto con su esposa, por el resto de su vida fue ejemplo vivo de la Doctrina Social de la Iglesia. Por ello, desde el sindicato y desde la política, con patriotismo a toda prueba el ingeniero Poblete se obsesionó con el desarrollo social y económico de Magallanes (incluida la Antártica Chilena, que para él siempre tuvo un significado esencial). A todo ello sumó su participación en las actividades de la comunidad católica magallánica, en medio de las cuales le sorprendió el golpe militar de 1973.

Para esa fecha Lautaro era el presidente regional de la Democracia Cristiana, condición que no impidió que con valentía a veces, e imprudencia otras, se atreviera a defender y a proteger, incluso en su propia casa, a muchas personas que hasta entonces habían sido sus adversarios políticos. Larga es la lista de aquellos que a partir de 1973 y hasta 1990 gozaron del “asilo” y de la hospitalidad de la “casa de los Poblete”.

Durante la década de los años 80, época en la que muchos preferían renunciar a sus derechos políticos, Lautaro Poblete y su esposa fueron ejemplos de consecuencia y virtudes cívicas. Sin ofender ni agredir, se convirtieron en referentes de lo que en la época se llamó la “no-violencia activa”, una manera de hacer política principista y diametralmente distinta a la actual violencia boba disfrazada de “reclamo de derechos”. Para Lautaro Poblete, con “amistad cívica”, los derechos se practican junto con las obligaciones. Sólo eso es consecuente con la libertad, el Evangelio y la política inteligente.

Durante sus más de 40 años “en la empresa”, Lautaro la vio crecer y convertirse en ejemplo de sostenibilidad e innovación. En sus charlas le gustaba recordar sus años recorriendo la pampa y los desafíos que se debieron enfrentar para coronar con éxito iniciativas tan importantes para Chile como el proyecto “Costa Afuera” o la construcción del complejo de Cabo Negro, amén de los numerosos privilegios logrados para los trabajadores y, muy importante, sus familias. Para él estos eran ejemplos virtuosos de la capacidad y de la destreza de los ingenieros y de los trabajadores chilenos, a quienes había representado en diversos cargos.

Pero fue a partir de los años 80 que Lautaro parece haberse encontrado “de frente” con “el sueño de Don Bosco”. Le gustaba referirse a un sueño del beato en el que este arribaba al estrecho y Punta Arenas encontrándolos “totalmente llenos de depósitos de carbón fósil, de tablas, de vigas, de maderos, de grandes montones de metal, en parte elaborado y en parte aún en bruto. Largas hileras de vagones destinados para el transporte de mercadería aguardaban los cargamento”. Para el ingeniero Poblete este sueño de Don Bosco equivalía a una revelación, y desde entonces, literalmente, porfió que Punta Arenas debía convertirse en un punto importante del transporte marítimo del mundo.

Por años, y junto con otros próceres magallánicos tales como el visionario empresario Andrés Pivcevic, Poblete contactó autoridades y empresas nacionales y extranjeras para explorar la forma de desarrollar un puerto moderno en el estrecho. Incluso, en parte por amistad con el Presidente Patricio Aylwin (quien luego lo nombró en un cargo de responsabilidad en la construcción del Gaseoducto Transandino), logró que la idea se estudiara oficialmente, y que un puerto europeo hiciera los estudios necesarios. Pese a ello, el nuevo puerto no prosperó.

Esto, lejos de desanimarlo, lo estimuló. Quienes le conocieron saben que desde sus responsabilidades en Enap, Epa o la Umag, el soñador Lautaro Poblete no cejó de insistir en la necesidad de un puerto moderno, como también de proponer y porfiar en otras ideas visionarias tales como un centro de teledetección para convertir a Magallanes en centro mundial de esas tecnologías, o un museo glaciológico en Puerto Natales, o un centro científico de excelencia (distinto sin embargo al concepto del actual Cai).

Para Lautaro, como para otros visionarios, Magallanes es siempre oportunidad y futuro.

Durante sus últimos años el ingeniero Poblete vibró de alegría con las noticias que prometen convertir a Magallanes en centro mundial de la producción de combustibles descarbonizados. Para él la naciente industria del “hidrógeno verde” no sólo proyectaba al futuro el aporte estructural que por décadas “la empresa” había hecho al país, sino que prometía hacer realidad el sueño de don Bosco que, a esas alturas, era también su propio sueño: un puerto moderno en el estrecho.

Como todos los grandes, Lautaro no sólo “se fue por la puerta ancha” -sino que para quienes tuvimos el privilegio de ser sus amigos- se fue dejando un testimonio de vida que, a la vez que una invitación, es una exigencia para seguir su ejemplo. Con una mezcla de espíritu de cruzado y carácter de vikingo porfiado (heredado de su abuelo materno, un ingeniero noruego que vino a construir ferrocarriles), nos convenció de que el servicio desinteresado al prójimo tiene doble sentido en Magallanes. Una forma de vida que vale la pena vivirla.