Necrológicas

Naturaleza implacable

Por Alfredo Soto Martes 27 de Septiembre del 2022

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Prof. Alfredo Soto Ortega
Gaia Antática Umag

Por razones netamente familiares, siendo un preadolescente, me encontré en una situación compleja, en un viaje en solitario “a dedo” hacia Puerto Natales desde Punta Arenas. Un gentil automóvil, sólo me dejó por el área de Carpa Manzano, kilómetro 75 norte, y en la espera de otro vehículo que me pueda llevar. No se dieron las condiciones, pasó el tiempo y no aparecía el que considerara indicado para llevarme. En mi mente de corta edad, decidí hacer una osada travesía hacia las instalaciones de la Estancia Cacique Mulato, por allá, a lo lejos, perdida y que apenas se veía en el horizonte del extenso territorio que circundaba la Laguna Blanca. No había impedimento visual, por lo tanto era estar atento en la marcha y mantener la dirección en lo que se veía al fondo entre colores propios de una extensa pampa…siempre a mi derecha la grandiosa Laguna Blanca, que emitía vapores magníficos que se elevaban hacia el cielo, mezcladas en algunos casos con trenzas de polvo levantadas por los fuertes vientos que se concentraban en sus blancas orillas.

La razón de elegir ese villorrio de casas coloridas con sus típicos techos rojos, cortaba en la distancia el magnífico tenor y colorido de sus pampas amarillentas, con algunos pastos inmersos de hierro que le daban esos aspectos rojizos. Mi primera dificultad era transitar entre coirones, me era muy difícil porque los tobillos sufrían diferentes posiciones exigidos por la consistente y permanente postura de los mismos unos al lado del otro que ejercían fuertes presiones. El terreno a medida que pasaba el tiempo y me profundizaba en la estepa, en algunos casos se puso muy blando y en otros pantanoso, lo que fue mermando mis energías para continuar, pero seguía viendo las casas a lo lejos, en donde en una de ellas y la principal vivían unos tíos-abuelos que podían prestarme ayuda en lo que ya estaba metido en mi exigente caminata (hoy día puedo saber que cubrí una distancia equivalente a 30 kilómetros ) y en este caso no había vuelta atrás.

La monotonía de la caminata y el sonido de mis ropas me hacían percibir y confundirme con ladridos de perros, pero cuando me detenía a escuchar, ya no ladraban…continuaba y ladraban…hasta que me di cuenta que era el roce de mis ropas entre los brazos y mi cuerpo. En algún momento a una corta distancia, hacia mi derecha, me seguía un zorro, cada vez que yo me detenía, él hacía lo mismo, observando quizás en su condición de carroñero, si yo, un ser vivo, que caminaba con dificultad podía caer y no levantarme más. De pronto logro llegar hasta una pequeña tropilla de caballos, y se me daba la solución si podría agarrar alguno, pero uno de ellos se me puso por delante, con una campana en el cuello…se mostraba desafiante y en más de una oportunidad agachaba sus orejas, lo que me indicaba su desprecio por mi presencia, haciendo movimientos bruscos y relinchando de vez en cuando.

Conseguí continuar mi dificultosa marcha siguiendo las huellas y caminitos rectilíneos que hacían las ovejas que habían por montones, pero de pronto caí al suelo, porque el estrecho sendero se rompían en mis pies, y fueron varias veces. La naturaleza me demostraba sus características y códigos, eran galerías confeccionadas por liebres que muchas de ellas, me asustaron, sin verlas con anticipación, arrancaban a una velocidad extraordinaria. Luego me cruzo con varios queltehues, que al ver mi presencia amenazante para sus nidos, se organizan en varios vuelos rasantes, que ya me estaban llevando al límite de mi valentía, sintiéndome muy amenazado, más débil, deben haber pasado muchas horas, ya era tarde y veía que las casas estaban más cerca, hasta que por fin escucho los perros ladrar y sale mi tía a mi reencuentro, primero sorprendida, luego un poco enojada, y se da cuenta que ya estoy enfermo y afiebrado, muy agotado por la caminata. Dos días más atendido por ellos y de vuelta en la carretera, mis tíos me colocan en un bus ya en camino a Puerto Natales. Hoy recorro sus pampas, más seguro, con nostalgia, tanto en invierno como en verano, lo cuento entre risas y emociones para mis hijos y alumnos, un fuerte aprendizaje de lo implacable de la naturaleza.