Necrológicas
  • – José Garnica Martínez
  • – Alfredo Mancilla Pérez

La muerte, nuestra hermana

Por Marcos Buvinic Domingo 30 de Octubre del 2022

Compartir esta noticia
539
Visitas

En estos días, los cementerios de nuestra ciudad ya han estado muy visitados por personas que van a limpiar y arreglar con flores las tumbas de sus seres queridos difuntos, y vienen a mi memoria los versos que escribió Jorge Manrique, allá en el siglo XV, titulados “Coplas a la muerte de su padre”: “recuerde el alma dormida/ avive el seso y despierte/ contemplando/ cómo se pasa la vida/ cómo se viene la muerte/ tan callando…”.

Estos días próximos a la conmemoración cristiana de los difuntos, en que los cementerios se llenan de personas que visitan las tumbas de familiares y amigos que han partido a la Casa del Padre, son una ocasión propicia para que “recuerde al alma dormida” y nos pongamos ante el tremendo misterio de la muerte, y no sólo el misterio de la muerte en general, sino que ante el misterio de “mi” muerte futura.

Frecuentemente, las personas nos adormecemos ante el enigma de la muerte por la angustia y el miedo que se pueden despertar en nosotros. También muchas personas consideran de mal gusto hablar de la muerte, evitan hablar de ella y hacen lo posible por ocultarla u olvidarla, aunque todos sabemos que nos está esperando.  

Pero, ¿de dónde esa angustia y miedo que despierta el pensar en la propia muerte?

Pareciera que, en primer lugar, está la duda, el desconocimiento e incertidumbre de que más allá de la muerte no haya nada; es la angustia de que todo termine en una tumba, en la inutilidad, en el olvido…

También, la angustia y el miedo pueden ser a causa del sufrimiento físico que -en muchos casos- suele preceder a la muerte; acompañado de la humillación de perder el control de funciones biológicas y/o mentales, y pasar a ser un número en las estructuras sanitarias y sus estadísticas. A esto, frecuentemente, se añade el dolor moral de separarse definitivamente de las personas amadas, de los lugares familiares en los que se ha vivido y por lo que se ha luchado. 

En todo esto late con intensidad la pregunta: ¿qué sentido tiene la muerte? Porque, humanamente, parece un sinsentido, un absurdo, pues la muerte viene a romper el anhelo humano de ir más allá de sí mismo, aunque racionalmente entendamos que el fin es algo natural.

Cuando se considera a las personas como algo más que la pura corporeidad y se asume la dimensión espiritual del ser humano, se comprende que las respuestas ante la muerte y su sentido no son algo que podamos crear o producir nosotros y nuestra razón. La muerte es y seguirá siendo un enigma y, por eso, ante ella podemos abrirnos a un misterio que nos sobrepasa: si nuestra condición de creaturas nos conduce naturalmente a la muerte, nuestra condición espiritual rechaza esa dinámica de la ruina del ser humano y de todos sus anhelos y luchas.

Para los creyentes en el Señor Jesús, en la muerte -la nuestra, la que viviremos, y la de otros que hemos amado y ya han partido- no estamos ante la nada, ni el abandono, ni el silencio total, estamos ante el encuentro definitivo con nuestro origen y final, estamos ante Dios. Así, los cristianos acogemos nuestra muerte a la luz de la muerte -también angustiosa y dolorosa- de Jesús, que nos abre a la realidad nueva que se realizó en la resurrección del Señor Jesús y, por El, vivimos en la esperanza que también nos alcanza a nosotros; tal como escribió y vivió el poeta y sacerdote Esteban Gumucio: “algo le ha pasado a mi muerte futura con la resurrección de Jesucristo”.

En palabras de un destacado teólogo alemán: “Dios ama algo más que las moléculas que forman el cuerpo al momento de la muerte. Dios ama a un cuerpo que se caracteriza por un esfuerzo infatigable y por una incesante peregrinación en cuyo curso han ido quedando innumerables huellas… Resurrección significa que nada de esto se ha perdido para Dios, porque Dios ama al ser humano. Dios ha recogido todas las lágrimas y no ha pasado por alto ninguna sonrisa. Resurrección significa que el ser humano ante Dios no sólo reencuentra su último instante, sino que reencuentra toda su historia”. 

Así, la muerte no es una muralla contra la que choca y se destruye la vida, sino que es una puerta abierta a la plenitud de la vida para la que fuimos creados. Es “la hermana muerte”, como la llamaba san Francisco de Asís, que nos abre la puerta de nuestra eternidad.

Pin It on Pinterest

Pin It on Pinterest