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El atentado más sangriento de Escobar: 500 kilos de dinamita, 63 muertos y 700 heridos para matar a su enemigo

Sábado 10 de Diciembre del 2022

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El 6 de diciembre de 1989 un vehículo camuflado como de una empresa sanitaria estalló en Bogotá frente al edificio donde tenía su oficina blindada el jefe de la lucha contra el narcotráfico en Colombia, general Miguel Maza Márquez. La trama secreta del atentado con
el que el jefe del Cartel de Medellín intentó asesinar al hombre que odiaba y que, paradójicamente, también fue su socio.

 

El temblor hizo que la silla del del general Miguel Maza Márquez, director del Departamento Administrativo de Seguridad (Das), con el general sentado en ella, saliera disparada y golpeara contra la pared mientras desde el techo caían pedazos de cielorraso y algunos vidrios de las ventanas estallaban.

Si el general quedó estupefacto pero ileso se debió a que su oficina, en el noveno piso del edificio que centralizaba la lucha contra los carteles de la droga en Colombia, tenía las paredes blindadas. Una protección que nadie más tenía: el temblor que sintió el general mató a 63 personas y dejó heridas a otras 700.

Eran las 7,32 de la mañana del 6 de diciembre de 1989 cuando, nueve pisos más abajo de la oficina del general, en la esquina de la Carrera 28 con la calle 18A de Bogotá, un ómnibus cargado con 500 kilos de dinamita estalló frente al edificio y dejó un cráter de 4 metros de profundidad por 13 de diámetro. La onda expansiva -además de los muertos y los heridos- destruyó la fachada del edificio y derrumbó varias de sus paredes interiores, pero también derrumbó o causó enormes daños en edificios de departamentos, y oficinas de 15 corporaciones financieras, otros tantos bancos, más de doscientos juzgados y 70 fiscalías.

Apenas pudo salir de su estupor, el general abrió la puerta blindada y lo primero que vio fue el cadáver destrozado de una de sus secretarias, más allá había otros muertos y heridos que pedían ayuda. El general siguió caminando y llegó hasta la escalera: su única idea era salir de ahí.

En la Colombia que gobernaba Virgilio Barco, el general Miguel Maza Márquez tenía la fama de ser el enemigo número uno del narcotráfico, con los que libraba una lucha sin cuartel, al menos así lo aparentaba.

Faltaba mucho tiempo para que se supiera que el hombre tenía otra cara debajo de esa máscara implacable: 27 años más tarde, en noviembre de 2016, fue condenado por la Corte Suprema de Justicia por haber colaborado -en una alianza triple entre el Das, carteles del narcotráfico y las Autodefensas paramilitares del Magdalena Medio- con el asesinato del precandidato liberal a la presidencia Luis Carlos Galán, el 18 de agosto de 1989.

Era una alianza por conveniencia y con un único objetivo común: sacar del camino a ese candidato a presidente que prometía terminar con los carteles del narcotráfico, algo que les convenía tanto al Cartel de Medellín, a los paramilitares y también a Maza Márquez.

Cometido el asesinato, la guerra entre ellos continuó y escaló al punto que fue Pablo Escobar Gaviria, el sanguinario jefe del Cartel de Medellín, quien ordenó volar el edificio de la Das, sin que le importaran los daños ni las víctimas, para matar a quien tres meses antes había sido su socio en el crimen.

El año más violento

Los colombianos estaban acostumbrados a vivir en un país donde la violencia era cotidiana desde el asesinato del líder progresista Jorge Eliécer Gaitán en 1948 y con el accionar constante de varias organizaciones guerrilleras, sobre todo las Farc y el ELN.

Desde los 70, la expansión de los carteles de drogas -fundamentalmente los de Medellín, de Cali y del Norte del Valle- provocó una verdadera escalada en los niveles de violencia, potenciados también por el surgimiento de los “paras”, fuerzas paramilitares que los enfrentaban y que terminaron transformándose en otro factor de poder.

En 1986 entró en juego un nuevo actor, conocido como Los Extraditables, en realidad una organización sostenida por los carteles para evitar la extradición de sus jefes a los Estados Unidos, donde estaban acusados de introducir droga.

Su lema era: “Preferimos una tumba en Colombia que una cárcel en los Estados Unidos” y para lograrlo secuestraban políticos, periodistas y personas notables con cuya vida extorsionaban al Estado.

Pero 1989 sorprendió desde el principio con una violencia inédita que se transformaría en el mayor nivel hasta entonces en la historia de Colombia. Ese año quedó claro que el narcotráfico demostró que tenía el poder de entrar “en guerra” contra el Estado.

“Durante muchos años no se apreciaba al narcotráfico en su verdadera dimensión, pero en 1989 queda claro que las esferas de poder estaban permeadas y que el Cartel de Medellín tenía tanto poder para declararle la guerra al gobierno”, explicaba en una entrevista con la BBC de hace unos años el director del Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas de la Universidad de Los Andes de Bogotá, Hernando Zuleta.

Enero arrancó con una masacre cometida por los paramilitares en departamento de Santander. De ahí en más, crecería a niveles nunca vistos. 623 atentados dejaron como resultado aproximadamente 402 civiles muertos y 1.710 lesionados. Alrededor de 550 policías fueron asesinados por Pablo Escobar y el Cartel de Medellín, que pagaban un promedio 2 millones de pesos por cada homicidio. También atentaron con bombas contra 100 supermercados, bancos, colegios, instalaciones eléctricas y telefónicas. El campeonato de fútbol debió ser suspendido por el asesinato de un árbitro que no obedeció sus órdenes.

Hasta diciembre, los picos más altos habían sido el asesinato del candidato presidencial Luis Carlos Galán, en agosto, y el atentado, en noviembre, que hizo estallar en vuelo a un avión de Avianca, con un saldo de 111 muertos.

Así y todo, nadie imaginaba que Pablo Escobar se atrevería a atacar el corazón mismo del organismo del Estado cuyo jefe -supuestamente, como se vería después- encabezaba la lucha contra los cárteles narcos.

Un ómnibus
explosivo

La decisión de atentar contra el edificio de la Das para matar a Miguel Maza Márquez y, de paso, destruir todos sus archivos, fue tomada por Pablo Escobar, El Patrón, y su segundo, Gonzalo Rodríguez Gacha, El Mexicano.

No lo eligieron como blanco solamente por su condición de jefe del organismo sino porque tenían información que lo señalaba como un hombre que, detrás de la imagen de enconado enemigo del narcotráfico, jugaba a favor del Cartel de Cali en la guerra que éste mantenía con el de Medellín.

Escobar le encargó la preparación del plan a uno de sus sicarios de mayor confianza, John Jairo Arias Tascón, alias Pinina.

En un primer momento pensaron una alternativa increíble: utilizar a enfermos terminales de cáncer para que se estrellaran con avionetas, a la manera de los kamikazes japoneses, contra el edificio de la Das. Para que lo hicieran, les ofrecerían entregar sumas millonarias a sus familias, para que vivieran desahogadamente luego de sus muertes, que igual la enfermedad los iba a matar sin pagarles nada. La idea no prosperó simplemente porque no encontraron ningún piloto que tuviera un cáncer terminal.

Decidieron entonces utilizar un ómnibus-bomba con una enorme carga de explosivos para hacerlo estallar frente a la sede del edificio. Para que no despertara sospechas, lo mimetizarían con los que utilizaba la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá.

Una semana antes del ataque, un grupo del Cartel de Medellín robó uno de los ómnibus de la empresa, modelo 1986. En un taller mecánico modificaron el chasis del vehículo para que pudiera aguantar el peso de 500 kilos, la cantidad de dinamita amoniacal que harían estallar.

Hacía meses que otro miembro del Cartel se había puesto “de novio” con una empleada de la Das, a la que poco a poco le fue sacando información sobre las características del edificio. Así, Escobar y sus esbirros supieron que el despacho de Maza Márquez estaba en el noveno piso y que sus paredes estaban blindadas.

Fue ese dato el que los decidió a utilizar semejante potencia explosiva: pensaban derrumbar el edificio entero para que, si no moría por la explosión, Maza Márquez muriera dentro de su oficina por la caída desde el noveno piso.

El atentado más
sangriento

El ómnibus estacionó frente al edificio de la Das poco antes de las 7,30 de la mañana. Ya sabían que Maza Márquez estaba en su oficina. El chofer cerró la puerta y se fue caminando hasta alejarse lo suficiente como para que lo recogiera un auto sin despertar sospechas.

A las 7,32 estalló. No sólo destruyó el frente del edificio y causó estragos en su interior. La expansiva de la explosión de 500 kilos de dinamita llegó a diez cuadras a la redonda, volteando otros edificios y matando a sus habitantes y también a transeúntes.

Hernando Jiménez Ñungo, un detective de la Das estaba en su oficina del quinto piso del edificio cuando escuchó un fuerte estruendo y en cuestión de segundos sintió un estallido en su cara. Luego todo fue confuso, solo veía humo y tierra.

“El rostro me quedó cubierto de cemento, vidrios y tierra. (…) Me quería morir. Sentí que se me estalló el ojo izquierdo, traté de sostenerlo con la mano y de empujarlo. Creí que me podían reconstruir el ojo, por eso nunca lo solté. Era como tener un huevo”, le relató a un periodista del diario El Tiempo.

Después quedó como atontado, sólo recordaba gritos de dolor y el sonido de las sirenas de las ambulancias. “Ahora escucho una ambulancia y me desespero. Estuve en tratamiento psicológico. Solo logré recuperarme gracias al amor de mi familia, y a la idea de querer un país mejor”, contó.

Estuvo internado 180 días y quedó incapacitado para trabajar. “No podían recuperar el ojo. Me sentía muy mal, se me venían muy malos pensamientos (…) Me quería morir, no quería vivir más. Lloraba del dolor”, le dijo al cronista de El Tiempo.

El caso de Jiménez Ñungo es uno de más de setecientos, el número de personas que quedaron heridas en el atentado. Los muertos sumaron 63. El general Maza Márquez, en cambio, pudo salir ileso del edificio, aunque algo atontado.

Escobar y los suyos habían fallado en su objetivo principal, pero el ataque contra la Das le daría una gran victoria a Los Extraditables.

Por temor a otros atentados de ese tipo, el Congreso votó una ley que prohibía la extradición de cualquier colombiano a los Estados Unidos.

Pablo Escobar Gaviría cayó muerto cuatro años después del atentado, acribillado por el Bloque de Búsqueda creado por el gobierno colombiano para encontrarlo y detenerlo. Para entonces tenía planeado escapar a Europa.

El general Miguel Maza Márquez sobrevivió al atentado y también a Pablo Escobar. Hasta 2008 siguió manteniendo su imagen de guerrero implacable contra el narcotráfico. Ese año se lo acusó de haber lavado activos para los carteles de drogas durante su gestión en la Das.

En 2016 fue encontrado culpable, como autor intelectual, del asesinato del candidato presidencial Luis Carlos Galán. La investigación determinó que sus dos cómplices en la planificación de esa muerte fueron el comandante de los “paras” del Magdalena Norte, Henry Pérez Durán, y su archienemigo Pablo Escobar Gaviria.

No los había unido el amor sino el espanto ante la posibilidad de que llegara a la presidencia de Colombia un hombre realmente dispuesto a combatir al narcotráfico.

Infobae

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