Agacharse y mirar desde abajo
En este día de Navidad, luego de la celebración festiva de anoche, todos comenzamos el día un poco más tarde, menos los niños ansiosos por estrenar los juguetes que recibieron. No parece ser un día adecuado para hacer ejercicios; sin embargo, quisiera invitarlos no a un ejercicio físico, sino a un ejercicio espiritual.
Quizás, en el lugar donde estás leyendo estas líneas hay un pesebre que representa el nacimiento del Señor Jesús, y como son figuras pequeñas hay que mirar hacia abajo para verlas bien, y para eso hay que agacharse. Si donde estás no hay un pesebre, trasládate en tu memoria hacia alguno que hayas visto en estos días y -en tu imaginación- mira hacia abajo y agáchate para ver bien.
Hay que saber agacharse para ponerse al nivel de los más pequeños y de todos los que están abajo. Es un ejercicio espiritual tan importante que sin él no logramos comprender la realidad de la vida. Sin este ejercicio de saber agacharse para ponerse al nivel de otros y mirar la vida y el mundo desde abajo, sucede que se hacen proyectos personales o planes sociales, programas, actividades, etc., que resultan inútiles porque pasan a mucha altura por sobre la realidad que viven las personas. Hay que saber agacharse para aprender a mirar la vida desde abajo.
La Navidad es el tiempo más propicio para este ejercicio espiritual y, entonces, la Navidad nos regala su luz y la clave para leer el sentido último de nuestra vida, de nuestra historia y de nuestro futuro, y nos ofrece respuestas a tantas preguntas, dolores y sufrimientos que nos aprietan por dentro.
Hace unos años, el Papa Francisco en un encuentro que tuvo con los niños, los médicos, enfermeras y colaboradores de un centro pediátrico, dijo: “trabajar con niños no es fácil, pero nos enseña tanto. A mí me enseña una cosa: que para comprender la realidad de la vida, debemos agacharnos, como nos agachamos para besar a un niño“. Y siguió diciendo el Papa, que los orgullosos y los soberbios no pueden entender la vida, porque no son capaces de mirar hacia abajo y agacharse: “Todos nosotros tenemos que aprender esta enseñanza: agacharse. Agáchate, sé humilde, y así aprenderás a entender la vida y a entender a la gente”.
Estos días de Navidad son una ocasión preciosa para el ejercicio de agacharse y mirar, y hacerlo no sólo ante los niños, sino también ante los enfermos y los que están postrados, ante los adultos mayores, ante los que están solos, ante los aburridos, ante los desilusionados de todo, ante los que parecen no tener futuro.
Es un ejercicio espiritual que sana las cegueras, que nos pone en nuestro justo lugar, permite escuchar de verdad a otros, nos abre a cosas nuevas y hermosas, y nos enseña a compartir. Para entrar en el sentido de lo que celebramos en Navidad hay que saber agacharse y mirar, ahí recibimos la clave fundamental: Dios nos mira desde abajo, desde el Niño del pesebre y allí nos habla, no con discursos ni doctas explicaciones, sino con un nacimiento: “la Palabra se hizo carne”. Es Dios mismo que comparte nuestra vida, nuestros afanes y preguntas, nuestros dolores e impotencias, y lo hace mirándonos desde abajo. Todo cambia cuando nos sentimos acompañados por Dios que nos mira con amor y camina junto a nosotros. Esa es la luz de Navidad y su buena noticia.
Sólo es posible acoger esa Luz si estamos dispuestos a agacharnos y despojarnos de nuestra “estatura”, de nuestros logros, títulos, negocios, reuniones, viajes, manejos económicos, en fin… tantas cosas que nos mantienen tan ocupados y nos dan una sensación de autosuficiencia.
El ejercicio de aprender a agacharse y aprender a mirar desde abajo nos pone ante las palabras del Señor Jesús: “si no se hacen como niños no entrarán al Reino“. Se trata de aprender a despojarnos de todo lo que nos da “estatura” y nos endurece el espíritu impidiéndonos agacharnos para llegar a Él como hijos amados, necesitados y esperanzados, y así aprender a mirar el mundo y la vida con el Niño que está allí abajo, y con los que están abajo junto con Él.