Declaración de Independencia
Hace 12 años con ocasión de la realización de la Cumbre de las Regiones “Todo Chile es Chile” con la participación de distintas organizaciones regionalistas de Chile, se emitió la Segunda Declaración de Independencia, por la autonomía de las regiones, en el mismo lugar donde se firmara el 1 de enero de 1818 la primera declaración de independencia de Chile.
El desafío en aquel entonces al igual como lo es ahora, es poder estructurar un movimiento regionalista a lo largo de todo Chile, para abrir y activar espacios para la participación ciudadana así como contribuir a terminar con el centralismo en las distintas instituciones, el que ya que es insostenible y no tiene proyección futura. Este sistema genera altos costos y provoca un deterioro creciente de la calidad de vida de los ciudadanos y de su medio ambiente natural y cultural.
El futuro de Chile y sus regiones pasa, por respetar y valorar la diversidad, pasa por un sistema de mayor descentralización en que las comunidades regionales y locales, deben poder controlar y confiar en sus autoridades regionales, comunales y reclamarles resultados. Esto requiere de la libertad para que la región, sus comunas y sus comunidades puedan hacer apuestas de desarrollo, para fomentar inversiones, para innovar en su salud, para hacer política social de integración, para darse una educación que valore su medio ambiente y respete y proyecte su propia identidad social y cultural.
Una institucionalidad regional y comunal que sean una escuela de innovación, colaboración y participación, donde juntos, muchos puedan pensar e imaginar cualquier territorio, desde su diversidad y construyéndolo con todos, para todos y entre todos.
Decíamos en aquel día querer recuperar el valor del arraigo territorial como alternativa a los arrebatos autoritarios y centralizadores heredados, para avanzar en Equidad y Democracia, para revertir los desequilibrios provocados por una historia de país, un modelo de desarrollo social, económico, cultural y territorial al servicio de algunos grupos y de un territorio-ciudad, que nos ha marcado y uniformado.
Tal como ayer, hay que derribar los mitos que limitan mental y organizacionalmente, en cuanto a como se ha estructurado tradicionalmente el país, en aras de un desarrollo armónico para todo el territorio, generando una corriente de opinión basada en un grupo abierto, tolerante y muy diverso, que busque provocar y aprovechar la creatividad e innovación de todos aquellos que se sientan interpretados por un espíritu participativo, descentralizador y regionalista.
Es clave para esto, el poder recuperar una mentalidad republicana basada en un sano orgullo regional y local, que motive la investigación de la historia propia, para reconstruir y enriquecer nuestras historias regionales y nacional, de tal modo que nos permita tener una visión diversa pero compartida para nuestro territorio.
Entre otros se declaraba que, para “evitar que la falta de participación, el autoritarismo y el centralismo que nos agobia termine por colapsar nuestra vida nacional, regional y local, al igual como lo está haciendo con la de los habitantes de la capital,” se aspira a democratizar y diversificar el poder en todos los niveles, como la herramienta efectiva que permita desarrollar armónicamente los territorios y no sólo el de las grandes áreas urbanas.
La unidad en la acción y un estilo basado en un enfoque de largo plazo, que se eleva por sobre los intereses y contingencias políticas legítimas y naturales de la lucha por el poder, así como la diversidad y la tolerancia, eran los referentes de carácter fundacional.