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Elizabeth Taylor, la diva de Hollywood que se casó ocho veces, tuvo siete maridos y un amor platónico

Jueves 30 de Marzo del 2023

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  • El pasado 23 de este mes habría cumplido 91 años una de las actrices más importantes de todos los tiempos. La historia de una mujer que en casi ocho décadas de vida conoció las mieles de la fama y el sabor de las tragedias. Un recorrido por su turbulento paso por el amor: desde casamientos con empresarios veinte años mayores hasta enamorarse de un actor que tenía 44 años menos que ella.

El éxito es un gran desodorante”, dijo la actriz que ganó dos Oscar y recibió un tercero honorífico, justo antes de morir. “Sólo me he acostado con hombres con los que me he casado. ¿Cuántas mujeres pueden decir eso?”, aseguró la mujer que se casó ocho veces y tuvo siete maridos. “Si alguien es suficientemente tonto para ofrecerme un millón de dólares por hacer una película, no soy tonta como para desecharlo”, explicó la artista que cobró esa cifra por protagonizar un filme en 1963. “No creo que el Presidente Bush esté haciendo algo sobre el Sida. De hecho, no estoy segura de que sepa deletrear Sida”, ironizó la activista que se atrevió a hablar de una enfermedad cuando todavía la llamaban “la peste rosa”. “Tengo un cuerpo de mujer y emociones de niña”, reconoció la sex simbol que enamoraba con una mirada de sus ojos violeta. Todas estas frases fueron dichas y vividas por una de las estrellas más brillantes de Hollywood: Elizabeth Taylor, la gran diva que hace unos días habría cumplido 91 años.

Aunque fue la reina de Hollywood, Elizabeth Rosemond Taylor, nació el 27 de febrero de 1932 en la tierra de Shakespeare. “Mi madre dijo que estuve ocho días sin abrir los ojos después de nacer. Cuando los abrí, lo primero que vi fue su anillo de casada y mi suerte estaba echada”, solía contar entre risas. Cuando cumplió siete años, la familia decidió volver a su país porque la Segunda Guerra Mundial estaba a punto de estallar.

Instalados en Los Angeles y alentada por su madre, Liz realizó su primer casting. Su aspecto angelical y su talento evidente lograron que a los nueve años consiguiera su primer rol en There’s one born every minute. Tres años después protagonizó Alma rebelde y Lassie: La cadena invisible. Comenzó a ser una pequeña celebridad, algo que provocó problemas en su casa. Una vez su padre le dio una paliza porque se sentía intimidado por esta niña de 12 años que ganaba más dinero como estrella infantil que él.

Al crecer, lejos de apagar su estrella, Elizabeth Taylor comenzó a brillar y encandilar con un carisma incomparable para la época y una hermosura que pocos igualaban. Tres cosas sorprendían de la diva: lo bien que olía, ya que no salía de casa sin perfumarse, su baja estatura (1,57 m) y sus míticos ojos color violeta. Esa belleza singular era fruto de una deformación natural, una mutación en el gen FOXC2, que derivaba en una doble fila de pestañas, lo que le otorgaba una mirada inigualable y un profundo tono azulado, que sumado a su cabello azabache, producía ese efecto violeta.

Entre las décadas del ‘50 y ‘60, la joven bellísima se consolidó como actriz en films como Gigante, La gata sobre el tejado de caliente y Cleopatra, película que por aquel entonces sería la más cara de la historia y por la que le pagaron un millón de dólares, un récord para esa época.

Con Una mujer marcada, de Daniel Mann, consiguió su primer Oscar y a partir de ese galardón empezó a ponerse en la piel de mujeres de personalidad compleja que se enfrentaban a situaciones difíciles. Su interpretación en ¿Quién teme a Virginia Woolf?, de Mike Nichols, le valió su segundo Oscar.

Si en la pantalla no dudaba en interpretar papeles de mujeres fuertes, fuera del set era lo mismo. Empoderada antes que existiera la palabra no dudó en amar y ser amada.

A los 19 años se casó con Conrad “Nicky” Hilton, heredero de la cadena hotelera. Ella lució un vestido de novia diseñado por Helen Rose, la misma que hizo el vestido a Grace Kelly para su boda en Mónaco. Pero el heredero resultó ser un alcohólico violento, enfermo de celos por el éxito de su mujer a quien agredió en más de una ocasión. Incluso, de acuerdo con Vanity Fair, le ocasionó un aborto de una patada. Nueve meses después de la boda se separaron.

Su segundo casamiento fue con Michael Wilding, 20 años mayor que ella, padre de sus dos primeros hijos, Christopher y Michael Jr. El matrimonio duró cuatro años. Ella adujo que la diferencia de edad había sido un obstáculo insalvable.

Un año después llegó su tercer marido, el productor Mike Todd, 25 años mayor, que para el compromiso le regaló un anillo con un diamante engarzado que valía 240 mil dólares. Tuvieron una exótica boda el 2 de febrero de 1957 en Acapulco. Al marido le gustaba hacer las cosas a lo grande: le festejó el cumpleaños en el Madison Square Garden con 18.000 invitados y televisación en directo. Tuvieron otro hijo pero trece meses después de la boda, Todd murió en un accidente de avión. Liz quedó devastada.

Luego de la muerte de Todd, su amiga, Debbie Reynolds le pidió a Eddie Fisher, su esposo y mejor amigo del difunto que consolara a la joven viuda. Fisher empezó alentándola a que superara el dolor, pero terminó enamorándose de ella. Debbie empezó a sospechar la infidelidad de él y la traición de ella. Lo confirmó cuando la llamó al Plaza Hotel de Nueva York, y le contestó… su marido. Para colmo, escuchó la voz de Taylor que preguntaba: “¿Quién llama, querido?”. A partir de esa situación, a la actriz le endilgaron la fama de “robamaridos”. Pocos sabían que con él sufrió uno de los episodios más violentos cuando le puso una pistola en la sien mientras le decía: “No te preocupes, eres demasiado hermosa para matarte”. Elizabeth contó que estar casada con él era “como un suicidio lento”.

Entonces llegó a su vida Richard Burton y todo explotó. Se conocieron en el rodaje de Cleopatra. El romance surgió cuando Taylor ayudó a Burton a llevarse una taza de té a la boca, porque él, víctima de una resaca, no podía hacerlo solo. Verlo tan vulnerable y terrenal enterneció a la actriz. La ternura viró a pasión, los técnicos chismoseaban que cuando, al final del día, se apagaban las luces y todo el mundo se iba a su casa, en el set todavía podía sentirse la electricidad que provocaban Taylor y Burton.

Para vivir ese amor había un pequeño contratiempo: ambos estaban casados. La relación fue condenada desde todos lados. El Vaticano la calificó de “vagabundería erótica” y Estados Unidos pensó en sancionarlos. Pero los dos siguieron adelante. Pocas parejas lograron atraer la atención de los medios como ellos. “No nos cansábamos nunca el uno del otro. Hasta con los paparazzi colgados de los árboles hacíamos el amor, jugábamos Scrabble, formábamos palabras vulgares, y nunca se acababa la partida. Si te excitas jugando Scrabble, es que es amor”, confesaba la diva.

La primera boda de Burton y Taylor fue en 1964, en Montreal, con una ceremonia privada y escasos invitados. La novia lucía un vestido amarillo de gasa realizado por su diseñadora de confianza Irene Sharaff, el pelo recogido con jacintos y lirios y un collar, regalo de Richard, quien dio un escueto comunicado: “Elizabeth Burton y yo somos muy felices”.

Para finales de la década del sesenta, la pareja se había convertido en una máquina de hacer dinero y sus ingresos se calculaban en más de 200 millones de dólares. Gastaron un millón de dólares por un jet privado, alcanzaron a tener seis casas en diferentes países y compraron obras de Monet, Picasso, Van Gogh y Rembrandt. Sin embargo, sus peleas y los problemas de alcohol de Burton los llevaron a separarse en 1974.

Ya separados durante un año, Burton trató de enamorarla por segunda vez. “Si me dejas, tendré que matarme, no hay vida sin ti”, le escribió en una de las cientos de cartas con las que buscó convencerla. Se volvieron a casar en 1975, aunque el matrimonio sólo duró siete semanas. “Superar a un hombre no es como recuperarse de una gripe. Cada divorcio es como una pequeña muerte”, reconocía ella que pasó de pesar 54 kilos a 90.

Tiempo después entró en su vida John Warner, un político republicano que aspiraba al Senado norteamericano y quien la condujo a la depresión. Su última boda fue con, Larry Fortensky, un obrero de la construcción, 20 años menor, al que conoció en la clínica de desintoxicación. El padrino de la ceremonia fue Michael Jackson; el matrimonio duró cinco años y ella guardó un buen recuerdo: le dejó a su último esposo un millón de dólares en su testamento.

En sus últimos años vivió un amor platónico con el actor irlandés Colin Farrell, 44 años menor que ella. “Era una mujer espectacular. Para mí fue, al menos en mi cabeza, la última relación romántica que he tenido. Aunque nunca se consumó”, contó el actor, que además reveló que ambos mantenían largas charlas telefónicas hasta bien entrada la madrugada. “Hablábamos de todo. Poesía, comida, viajes… No tanto sobre cine. Para desesperación de mis amigos, nunca le pregunté por James Dean o Montgomery Clift. Ella no dormía mucho por las noches, como yo, así que a las dos de la mañana la llamaba. Me sentaba en mi jardín y charlábamos durante horas”, relató el actor irlandés que ese momento tenía 34 años. “La amaba, todavía la quiero, y fui lo suficientemente afortunado para ser su amigo durante los dos últimos años de su vida. Fue una hermosa amistad que me cayó del cielo”, reconoció el actor. “Quise ser el marido número ocho, pero nos quedamos sin tiempo”.

La colorida vida amorosa de la Taylor opacó uno de los aspectos mas destacables de su vida. Fue una de las primeras figuras en apoyar de manera explícita causas humanitarias. En 1984, en los albores de la crisis del Sida, cuando el miedo y el odio relegaban a los pacientes a lo marginal, Taylor se convirtió en la voz que se animaba a hablar públicamente de la enfermedad y pedía ayuda para investigar. Fue la cofundadora de la Fundación Estadounidense para la Investigación sobre el Sida y también la artífice de la Fundación Elizabeth Taylor del Sida. Después de su muerte, el 23 de marzo de 2011, su colección de 250 joyas valuada en 156,7 millones de dólares se subastó para recaudar fondos contra el VIH, como ella quería.

La actriz solía repetir que “se puede ser joven sin tener dinero, pero no se puede ser viejo sin él”. De los 70 dólares semanales que ganaba con su segundo contrato llegó a las siete cifras en poco más de una década. Fue la primera actriz en tener línea propia de perfumes. A mediados de la década del ochenta, salieron al mercado dos fragancias con su nombre que se convirtieron en un éxito. A sus hijos les dejó una fortuna de más de 1.000 millones de dólares en cuentas corrientes, propiedades y joyas.

En una de sus últimas entrevistas, la periodista Barbara Walters le preguntó qué deseaba que dijera su epitafio y la Taylor le contestó: “Acá yace Liz. Ella vivió”. Pero se corrigió. “No, no me gusta Liz. Odio ese nombre. ‘Acá yace Elizabeth. Ella odiaba que la llamaran Liz. Pero vivió’”. ¿Alguien se atreve a dudarlo?

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