La cumbia en Chile 1ª parte
Por Marino Muñoz Agüero
En distintas etapas de nuestra historia se han bailado diferentes ritmos a la hora de festejar algún acontecimiento, o por el sólo hecho de divertirse. En la década de 1960 la cumbia, ritmo originario de Colombia, con variados sub-géneros surgidos a través del tiempo, se incorpora a nuestra idiosincrasia; inamovible, infaltable hasta el día de hoy en cuanta fiesta se precie de tal.
La llegada de la cumbia a Chile se sitúa alrededor de 1963 de la mano de intérpretes extranjeros -principalmente argentinos- como Chico Novarro con “El orangután” y “Quiero un sombrero” o Los Cinco del Ritmo con “El vuelo 502” (“…cantando, cantando, a Mallorca voy…”) y “Los domingos”, erróneamente conocida en la actualidad como “La peineta” (“por eso te aconsejo que vayas a misa..”). También llegaron del vecino país Los Wawancó, conjunto aún vigente, de una trayectoria cercana a los setenta años y una formación en constante evolución, incluso con algunos integrantes chilenos. Los Wawancó destacan por sus notables arreglos instrumentales y vocales y por los sonidos rítmicos en un primer plano; impusieron “La ruana”, “Villa cariño”, “La burrita” (“…el camino es culebrero…”) o “La plena española” (“mira ese barco entrando en la bahía, ahí se va la novia mía…”). Sin embargo, los Wawancó vivieron su mejor momento alrededor de 1975 cuando incursionaron en el ritmo de la cuarteta cordobesa. De esta etapa destacan “El cuartetazo”, “La arañita de Martita”, “Agarráme la escalera”, “Me gusta tu rosa roja” y la versión original de la cumbia “El galeón español”, de la cual son autores.
Pero fueron dos extranjeros avecindados en Chile los que sembraron definitivamente el ritmo en nuestro país. Se trata de Amparito Jiménez y Luisín Landáez. Amparito vino desde Colombia a mediados de los ’60, trayendo la cumbia genuina, triunfó con “La pollera colorá” y “Quiero amanecer”. Poco después llegó el venezolano Landáez que impuso una seguidilla de éxitos: “Palmaditas”, “Los borrachos son ustedes“, “Los domingos”, “La piragua”, “Donde estás Yolanda” y “ Macondo”.
Por otra parte, las cumbias de Mike Laure y Tulio Enrique León se hicieron características de los bajos fondos. Con sus compases movieron las caderas parroquianos y odaliscas en santuarios legendarios como el “Checo” de Talcahuano, el “American Bar” de Valparaíso, el “Tres-tres” de la calle Errázuriz o la “Quinta Normita” de nuestra ciudad, por dar algunos ejemplos.
A fines de los ’70 el sello discográfico nacional “Sol de América” entra al mercado con un nutrido catálogo de intérpretes, muchos de los cuales cultivaban el género de las cumbias rancheras y picarescas sin mayores pretensiones en el aspecto musical y con énfasis en el doble sentido de las letras. Algunos de esos artistas y sus éxitos fueron: Los Luceros del Valle con “La carta Nº 3”, “El chinito constructor” y “El animalito”. Pero los que llegaron más lejos fueron indudablemente Los Hijos de Putre con “Conchita” y “La vieja Julia”, este último fue su gran suceso, no obstante la versión original pertenecía a Los Pájaros Locos, que anteriormente hicieron fama con “Amelia” y “ Mi pajarito”. También destaca Hirohito y su Conjunto con “El viejo lolero”, en una de cuyas estrofas se alude a “Mechupín y Mechupáí”, dos personajes con los cuales se hace un juego de palabras y es el modelo de una de las rutinas de los humoristas “Melón y Melame”. La mayoría de estas composiciones están firmadas por Jacinto Amoroso, pseudónimo de Carlos González, a la sazón contador del departamento de Administración Interna de la Universidad de Chile. Se comenta que en muchos de sus discos los coros estuvieron a cargo de funcionarios de la Casa de Bello; el mismo González acarreaba a sus colegas a los estudios de grabación. Como dato anexo hay que mencionar que González es el padre del conocido comediante Willy Sabor.
Continuará…