Necrológicas

– Ema Santana Santana

– Rolando Barozzi Grandi

– Walter Douglas

La provincia de Magallanes vista a través de la revista “En Viaje” (1933-1973)

Jueves 20 de Abril del 2023

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Los investigadores Carlos Vega Delgado y Carlos Vega Cacabelos nos aseguran que en el índice general de la revista “En Viaje”, que abarca un total de 470 números, se hallan más de 200 artículos escritos sobre Magallanes que bien vale la pena releer o recuperar, para formarnos una idea de cómo renombrados literatos y periodistas imaginaron o vieron a nuestra región, en momentos en que llegar al austro desde el extranjero o desde la zona central del país, se revelaba en extremo difícil, por la escasez de líneas aéreas que hicieran un recorrido regular a la zona y por la dificultad logística que revestía la travesía de hacer el trayecto por tierra. 

En algunos casos, se podía realizar el viaje en tren o en automóvil por vía terrestre hasta Puerto Montt y desde allí, se efectuaba la combinación con los vapores de Ferronave o de la Empresa Marítima del Estado (Empremar), lo que significaba navegar algunos días por los míticos mares del sur y por el laberinto de peligrosos y majestuosos canales, -incluyendo el temido golfo de Penas-, antes de avistar la boca occidental del estrecho de Magallanes. Sólo en contadas oportunidades, los automovilistas decidían acceder a Punta Arenas recorriendo suelo argentino, en un trayecto de más de dos mil kilómetros por las áridas estepas de la Patagonia.

En el prólogo del libro “En viaje. Historias breves de Fuego-Patagonia”, ambos autores nos recuerdan a modo de advertencia, que la revista, en su afán de destacar las bellezas australes, en ocasiones “llevaron a la transformación de mentiras en verdades, que hasta el presente forman parte de la leyenda negra del austro, como se podrá apreciar en el transcurrir de la presente obra”.

Y aunque efectivamente, algunos literatos exageraron cuando escribieron sobre Magallanes, ello no fue óbice para que muchos lectores, tanto nacionales como extranjeros, se interesaran en conocer a la mítica provincia austral. En efecto. Las lecturas de crónicas, relatos y leyendas que tenían como telón de fondo a la Patagonia o al estrecho de Magallanes; a la Tierra del Fuego, el cabo de Hornos o a la Antártida, despertaron el genuino interés en políticos, empresarios, académicos y científicos, que aprendieron a dimensionar e interpretar al habitante del austro con sus problemas y esperanzas. Por lo demás, no debemos olvidar que la revista “En Viaje” fue el medio impreso en que muchos autores iniciaron su trabajo escritural, tal como lo aseveró el Premio Nacional de Literatura de 1998, Alfonso Calderón: “hallaron un lugar, durante los períodos de vida republicana y democrática, la mayor parte de los escritores chilenos, poetas, novelistas, autores teatrales, cuentistas, autores de obras misceláneas, memorialistas, sin trabas de ninguna especie”.

El imaginario
acerca de Magallanes

Una idea que atraviesa el espacio discursivo de los artículos publicados en la revista “En Viaje” y que aluden al austro, tiene que ver inexorablemente, con lo extraordinario del paisaje que circunda a Magallanes. Un ejemplo que ilustra lo que contamos lo hallamos en la crónica de Carlos Díaz Vera, “Los Evangelistas azotado por las 40 Bramadoras. El más pavoroso centinela del mar”, publicada en el N°275 de septiembre de 1956 en donde el periodista alude a la experiencia del famoso navegante argentino Vito Dumas y del miedo que sintió al enfrentar al peñón de dicho faro en plena tormenta: 

“Es tal el horrible estrépito de las olas y el mar que brama y aturde, que el hombre siente su infinita pequeñez y su incapacidad al no tener otra salvación que el milagro y protección de Dios”. 

La preocupación por la naturaleza, la flora y la fauna de nuestra región austral, fue descrita por investigadores y científicos de fama mundial. Una muestra de ello lo encontramos en la arqueóloga de origen ruso Annette Laming, (1917-1977) continuadora de las expediciones realizadas por su esposo, el etnólogo francés Joseph Emperaire, (1912-1958). Laming redactó un extenso artículo publicado en el N°404 de junio de 1967 con el título, “A la búsqueda del misterio fueguino” en que narra lo prístino del inmenso e inexplorado escenario de Tierra del Fuego: 

“Después de una o dos horas de esfuerzos, logramos pasar los 400 o 500 metros de la banda de bosques y llegamos a la zona de vegetación raleada, sin lograr otra cosa que un paseo sobre una verdadera esponja vegetal de madera descompuesta, musgos espesos y pegajosos, chapoteos, burbujas y, rezumamientos en el silencio opaco del sub bosque austral, donde parece no existir la vida animal, ya que no se oye ni el leve crujido de un insecto ni el canto de un pájaro”. 

A su vez, el profesor y escritor Mariano Latorre realizó una detallada semblanza acerca de los pingüinos, el “Pájaro bobo”, o “Pájaro niño” como acostumbraron a cantarle poetas y narradores. El Premio Nacional de Literatura de 1944 reveló en su artículo, “Los puertos de Chile. Aysén y Magallanes”, aparecido en el N°52 de febrero de 1938, una faceta desconocida en ellos:

“En las salvajes escolleras de las costas, en las escotaduras de las playas, los pingüinos reales se amontonan como indias que se aprestan a devorar la ballena varada inesperadamente en la arena. Sus blancas pechugas de raso decoran la árida desnudez de las rocas y sus graznidos, que semejan ladridos de perros rabiosos, vencen, por su continuidad, al rumor de las olas y a los bramidos de los lobos que se aman entre espumas y algas marinas”.

El poblamiento de la Patagonia y la vida de sus primeros habitantes, ha sido históricamente motivo de controversias, concebidas en parte, por la literatura europea del siglo XVI, por las crónicas redactadas por escribientes que acompañaron a las expediciones de los navegantes, por algunos arqueólogos que efectuaron investigaciones en terreno a fines del siglo XIX y por los estudios difundidos, por sacerdotes que interactuaron con los indígenas. Al respecto, Francisco Coloane sintetizó un capítulo referido al origen del mundo en la cosmovisión selknam, en su artículo “Mitología de Tierra del Fuego”, editado con el N°414 de abril de 1968:

“Timaukel es el ser supremo. El que no se nombra. El que está más arriba de las estrellas. Ha sido siempre ´kaspi´, espíritu y por eso es inmortal. Oye y ve todo. Lee el pensamiento. Creó la tierra sin formas y el cielo sin estrellas”. En su relato, Coloane hace hincapié en ciertas similitudes que alcanzan las leyendas de los selknam con ciertos pasajes de la cultura cristiana occidental y continúa: “Después ordenó a Kenós, su ayudante, que ordenara el mundo como le conocemos. Kenós llegó al Onasín (tierra de los onas), tomó dos puñados de barro de un pantano y los apretó hasta formar con ellos un órgano genital masculino y otro femenino y los colocó uno al lado del otro y se fue. En la noche se juntaron e hicieron el primer hombre. Noche a noche hicieron a un hombre o a una mujer, y así el Onasín se fue poblando”.

El escenario fantasmagórico que rodea al estrecho de Magallanes con su historial de naufragios, salvatajes y actuaciones heroicas de marineros, ha llenado miles de páginas de la literatura chilena y universal. Un tópico recreado por novelistas y cronistas regionales como Osvaldo Wegmann, Silvestre Fugellie, Francisco Brzovic, entre otros, nos remiten invariablemente a la época de los grandes veleros –cuyos restos se pueden observar como un verdadero cementerio natural en un recorrido por el estrecho-, o de los primeros buques a vapor que surcaron los mares australes con sus personajes legendarios repletos de anécdotas, pero también, de mitos, supersticiones y fantasmas. Uno de ellos, la figura de un marinero del antiguo velero “Andalucía”, llamado primigeniamente “Ville de Mulhouse”, fue recuperado por René Peri Fagerstrom en su crónica denominada “Los últimos veleros del Estrecho” editada con el N°412, en febrero de 1968:

“De noche es más entretenido –dice el cabo Mora-. Entonces se pasea el “Pat´e Palo”. Porque, como todo buque que se respete, el “Ville de Mulhouse” tiene fantasma propio. Seguramente el ánimo de algún marinero bretón que todavía recorre sus viejas canchas”.

La ciudad de los
Césares y la Antártica

La leyenda en torno a “La ciudad de los Césares” o de la ciudad encantada se multiplicaron desde que se dieron a conocer en Europa las crónicas de los escribientes de las primeras expediciones a la Patagonia. Lo más significativo vino después. De todas las versiones que se conocieron, se aceptó la historia del naufragio ocurrido en el estrecho de Magallanes con la expedición de Francisco de Camargo en enero de 1540, cuyos sobrevivientes se habrían internado al interior de la Patagonia y en un punto de la cordillera de los Andes, después de trabar amistad con los indígenas, fundaron una ciudad que con el transcurso de los años, se convirtió en una urbe colmada de oro y de plata, donde sus habitantes vivían en perfecta armonía y disfrutaban de la eterna juventud. 

La llegada de los jesuitas a Chiloé en 1609, y el posterior establecimiento del Colegio de esa orden religiosa en Castro, implicó la organización de sucesivas misiones con el propósito de hallar la ciudad fabulosa hacia el lago Nahuelhuapi, en el sector que hoy comprende a la ciudad argentina de Bariloche y hasta las inmediaciones del estrecho de Magallanes. Entre las exploraciones consignadas se cuentan, la de Diego Flores de León en 1621; la del alférez Diego de Vera, que en 1639 incursionó hasta el mencionado estrecho, retornando a Chiloé con un indígena quien, aseguraba que en la Patagonia vivían hombres con blancas barbas, similares a las que se dejaban los españoles; o la del capitán Rodrigo Navarro en 1641, que acompañado de siete embarcaciones y de ochenta hombres, además del sacerdote Jerónimo de Montemayor, cruzaron el istmo de Ofqui al sur, hacia los mares australes y, a unas leguas de alcanzar el estrecho, debieron luchar contra gigantes, presumiblemente patagones, retornando después de muchos contratiempos a Chiloé.

Otros misioneros se concentraron en explorar la cordillera de los Andes y alrededores. Uno de los casos más icónicos lo constituyó, las tres expediciones efectuadas por el sacerdote Nicolás Mascardi entre 1670 -73. Se agregaron más tarde, los viajes de otros frailes como Felipe van den Meren en 1704, que luego de encontrar varios paisajes fabulosos por su vegetación, afirmaba tener la certeza de que la ciudad famosa se hallaba en esas proximidades y la de Segismundo Guell en 1766, la última llevada a cabo por clérigos de la Compañía de Jesús.

Tras la expulsión de los jesuitas de Chile en 1767, sacerdotes franciscanos españoles del Colegio de Santa Rosa de Ocopa del Perú, apenas retomaron las misiones en Chiloé continuaron con la búsqueda de los “Césares”. Influenciado por los estudios científicos e hidrográficos del alférez José de Moraleda y Montero, fray Francisco Menéndez, convencido que la misteriosa ciudad había sido construida por españoles sobrevivientes, provenientes tanto del estrecho de Magallanes como del sitio de Curalaba (1598), solicitó financiamiento al virreinato de Lima para efectuar cuatro grandes exploraciones hacia Nahuelhuapi entre 1791 y 1794, las que describió en su Diario, lo que alimentó la creencia sobre una ciudad encantada en la Patagonia.

La mayoría de estos escritos fueron explicados por el provincial de la orden franciscana en Chillán, Honorio Aguilera Chávez (1889-1958). En un artículo publicado con el N°262 en agosto de 1955, asegura que los sobrevivientes de las poblaciones “Nombre de Jesús” y “Rey don Felipe”, liderados por los capellanes de ambas ciudadelas y guiados por Dios, al cabo de quince días, encontraron en medio de dos lagos un sitio paradisíaco para vivir: “Allí se quedaron y formaron una ciudad encantada con calles de porcelana y surtidores de leche y miel, con casas de balcones de oro, ventanas y puertas de plata, guarnecida de fosos con puentes levadizos y defendida con poderosa artillería”.

En tanto, Sady Zañartu, Premio Nacional de Literatura de 1974 relató en el N°29 de marzo de 1936, los pormenores de un vuelo de reconocimiento en la zona de Nahuelhuapi para encontrar a un misionero capuchino alemán desaparecido quince años antes: “El piloto de un avión que incursionó desde Temuco hasta Llanquihue, aseguraba haber cruzado una isla de la tierra, rodeado de fosos y de oscura maraña. Volando sobre ese lugar, que su carta no consultaba, se imaginó ver cúpulas de templos o palacios, pero, como en ese instante, el avión cayó en un pozo de aire tuvo que impulsar su máquina fuertemente para recobrar altura”.

Mientras que el tema antártico fue tratado por varios autores, entre ellos, Marcel Peju, Charles Antoine, Raúl Hederra, Hugo Ercilla Olea, Raúl Morales Álvarez, Manuel Rojas, Francisco Coloane. El continente helado fue desmenuzado en algunos artículos, desde una perspectiva histórica y literaria; desde la descripción fantástica emanada de los relatos de Julio Verne hasta la documentación científica aportada desde fines del siglo XIX que nos asegura que en un plazo razonable, la Antártica será el más importante proveedor de alimentos de la humanidad, como lo explicó Manuel Rojas, en un texto editado con el N°414 en abril de 1968. 

Autores chilenos son los que más han escrito sobre el denominado “sexto continente”. Eugenio Orrego Vicuña, “Terra Australis”; Óscar Pinochet de la Barra, “La Antártica Chilena”; Salvador Reyes, “El continente de los hombres solos”; Miguel Serrano, ¿Quién llama en los hielos? Francisco Coloane, “Los conquistadores de la Antártida”. En este sentido, recordemos que Punta Arenas fue la ciudad que cobijó a los grandes exploradores antárticos con sus tripulaciones: Nordenskjold, De Gerlache, Cook, Charcot, Amundsen, Scott, Shackleton, Ellsworth, Byrd. Todos estos acontecimientos validaron la iniciativa chilena de incorporar a la soberanía nacional en plena Segunda Guerra Mundial, una parte del territorio antártico. Un militar, el entonces coronel del ejército chileno, Ramón Cañas Montalva, presentó al gobierno del presidente Pedro Aguirre Cerda en 1940 un significativo estudio titulado “La Zona Austral y el futuro de Chile” en que recupera los conceptos del libertador Bernardo O´Higgins que ya en 1831 advertía sobre los “derechos” de Chile en la Antártica. Escribe Cañas Montalva en el N°227 de septiembre de 1952:

“Para él, (O´Higgins) nuestro límite austral, alcanzaba al sexto continente, como hoy se le llama a la Antártica de que nos ocupamos: o Territorio Chileno Antártico, como queremos llamarle, buscando un nombre que, sin perder –en expresión geográfica como en propiedad política-, facilite su denominación”.

Lo que falta
por investigar

Por último, recogemos la inquietud que Vega Delgado y Vega Cacabelos expresan en el prólogo de su investigación. Existen al menos, otros ciento cuarenta artículos escritos y publicados en la revista “En Viaje”, referidos a Magallanes que ameritan su lectura.

Los autores nos comparten un anexo con los títulos, números, fechas, autores y numeración de las páginas que se pueden rastrear en el Índice general, que como señalamos, fue diseñado por personal de la Biblioteca Nacional, como el N°124 de febrero de 1944, dedicado a la región, en que hallamos, entre otras rarezas, “5.000.000 de kilos de carne frigorizada de Magallanes consume actualmente Chile”; “Con 10° bajo cero, Magallanes hace deporte al aire libre”; “Zorros plateados y azules, nueva industria magallánica”. 

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