Paloma antártica, centinela de la diversidad viral en el continente blanco
En su calidad de “reciclador” de la naturaleza, la paloma antártica está aportando a las investigaciones sobre los nuevos virus presentes en el continente blanco.
De nombre científico Chionis albus, esta especie se alimenta de animales muertos que pudieron o no haber tenido enfermedades o infecciones. De allí su calificativo de “centinela” de la diversidad viral.
“Esta habilidad le permite albergar en su flora intestinal una diversidad viral de todos los animales que consumió. En nuestra investigación logramos encontrar virus de algas, crustáceos, mamíferos marinos, aves e incluso virus humanos, que fueron obtenidos al comer desechos humanos como las heces”, explicó el Dr. Gonzalo Barriga Pinto, virólogo del Instituto de Ciencias Biomédicas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile e investigador del Programa Nacional de Ciencia Antártica del Instituto Antártico Chileno (Inach).
El Dr. Barriga lidera el proyecto “Ruta migratoria molecular de virus emergentes: Papel de Chionis albus como reservorio en el transporte de virus con riesgo zoonótico al cono sur”.
En un reciente informe de prensa, el Inach comunicó los avances de dicha investigación, cuyos resultados fueron publicados recientemente en la revista Microbiology Spectrum en el artículo científico “Carroñeros como posibles centinelas de la diversidad viral: El viroma de la paloma antártica como una herramienta potencial para monitorear la circulación de virus. Lecciones de dos expediciones antárticas”.
En tal artículo, se indica que los investigadores consiguieron analizar la diversidad de virus presentes en la flora intestinal de la paloma antártica, ya que contiene virus de otros animales que consumió y que van desde mamíferos marinos a anfípodos.
Barriga explicó que de este trabajo se pudo obtener un espectro completo de los virus presentes en los animales del continente blanco”.
Estas aves se infectan por sus hábitos alimenticios que van desde comer heces de otros animales a ingerir carcasas de animales, algas y crustáceos. A pesar de ello, hasta la fecha no se ha observado que tengan síntomas clínicos, debido a que los carroñeros tienen sistemas digestivos y sistemas inmunes reforzados para no enfermarse. “No obstante, esto podría producir que la paloma antártica pueda transmitir estos patógenos a otras especies con las que convive muy cerca, como el pingüino”, dijo.
Expediciones
El equipo de Barriga ya ha participado de tres expediciones científicas antárticas (Eca) del Inach, lo que les ha permitido llegar a punta Armonía, en la isla Nelson, y dos veces al islote Isabel Riquelme, donde se ubica la base O’Higgins y donde han podido realizar la detección de virus en terreno, ya que ese lugar cuenta con laboratorio.
En este proyecto, su trabajo consiste en capturar la paloma antártica y tomar dos tipos de muestras: una de sangre y un hisopado cloacal. La primera muestra se utiliza para identificar los anticuerpos del ave asociados a virus como influenza o coronavirus y para la segunda se emplean técnicas moleculares para enriquecer la muestra en virus; luego por técnicas de secuenciación masiva pueden identificar la diversidad viral. “Finalmente, teniendo la diversidad viral, utilizamos técnicas de aislamiento viral para caracterizar virus endémicos o introducidos en Antártica”, señaló Barriga.
Centinelas de la
diversidad viral
Barriga y su equipo se autodenominan “virólogos de terreno” y su trabajo lo llaman “ecovirología”, pues su enfoque va dirigido hacia la conservación biológica. Estudian a estas aves porque son una especie modelo para el estudio de patógenos en el continente polar. “Ya que a diferencia de los pingüinos, la paloma antártica puede migrar hasta zonas subantárticas, incluso hasta Patagonia durante el invierno. Esto asociado a sus hábitos carroñeros lo vuelve en un tremendo espécimen para estudiar la entrada de patógenos nuevos a Antártica”. Además, añade que son consideradas una especie centinela ya que “si entra un nuevo patógeno al continente (en algas, mamíferos o aves) y produce un impacto negativo en Antártica, su habilidad de comer carcasas de animales nos entregará información del virus ingresado”, manifiesta.
Frente a un escenario futuro alertan que el cambio climático, con los efectos que conlleva, permitirá (y ya está permitiendo) que nuevas especies ingresen a la Antártica, introduciendo patógenos nuevos con potencial impacto en la fauna del territorio.
Por eso la vigilancia viral será fundamental en Antártica y el mundo. “El reciente brote de influenza por el virus subtipo H5N1, amenaza con entrar en Antártica y podría causar un efecto dramático tanto para las aves como para los mamíferos marinos antárticos. El vigilar los carroñeros antárticos y pensar en ellos como centinelas será un excelente indicador de lo que esté pasando a nivel de patógenos en el continente antártico”, manifiesta Barriga.
Respecto al avance de la gripe aviar y su posible llegada a las regiones extremas del planeta, advierte que “a la fecha existen múltiples aves y mamíferos infectados con este virus y la mortalidad de pingüinos por este virus ha sido impresionante; esto pone en riesgo la avifauna y a los mamíferos antárticos. Aún así ya nos encontramos trabajando con el Instituto Antártico Chileno para ayudar en la detección de este virus, ya que la distribución hace pensar que este virus llegará a Antártica en la siguiente temporada de migraciones”, cierra el investigador.
En el artículo también participaron Gabriel Zamora, Johana Loncopán, Loreto Araos, Francisco Verdugo, Cecilia Rojas-Fuentes y Aldo Gaggero del Laboratorio de Virus Emergentes del Instituto de Ciencias Biomédicas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile; Sebastián Aguilar Pierlé de Inorevia, Francia, y Lucas Krüger de Inach.