Del cambio al colapso climático: el peso de la realidad
A comienzos de septiembre la Onu comunicó: “El clima está implosionando más rápido de lo que podemos hacer frente, con fenómenos meteorológicos extremos que afectan a todos los rincones del planeta”. Si bien hemos sido testigos de acontecimientos cada vez más frecuentes relacionados con desastres climáticos, dos situaciones han alertado de manera especial: la elevada cantidad de emergencias climáticas graves que en forma simultánea se han observado en el mundo, con un marcado recrudecimiento que antes no se había vivenciado con tal intensidad; y las temperaturas más altas que se tiene registro en el Hemisferio Norte, con un verano que ha agobiado a una importante cantidad de naciones. Varios científicos han concordado que el cambio cada vez entrega demostraciones más extremas, al punto de expresar que tanto la velocidad como generalidad de estos efectos ya se podrían identificar como un proceso de colapso.
Más allá de reforzar o cuestionar estas afirmaciones, ya que es una temática compleja cuya voz autorizada debe ser entregada a expertos, me permito expresar algunas reflexiones acerca de la mentalidad con que las personas en general abordan un tema de tal trascendencia, como es el equilibrio que como especie establecemos con la naturaleza.
A pesar que cada vez se demuestra mayor evidencia acerca de los efectos de la quema de combustibles fósiles cuya dinámica lleva décadas, además de la contaminación que transversalmente ha invadido gran parte de nuestro entorno; las consecuencias no se vivencian en el mismo momento en que agredimos a la naturaleza, lo que provoca en la mayoría de las personas una falta de cuidado en su actuar. Si a esta manera de pensar concreta y carente de claridad en la proyección futura, agregamos que la naturaleza humana posee una parte autodestructiva y egoísta, es que nos podemos explicar, por ejemplo, la acumulación de basura en lugares que deberían ser para el uso de toda la comunidad. Relacionado con esto, caemos en el efecto de intrascendencia de nuestra propia conducta y sus efectos si tenemos la idea que los demás no respetan normas mínimas de cuidado y convivencia, por ejemplo, al ver un lugar sucio en la calle la mayoría de las personas piensa que otro debería limpiarlo y no reviste perjuicio arrojar una basura más al montón, pues otros ya lo hicieron y no habría gran diferencia. Sólo una parte de la población respeta a la naturaleza en ausencia de sanciones, estableciendo un paradigma que el entorno está al servicio propio y no al revés.
De esta manera se han establecido políticas de industrialización que han carecido de un desarrollo sustentable durante mucho tiempo, en que las potencias mundiales han fomentado una cultura del consumo que parecía no presentar consecuencias colaterales que nos rebotarían alguna vez, o en su defecto pasarían en mucho tiempo más. Pero lo que estamos observando, experimentando y sufriendo ahora, es producto de un funcionamiento basado en la ignorancia, indiferencia, egoísmo, ambición, negligencia y soberbia, de un sistema que criticamos, pero al mismo tiempo mantenemos al no estar dispuestos a ceder comodidades y privilegios que se consideran derechos adquiridos, más aún cuando estas dinámicas negativas las atribuimos a otras personas en lugares y tiempos distantes a una propia autoevaluación benigna.
Será interesante medir en las personas, y especialmente en las autoridades responsables de las políticas de desarrollo, el efecto de la expresión “colapso climático” en su intención de conductas pro ambientales. Esperemos que las hipótesis resulten más optimistas que la realidad actual.