La importancia del marco
Me encuentro haciendo una estadía de investigación en Cambridge, la segunda universidad más antigua de Inglaterra y la tercera del mundo, después de Bolonia y Oxford. El cliché de que la tradición se respira en cada rincón es cierto, así como también que quienes llegan a estudiar o trabajar aquí adquieren rápidamente una pátina de privilegio justificada por 814 años de historia.
Claro está, no es difícil sentirse parte de una élite cuando de las paredes del college donde uno vive cuelgan retratos de los ex-residentes, muchos de ellos caracteres de enciclopedia que hicieron alguna contribución a la historia universal (con Newton a la cabeza), o cuando la hora del café matutino se anuncia haciendo sonar la campana del barco que el expedicionario Scott usó en su épico viaje a la Antártica.
Cuando se visita un lugar así, el peso de la prueba está en el visitante si quiere demostrar que bajo las formas deslumbrantes no siempre se encuentre un contenido sólido; que una charla dada en algún seminario inaugurado por algún ilustre filósofo pueda ser nada menos que brillante; o que un libro publicado por su casa editorial (la más antigua del mundo) sea “promedio” y no excepcional. Es difícil mostrarse crítico cuando lo que se quiere criticar ya parece validado por el lugar mismo en el que ocurre.
Esto me ha hecho reflexionar sobre la importancia del marco y lo que revela sobre la dificultad de acercarse a la utopía de la objetividad. Quienes trabajan en la academia, tanto como los visitantes de una galería o las cumpleañeras abriendo sus regalos, no evaluamos contenidos en abstracto: los contenidos siempre están puestos en un contexto, y ese contexto determina—inconscientemente o no—la manera en que los percibimos y evaluamos. Así, una charla de calidad normal se puede transformar en fantástica, cuando el lugar en que se da fue habitado por próceres intelectuales; un cuadro mediocre puede alcanzar precios estratosféricos si se lo ubica en una galería estratosférica; y un regalo simple puede parecer el más sofisticado de todos si se lo envuelve bien.
La moraleja, a mi parecer, es que no debemos bajar nunca la guardia, y debemos estar tan atentos al contexto como al mensaje. Más importante aún, debemos mantener despiertas nuestras capacidades críticas y evitar que éstas sean suavizadas, debilitadas o insegurizadas por el entorno. Una de las cosas que más me ha costado aprender y que aún estoy en proceso de aprender como académica es confiar en el juicio propio, independiente de lo que digan la sala y las circunstancias. Y venir a un lugar como Cambridge es una práctica excelente para afinar esta cualidad, precisamente porque lo imponente del marco nos puede hacer perder fácilmente la vista de lo que lleva adentro.