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Chile ¿Woke o Antiwoke?

Por Eduardo Pino Viernes 3 de Mayo del 2024

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La utilización de anglicismos en nuestro idioma se ha ido incrementando en las últimas décadas. Lo que antes se consideraba una siutiquería, ahora se utiliza de manera espontánea y natural en diversos ambientes y de forma habitual, ya sea por impartir un mayor énfasis en las expresiones, comodidad en el ahorro del lenguaje o incluso adoptar una fantasía de pseudo bilingüismo.

El concepto “woke” se acuñó en los años sesenta, como rechazo al racismo de la sociedad norteamericana hacia los negros. Se traduce como “desperté”, destacando que es el tiempo pasado del verbo “wake”, refiriéndose al repudio ante la discriminación y el llamado a la integración y conciencia social. En la última década ha resurgido de la mano de “Black Lives Matter”, ante algunos abusos a la comunidad afroamericana, pero también se ha extendido a otras causas relacionadas al progresismo, como es el feminismo, minorías sexuales y pueblos originarios, entre otras.

Lo interesante es que este concepto presenta atribuciones valóricas totalmente contrapuestas según quien lo utilice: mientras para la gente de Izquierda es sinónimo de estar “consciente de temas sociales y políticos, en especial del racismo”, atribuyendo valores altamente deseables y positivos; los partidarios de Derecha y más conservadores opinan que “esta palabra a menudo se usa con desaprobación por parte de personas que piensan que otras personas se molestan con demasiada facilidad por estos temas, o hablan demasiado sobre ellos de una manera que no cambia nada”, en una clara alusión denostativa. Curiosamente, ambas acepciones se encuentran desde el 2017 en el Diccionario Oxford, es decir, el concepto va a comprenderse como un halago o un insulto dependiendo de las ideas que se tengan, en una de las tantas paradojas que nos entrega la semántica aplicada a lo pragmático en el uso del lenguaje.

Pero el uso lingüístico no surge antojadizamente, ya que es el resultado de los cambios en las percepciones de los fenómenos sociales que rápidamente surgen, llegan a su apogeo, se distorsionan en ocasiones y en otras simplemente se apagan, según las vertiginosas y convulsas contingencias.

Es que más allá de los tecnicismos, el wokeismo y el antiwokeismo reflejan fielmente la realidad social, política y valórica del mundo en general, y nuestro país no se encuentra al margen. Mientras los orgullosamente woke se autodefinen con una elevada conciencia y sensibilidad social, superiores moralmente, defensores de los menos favorecidos y rebeldes ante las normas abusivas que impone la sociedad; los antiwoke advierten del fanatismo extremo de sus adversarios que pasan de las buenas intenciones a ideologías manipuladoras que pretenden implementar políticas totalitarias que atentan en contra de la libertad y una productividad real que fomente el bienestar verdadero de las personas. Donde algunos ven y valoran la denuncia de la homofobia, el racismo y la misoginia, otros alertan acerca de la “cultura de la cancelación”, en que todos deben atenerse y repetir el mismo discurso para no ser acusados de negacionistas según la hegemonía social de turno. Cuando se analiza este funcionamiento sistémico, tantas veces repetido a lo largo de la historia, no podría extrañarnos que los extremos tiendan a radicalizarse cada vez más, en predisposiciones que apuntan más a la fanatización (y por ende a la violencia ya que las emociones priman por sobre la razón), que al dialogo necesario para una adecuada convivencia.

Según analizan algunos expertos, hemos pasado en los últimos años de un orden más tradicional, a una irrupción rápida del wokeismo casi sin contrapeso, reflejado en las nuevas generaciones especialmente, para hace poco observar un mayor contrapeso del antiwokeismo, especialmente animado por las falencias fácticas presentadas por una corriente que ha colisionado permanentemente entre el idealismo y la realidad, cayendo en exageraciones que se contraponen incluso al sentido común. Es tan global la naturaleza de estos movimientos que se ha acuñado el concepto de “batalla cultural”, pues cada vez nos hacemos más conscientes que no sólo es la contingencia del poder de turno, sino un paradigma de cómo se comprenderá la sociedad en general. El tiempo nos dirá si el estilo de vida que iremos adoptando será producto del consenso de las interacciones naturales, o la imposición de la tendencia que anule o minimice a la otra. ¿Y usted, donde estará?         

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