Análisis: desde Venezuela a la Antártica, inconsistencias de nuestra primera línea de defensa
- Antipatía por la Argentina de Milei, tolerancia con el Irán de los Ayatolas y la Venezuela chavista.
Prof. Dr. Jorge G. Guzmán
Universidad Autónoma de Chile
La dura (e instintiva) reacción del gobierno ante comentarios de una ministra argentina sobre la presencia de agentes de Hezbolá en el norte de Chile, dejó entrever no sólo la epidérmica antipatía que el Ejecutivo chileno profesa por su par trasandino, sino que permitió adivinar la preocupación que el discurso neo-conservador y nacionalista -que ha hecho de Javier Milei Presidente de su país- genera en el oficialismo chileno.
Esto es especialmente así en la perspectiva de las elecciones regionales y municipales de este año, antesala de la elección presidencial y parlamentaria del próximo.
En lugar de solicitar aclaraciones y/o cooperación por la vía diplomática reservada, el gobierno optó por una publicitada ‘Nota de Protesta’, que parece haber sorprendido al gobierno argentino. Este, en vista de que se trata de una cuestión cuyos detalles son reservados, optó por dar explicaciones y ofrecer más datos. Más tarde la propia ministra argentina entregaría antecedentes durante una corta visita al país.
Todo indica que, como otras, la inteligencia argentina posee información factual sobre actividades de agentes iraníes que -a través de Bolivia y Paraguay- desde Chile se desplazan hacia la denominada triple frontera (Paraguay, Argentina y Brasil), un far West en el que células yihadistas ya han sido documentadas. Por décadas analistas de defensa sospechan de la presencia de nacionales iraníes con vínculos con ciertos personajes criollos, simpatizantes de Venezuela y de la Bolivia plurinacional.
Los comentarios de la personera argentina ocurrieron en el contexto de la sentencia judicial que sindicó a Hezbolá y a Irán como responsables del ataque terrorista contra la Amia (julio de 1994), que en el centro de Buenos Aires masacró a 85 personas, y produjo cientos de heridos. El antisemitismo de la administración Boric y su política exterior turquesa se esforzaron por ignorar esa sentencia para, victimizándose, focalizar la atención en la supuesta naturaleza impropia del comentario sobre la presencia de yihadistas en nuestro norte. Por su parte, la diplomacia turquesa evitó elaborar sobre la gravedad de la amenaza para la paz mundial representada por el reciente masivo ataque iraní sobre Israel.
Mientras nuestra embajada en Teherán funciona normalmente, esa diplomacia mantiene silencio frente a la situación de decenas de mujeres y niños israelíes que, desde octubre 2023, son rehenes de Hamás. Seguimos observando cómo, privados de sus derechos humanos, esas personas son moneda de cambio de una organización terrorista usada como arma arrojadiza por Irán. Mientras Chile alega contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia, en Santiago el gobierno y su servicio exterior progresista siguen manteniendo un silencio cómplice frente a una violación flagrante de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
La implícita simpatía de la diplomacia chilena con Irán (y a la larga con el yihadismo) es, por default, complementaria a su tolerancia con el régimen venezolano, no obstante los múltiples y graves hechos y circunstancias que lo sindican como elemento de la desestabilización social de nuestro país.
A cambio, hemos sido expuestos a la impostada candidez de ministros, subsecretarios, diputados y alcaldes oficialistas (entre ellos, los inventores del derecho a migrar), que prefieren olvidar que fue el propio vicecanciller venezolano quien intentó hacernos querer creer que el Tren de Aragua no existe (tampoco existirían los 38 imputados del clan los Gallegos, que mantienen bajo a amenaza a jueces, fiscales y ciudadanos de Arica).
El gobierno y su Cancillería confían en la colaboración venezolana para esclarecer asuntos tan luctuosos como el secuestro, tortura y asesinato de un militar con residencia legal en Chile, que antes de su ajusticiamiento (ocurrido en una toma de inmigrantes ilegales), era buscado por el régimen venezolano. Parecen querer invitarnos a olvidar que -desde aquel memorable por qué no te callas del rey Juan Carlos a Hugo Chávez (Santiago 2007)-, los chilenos sabemos que la política exterior chavista funciona vía la descalificación, el intervencionismo y la mala fe.
Bolivia, plataforma de servicios del crimen organizado
Al igual que Hamás es un arma arrojadiza de la geopolítica iraní, el régimen de Maduro convirtió a Bolivia en una plataforma para el crimen organizado y la inmigración ilegal que afligen a los chilenos.
Entre los nuevos socios de Bolivia se cuenta Irán, que, como la Rusia de Putin, es un reconocido aliado estratégico de Venezuela. Recientemente el gobierno de La Paz firmó un acuerdo de cooperación militar con el régimen de los ayatolas, que el gobierno chileno insiste en desestimar como amenaza para nuestra propia seguridad.
Incluso más: la respuesta de nuestra diplomacia consistió en profundizar el apaciguamiento con Bolivia, queriendo creer que su actitud concesiva, o morigerará las aspiraciones geopolíticas de La Paz, o mejorará la voluntad de sus autoridades para cooperar en materias tan graves como el robo de automóviles y el contrabando, el narcotráfico y el negocio de la inmigración ilegal.
Todo esto mientras siguen ocurriendo incidentes fronterizos, que incluyen periódicos disparos en contra de la policía chilena.
La mesa está servida para un incidente de mayores proporciones.
Mientras la Cancillería espera que esto último no ocurra, y la administración Boric concede a su par boliviano facilidades adicionales para su tráfico terrestre hacia Tarapacá y Antofagasta, el crimen organizado de inspiración chavista sigue aprovechando territorio boliviano para proyectar sus negocios desde Arica a Magallanes.
El costo sobre la calidad de vida de los chilenos es incalculable.
El fenómeno
Argentina de Milei
La tolerancia con Irán, Hamás, Venezuela y Bolivia contrasta con la anotada antipatía hacia la Argentina de Milei, cuya política exterior no tiene, ni mucho menos, epicentro en Chile, pues se focaliza en reposicionar al país como parte de Occidente (en el sentido político, geopolítico y cultural de la expresión).
Un elemento principal de esa política consiste en la reconstrucción de las confianzas con Washington y el resto de las capitales occidentales. La acelerada modernización de sus Fuerzas Armadas es un subproducto de esa política.
En el mismo marco se inscribe la visita de la jefa del Comando Sur de las FF.AA norteamericanas a Ushuaia, ocasión en la que, en presencia de Javier Milei, se anunció una base conjunta en el sector argentino del canal Beagle (proximidades de Puerto Williams).
Si bien, en contexto, más que una base parece tratarse de un depósito de apoyo logístico para operaciones antárticas, la efusividad de Milei facilitó que en Chile el anuncio se leyera como una amenaza. Mientras que cierta prensa y opinólogos ad hoc interpretaron que se trataba de un preparativo para un nuevo conflicto bilateral, otra vez el gobierno argentino evitó elaborar sobre el tema.
Ello debido a que -en contexto- comentar comentarios chilenos es inconducente e innecesario. En la perspectiva argentina, la disputa con Chile sobre las respectivas proyecciones hacia la Antártica deberá resolverse en el marco del sistema de solución de controversias prescrito en el Tratado de Paz y Amistad de 1984, cuya Comisión de Conciliación, a petición de Buenos Aires, fue convocada en 2023.
Eso luego de que dicho país objetara la actualización de la proyección de nuestra plataforma continental de 200 millas al oriente del -en la nomenclatura argentina- meridiano del cabo de Hornos.
Argentina sostiene que esa longitud fija la separación entre los océanos Pacífico y Atlántico, por lo cual Chile no puede aspirar a territorios -incluidos los submarinos- al Este de esa coordenada.
Chile nunca otorgó ninguna validez a esa hipótesis.
Si en un mapa el lector verifica la proyección hacia el Polo Sur del citado meridiano del cabo de Hornos, observará que, conforme con la tesis argentina, la Antártica Chilena queda reducida al sector oceánico al occidente de la Península Antártica. Si esto es así, entonces la diplomacia del vecino no necesita hacerse cargo de los comentarios y la antipatía de la administración Boric y su diplomacia turquesa.
No es descartable que la réplica argentina a la antipatía chilena ocurra, precisamente, en el ámbito de las cuestiones de límites pendientes en la Patagonia, el mar Austral y la Antártica. La diplomacia turquesa no está, ni de lejos, preparada para esta circunstancia.
Es evidente que, en materia de defensa del interés nacional de largo plazo, nuestra primera línea de defensa se empeña en no asumir que, en el mediano y largo plazo, un desafío geopolítico fundamental se localiza -junto con el todavía no resuelto asunto Campo de Hielo Sur- muy al sur de Santiago.
Ensimismada en profundizar una agenda universalista y declarativa, simpatizar con la causa palestina (con Hamás, Hezbolá y la teocracia de los ayatolas), e intentar un equilibrio imposible con el chavismo y la Bolivia plurinacional, esa supuesta política no es sino un popurrí de artificios que, una y otra vez, exteriorizan improvisación y torpeza, desconcierto e incoherencia o, si usted prefiere, una preocupante pobreza conceptual.
Baste recordar que, si en el episodio audio/barco inglés, el anterior secretario general de la Cancillería confesó un favor al gobierno peronista de Alberto Fernández, que pudo importar una violación de la neutralidad permanente del estrecho de Magallanes (Tratados de 1881 y 1984), el actual secretario general es uno de los gestores del acuerdo de cooperación con Venezuela, a través del cual el gobierno cree asegurar cooperación para resolver -post facto- problemas que mantienen alarmados a los chilenos.
Todo esto confirma que la política exterior turquesa no es, en sentido epistemológico, una política. No es más que una sucesión de actos tardíos e inconexos, omisiones y errores catastróficos que, por acumulación, lesionan el interés permanente de Chile.
En ese enorme hándicap (ausencia de una doctrina, principios intelectualmente sólidos y objetivos de larga duración) se origina la debilidad del análisis de contexto y de prospectiva que afecta a la diplomacia nacional (y por extensión, a la acción exterior del gobierno).
Esto que ocurre después de décadas de intervencionismo sobre el servicio diplomático perpetrado por todos los partidos políticos, que eliminó la meritocracia y catalizó trenzas de correligionarios y amigos para facilitar el ascenso a los puestos de mayor responsabilidad de funcionarios bien conectados. La evidencia
reiteradamente confirma que los actuales diplomáticos de mayor rango (los empleados públicos mejor pagados) carecen de las cualidades intelectuales para asesorar eficientemente a presidentes y ministros.
A ello hay que agregar el mesianismo narcisista de algunos cancilleres que, por décadas, evitaron hacerse cargo de problemas estructurales y de larga duración, especialmente la complejidad de la amenaza chavista, las múltiples facetas del irredentismo boliviano, y la amenaza para la paz y la seguridad regional derivada de las cuestiones pendientes con Argentina en la Patagonia, el mar Austral y la Antártica.
FUENTE: Infobae