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  • Lorenzo Barrientos Vito

Un episodio religioso poco conocido

Por Jorge Abasolo Jueves 27 de Junio del 2024

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Cuando uno se pone a escrutar la historia de las instituciones, es frecuente encontrarse con hechos insólitos, dignos de ser incorporados a la Enciclopedia Guinness.

En el caso de la Iglesia Católica les contaré que el Papa Alejandro I ( ¿ -115) ocupa un lugar destacado en la historia del pontificado ¿Motivo?  Fue el que introdujo el uso del agua bendita y la comunión con pan ázimo (sin levadura) y vino aguado en el ritual de la Santa Misa alrededor del año 100 de nuestra era, y murió como mártir. No sé sabe la razón pero este Papa fue arrojado a un horno del que salió ileso, aunque posteriormente fue decapitado.

Este macabro relato fue lo único que se me ocurrió como prefacio para lo que quiero narrarles y que forma parte de la historia del Chile no ficcionado.

Partiré admitiendo que la relación del chileno con la religión es más de forma que de fondo. No hay casa en Chile donde no haya una Biblia. Pero el dueño de casa mantiene ese libro de la misma forma que a su mujer: un poco abandonada pero siempre a la mano.

Durante el siglo XIX la Iglesia aún no estaba separada del Estado, lo que derivó en una serie de trifulcas difíciles de conjurar. El gobierno de Manuel Montt (1851-1861) pasó más de un mal rato por lo mismo.

A su vez, a nivel de los grupos sociales de la elite había existido, a partir de 1850 una áspera competencia intelectual, contraria a la Iglesia, por conseguir el poder. No sólo la Masonería se opuso a la Iglesia Católica. Grupos liberales y laicos (come frailes) muy influenciados por el positivismo, le dieron como caja al poder clerical.

Estos desencuentros y grescas llegaron a su apogeo el año 1913.

Ocurre que la Santa Sede había nombrado como internuncio a monseñor Enrique Sibilia, que jamás se adaptó a la idiosincrasia chilena y se sentía tan  incómodo por estas tierras como payaso en un velorio. El primer error de Sibilia fue pedir la renuncia de monseñor Ignacio González Eyzaguirre, un curita muy popular y querido por la chusma. Ello derivó en un doble problema. Por un lado pasaba a llevar el derecho de patronato, ya que tal decisión tenía que ser consultada al gobierno. El segundo error fue de que monseñor González Eyzaguirre era un cura muy querido por todos los estamentos sociales, admirador de la Encíclica Rerum Novarum y amigo de sacerdotes de gran prestigio como el padre Vives Solar, que era un gran enemigo de los ultramontanos, es decir, del pechoñismo. La zafacoca fue de menor a mayor y en un momento fue la noticia más comentada de la ciudad. Todo esto llegó a las calles, donde el alumnado de la Universidad de Chile robó el sombrero de monseñor Sibilia y al día siguiente pasearon un burro por las calles de Santiago con ese sombrero.

Un diario de la época llegó a escribir que monseñor Sibilia era de tan pocas luces y desubicado, que un simple burro había hecho más noticia que él.

La trifulca llegó a tal extremo que Sibilia tuvo que regresar a Roma…para no volver  nunca más.

Del burro, no tengo idea que habrá pasado con él.

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