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  • Lorenzo Barrientos Vito

Identidad… a la chilena

Por Eduardo Pino Viernes 20 de Septiembre del 2024

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La identidad es un concepto muy relevante para las personas y los grupos, ya que se refiere al conjunto de características o rasgos que le confieren una particularidad autopercibida que influirá de manera muy relevante en sus actitudes, predisponiendo tendencias conductuales que se evidenciarán en la experiencia. En una persona, la identidad se desarrollará especialmente en su adolescencia para estabilizarse en la etapa adulta. Si ya este proceso resulta complejo, en un vaivén constante entre la necesaria estabilidad y los inevitables cambios que se presentarán en una experiencia tan fascinante como dura, pero necesaria al adquirir a través del aprendizaje las capacidades para asumir una autonomía cada vez más responsable; es que podemos proyectar lo difícil de este proceso en los grupos, comunidades e incluso naciones, donde la inherente heterogeneidad viene a complejizar los sistemas que componen el entramado social.
Aprovechando la celebración de Fiestas Patrias XL de este año, no vienen mal algunas divagaciones que vayan un poco más allá de las tradiciones propias de septiembre.
Generalmente, colocarse de acuerdo en la identidad de una nación resulta complicado debido a que los consensos requieren que, al compartir una misma historia, las visiones deben resultar comunes. He ahí que pareciera, cada vez más, observarse una mayor polarización de estos puntos de vista, en parte por el paso de tiempo o intereses particulares, con análisis carentes muchas veces de racionalidad y exceso de emocionalidad escasamente funcional. Para nadie resulta extraño la pérdida del diálogo necesario para llegar a estos puntos en común, ya que las partes están convencidas de la legitimidad de sus argumentos. Cuando no sólo se busca establecer temáticas específicas con intereses propios, sino replantear paradigmas sociales que cuestionan modelos de vida, su resultante natural es la inestabilidad. Esta se puede enfrentar de mejor manera cuando los intereses superiores de las personas se priorizan en las decisiones y dinámicas relacionales; pero cuando no es así, inevitablemente el caos primará, llevando a crisis cada vez menos abordables. Si bien los conflictos debiesen resultar en oportunidades para mejorar u optimizar los funcionamientos, se requiere de algo que en la actualidad merece reparos cada vez más sorprendentes: marcadas crisis en la credibilidad de las instituciones.
Sin lugar a dudas, ése es el gran desafío que nos toca enfrentar en nuestros días, que por lo demás no tiene nada de nuevo, ya que cíclicamente enfrentamos escenarios históricos relativamente parecidos. Pero a cada generación que le ha correspondido asumir estos cambios, pareciera evidenciar síntomas parecidos: invulnerabilidad ante las amenazas que en el pasado sus antecesores ya experimentaron, con la típica aseveración de “a nosotros no nos va a pasar”. De ahí que, a pesar de las diferencias tecnológicas principalmente, la naturaleza humana pareciera no aprender de su historia y su inexorable rotativo.  

Algunos analistas expresan que, en general, las naciones latinoamericanas viven una constante crisis de “identidad adolescente”, repitiendo ciclos y no aprendiendo de sus vecinos respecto a sus frecuentes y costosos errores. Durante décadas, como país nos convencimos que estábamos fuera de esa ecuación, que éramos el alumno aventajado y envidiado de la clase, que nos quedaba chico el barrio y debíamos mirar a otras latitudes para compararnos con otras vecindades. Hoy, poco de eso nos queda, con una autoestima más esmirriada y el desencanto de la desilusión, al comprobar que las limitaciones que observábamos y criticábamos en nuestros vecinos, estaban más arraigadas en nuestro funcionamiento de lo que imaginábamos. 

El gran desafío de nuestra identidad como país pareciera estar en volver a creer en lo que somos y podemos llegar a ser, enfrentando escenarios complejos que no sólo nos competen a nosotros, pues el mundo nos entrega muestras cada vez más claras de una transición con un destino aún reservado. Al igual que nuestra selección, nuestra realidad social y política dista bastante de mejores tiempos, que cronológicamente no fueron hace tanto, pero mental y espiritualmente nos parecen cada vez más distantes. Por eso, proyectar nuestra identidad al futuro requiere de la mayor grandeza, apertura y generosidad posible por parte de nuestros líderes y autoridades para volver a encontrarnos. Que así sea.

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