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“La pérdida de influencia de Chile en la Antártica demanda una revisión urgente de las estrategias de inversión y desarrollo, que están castigando la competitividad ante las iniciativas argentinas. Si Chile no articula una respuesta coherente y proactiva, perderemos influencia en el continente blanco ante un vecino que capitaliza la desorientación de nuestro gobierno y saca provecho de las oportunidades geopolíticas”

Chile necesita un “Pacto de Estado antártico”

Por Alejandro Kusanovic Domingo 22 de Septiembre del 2024

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El Presidente argentino Javier Milei anunció una inversión de US$160 millones de dólares para concretar la construcción de la base naval integrada en Ushuaia, anunciada en conjunto con Estados Unidos en abril pasado. El proyecto apunta a fortalecer el polo logístico de Ushuaia, y desarrollar la Base Antártica argentina Petrel, sus dos pistas de aterrizaje, muelle y edificios que darán cabida a múltiples actividades, con el fin último de fortalecer el eje Ushuaia-Antártica. La base en Ushuaia sería de carácter civil, y su objeto es operar como almacén logístico para las bases antárticas, sean argentinas, norteamericanas, europeas, etc.., mientras que Petrel -que no sabemos si cuenta con el visado del Protocolo al Tratado Antártico sobre Protección del Medio Ambiente de 1991-, operaría como centro de operaciones logísticas, científicas y turístico-comerciales.

Las inversiones argentinas en el austro son parte de una política de Estado que trasciende gobiernos y diferencias ideológicas. Es clara la voluntad argentina de fortalecer el eje Ushuaia-Antártica para suplir sus debilidades estratégicas por el conflicto con el Reino Unido y desde hace algunos años con Chile por el dominio de la plataforma continental magallánica. También revelan el alineamiento con EE.UU. como respuesta a la alianza cultivada por el kirchnerismo con China y Rusia. Argentina convierte el espacio austral en un botín geopolítico sin visión estratégica y menos aún bajo una óptica de largo plazo, pues deja de lado a Chile y digita una grieta que beneficia a potencias que usufructúan de esta desavenencia.

La posición de liderazgo que Chile alcanzó en la Antártica hasta fines de los ochenta, terminó por fracturarse como resultado de políticas que acogieron visiones universalistas y dejaron de lado el interés nacional. El balance en estas dos últimas décadas es de una dramática pérdida de vigor del territorio austral como eje central de la soberanía antártica chilena. Que el Estado chileno no haya sido ni siquiera capaz de concluir el camino que permita unir por Tierra del Fuego chilena al estrecho de Magallanes con el canal Beagle, exhibe las graves fallas de comprensión austral que tienen las actuales generaciones políticas. Si a eso se agregan las fallas de las pistas de aterrizaje del aeródromo Teniente Marsh en la Antártica  -inaugurado en 1980 con una visión geopolítica clara-, y de Puerto Williams, o la frivolidad y torpeza estratégica de insistir en el Centro Antártico de Punta Arenas, cada día más lejos de la Antártica y menos competitivo por los avances tecnológicos, es evidente el extravío y la desconexión entre las necesidades geopolíticas y las decisiones políticas adoptadas en la capital y avaladas por el gobierno regional. 

La pérdida de influencia de Chile en la Antártica demanda una revisión urgente de las estrategias de inversión y desarrollo, que están castigando la competitividad ante las iniciativas argentinas. Si Chile no articula una respuesta coherente y proactiva, perderemos influencia en el continente blanco ante un vecino que capitaliza la desorientación de nuestro gobierno y saca provecho de las oportunidades geopolíticas. 

Chile necesita con urgencia un “Pacto de Estado” en el desarrollo logístico y operativo en la Antártica. En juego está una de las regiones más estratégicas del planeta.

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