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Chile y Argentina: no hay otro camino que el diálogo y la integración

Por Alejandro Kusanovic Domingo 1 de Diciembre del 2024

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Se cumplieron 40 años de la firma del Tratado de Paz y Amistad (TPA) entre Chile y Argentina, calificado por fuentes expertas como la piedra angular de la relación moderna entre Chile y Argentina. Un tratado que sobrevivió al anonimato político al que lo condenaron sucesivos gobiernos tras la recuperación democrática, ya que al igual que la Constitución vigente, lleva el sello del gobierno militar. Su reflotamiento político no sólo tiene que ver con sus 40 años de vida, sino a la clara convicción de su crucial importancia para las relaciones bilaterales.

Quienes crecimos y vivimos verdaderamente el conflicto de 1978 en nuestra querida Región de Magallanes lo hicimos con tensión y preocupación, no sólo porque lo percibimos en nuestra vida cotidiana, sino porque de haber ocurrido se habría comprometido una vértebra fundamental de nuestra raíz magallánica: la profunda e histórica integración entre los pueblos patagónicos y fueguinos de nuestros dos países. Así como en aquellos años, los bochornos de esta semana exponen la desorientación estratégica de ambos gobiernos en torno al papel central de la australidad en este nuevo orden global y nuestras debilidades como países periféricos. La relación entre Chile y Argentina se fortalece a medida que la cordillera se adelgaza hacia el sur, y la paz austral constituye un patrimonio cultural y un bien inmaterial del que ambas capitales (y gobiernos) debiesen ilustrarse mejor, ya que las controversias actuales no expresan la urgencia de apurar el tranco de un diálogo estratégico de cara a los próximos 40 años.

Las desavenencias entre los presidentes Boric y Milei se arrastran desde hace meses, cuando el nuestro protestó ante las acusaciones del segundo por las supuestas operaciones del grupo terrorista Hezbollah en Chile. La misma sensibilidad surgió con el incidente de los paneles solares argentinos construidos en territorio chileno, habitado desde hace décadas por destacamentos de ambas Armadas, que no tenían claro la frontera en ese lugar. La desusada reacción de nuestra ministra de Defensa ante la presencia de aviones desconocidos sobrevolando el estrecho de Magallanes, la impropia visita “privada” de Milei a Chile, sus incontinencias verbales, los cruces durante la reunión del G-20 en Brasil, etc.. terminaron por cultivar un ambiente indecoroso, primero en el Vaticano ante Su Santidad y luego en el canal Beagle.

A estas alturas es evidente que las diplomacias de ambos Estados no estuvieron a la altura de lo que el grueso de ambos pueblos esperaba: simplemente recordar y vivir la paz. Asomó una rusticidad y una tosquedad desconocida en la relación bilateral, que fue acompañado por un tono grosero y agresivo que debe cesar. Delante de nosotros tenemos desafíos que superan con creces las capacidades de países periféricos como los nuestros. Un solo ejemplo, el mismo país (Rusia) que dice haber hallado petróleo bajo la plataforma continental chilena (y que Argentina también reclama), y que mantiene una flota de una decena de rompehielos (varios de ellos nucleares), es el mismo que quebrantó el derecho internacional atacando a Ucrania, y que no trepidará en transgredirlo de nuevo para privilegiar sus ambiciones en el continente blanco. Es sólo la punta del iceberg de una era con potencias más rapaces, más ambiciosas y agresivas ante lo que ofrece el extremo austral de ambos países. Ante ello, no queda otro camino que más diálogo y más integración entre nuestros dos países.

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