Ecos del “operativo Soberanía”
El miércoles 20 de diciembre de 1978 era el día “D” para los argentinos. La Junta Militar había dado su visto bueno al “Operativo Soberanía” que pretendía resolver por las armas el diferendo con Chile por el canal Beagle. Previamente el gobierno de Buenos Aires desechó por “insanablemente nulo” el fallo arbitral de Isabel II que, conforme a lo establecido en los “Pactos de Mayo” de 1902, debía resolver pacíficamente la controversia.
En el extremo sur del continente, una tormenta obligó a postergar las acciones. “El mar agitado, el viento y las fuertes lluvias, se indicó años más tarde en un recuento del diario Clarín, evitaron que los infantes de marina navegaran sus lanchas de desembarco hacia las islas y tampoco permitió el accionar de los buzos tácticos. Olas de hasta 12 metros frustraron el inicio de la guerra”.
El jefe de un regimiento en la cordillera, citado por Clarín, confirmó que en la noche del 22, dos días después, sus patrullas cruzaron la frontera y entraron en Chile. “Gracias a Dios no apareció ningún chileno. Creo que los chilenos se retiraron a modo de precaución porque sabían que el problema podía solucionarse. Eso fue muy inteligente de parte de ellos”.
La verdad es que la tormenta de ese miércoles de diciembre y los buenos oficios solicitados al Papa Juan Pablo II, detuvieron definitivamente el avance argentino. Además del desembarco en islas chilenas al sur del Beagle, los planes militares consideraban una arremetida desde Neuquén para “cortar en dos” nuestro país.
La mayoría de los chilenos no se enteró de la inminencia del peligro. En Magallanes se tomaron precauciones como pintar con cruces rojas el techo de los hospitales y se puso en acción en la frontera un contingente militar, muchos de ellos jóvenes conscriptos. La opinión pública, sometida desde 1973 a una severa censura, fue mantenida al margen.
Como periodista de la revista Hoy, gracias a una invitación del capitán Constantino Kochifas, tuve la oportunidad en octubre de ese mismo año de navegar como turista en el Skorpios. Fue un plácido viaje rumbo a la laguna San Rafael… hasta que, una tarde, sin advertencia previa, nos encontramos inesperadamente con gran parte de la escuadra chilena.
El régimen estaba alerta. Y, también, el sólido poder espiritual de la Iglesia Católica.
El cardenal Raúl Silva Henríquez abrió el camino durante la coronación de Juan Pablo II, ese mismo octubre. En una salida de protocolo, se permitió pedir la ayuda al nuevo Pontífice. Aunque nunca se reconoció públicamente este gesto, su audacia dio comienzo de una serie de negociaciones en las cuales un papel decisivo le correspondió al cardenal Antonio Samoré.
El resultado fue que en 1984 se firmó el “Tratado de Paz y Amistad de 1984”. Se le define como el “marco referencial y permanente de la sólida relación entre ambos países”.
También sabemos que la celebración de los 40 años de ese documento estuvo empañada por la reticencia de Javier Milei. Meses antes los cancilleres de los dos países habían empezado el trabajo para la ocasión. Pero hubo problemas, empezando por la destitución de la ministra argentina Diana Mondino y, como se alegó más tarde, por el “desencuentro” de los presidentes Gabriel Boric y Javier Milei en el G-20 en Río de Janeiro. En el Vaticano tampoco estuvo Gerardo Werthein, el nuevo ministro de Relaciones Exteriores.
Paradojalmente, el argentino de más alto rango fue el Papa Francisco.