Necesitamos incertezas
Crecí en una época en la cual la educación superior era muy restringida, ingresé a estudiar Derecho cuando sólo existían 9 escuelas en Chile y en un lustro llegaron a ser más de 80; crecí en un tiempo en el cual el domingo era de juegos en la calle y en el parque y no de visitas al mall; crecí en una sociedad que estaba constituida por ciudadanos que estaban ávidos de expresar su opinión política por medio del voto en las elecciones luego de un triste período de oscuridad; crecí en una familia monoparental en la cual la madre se hizo cargo de tres hijos generando el ejemplo de padre y madre como tantas mujeres en la década de los ochenta; crecí en un mundo oscuro que nos ofreció una luz que poco a poco se fue generando e iluminando la sociedad para generar un espacio de discusión y desarrollo en democracia en el cual cada parte debía ceder a parte de sus legítimos intereses para mejorar nuestras condiciones de vida y desarrollo, porque, como dijo un dirigente estudiantil de los 80, la política no se trata de imponer, sino de dialogar, convencer y ser convencido.
Nuestros hijos han crecido en otro sistema educacional, en otro tiempo, en otra sociedad, en otro concepto de familia, en fin, crecieron en otro mundo, ni mejor o peor, pero diferente al nuestro.
Es por lo señalado que poco a poco cedo, voy renunciando a opinar sobre un sistema que cada vez es menos mío, pues lo vivirán mis hijos y mis nietos; por lo demás, en el camino de la vida, pasados los cincuenta años, se empieza a bajar la colina después de subirla y, es más agradable, disminuir la velocidad para disfrutar el paisaje antes de nuestra inevitable partida.
Habiendo declarado que este ya no es mi tiempo, con respeto, en libre plática, y esperando la tolerancia que de un tiempo a esta parte escasea en lo cotidiano y particularmente en lo político, me atrevo a manifestar una legítima preocupación respecto de un síntoma que puede dar cuenta de un problema mayor en nuestra sociedad: la ausencia de incertezas, de ignorancia o desconocimiento, pues cada vez que escucho la interacción de las personas existe menos diálogo, hay una mayor agresividad en la interlocución y una menor disposición a escuchar.
En efecto, si antes estábamos ávidos de conocimiento, conocedores de nuestra ignorancia y dispuestos a encontrar el conocimiento de parte de quienes lo tienen, hoy todos son especialistas en todo, todos tienen la razón en los que dicen y así se opina de medicina, de derecho, de ética, de física, astronomía, política internacional y los más diversos tópicos, descalificándose de inmediato a quien opina distinto y asegurando la efectividad de las afirmaciones que cada uno profesa. Lo señalado ha excluido el diálogo, la conversación, la humildad al reconocer desconocimiento de un tema, la ausencia de orgullo cuando alguien tiene la razón y, por sobre todas las cosas, los consensos que descansan en el convencimiento que todos somos portadores de una parte de la verdad, verdad que empleamos o debemos emplear en una mejor vida para todos, en lo político, en lo científico, en lo social, incluso en lo emocional.
La explicación del fenómeno puede ser multicausal originado en: la movilidad social que ha permitido el sistema de educación superior abierto, el delicado tránsito del ciudadano al consumidor, la existencia de un sistema de información casi instantáneo con los buscadores de internet y tantas otras, pero es preciso indicar que ningún ser humano y ninguna sociedad avanza con certezas (que además son discutibles), pues se avanza con la necesidad de conocer y de descubrir, en colectivo, en conjunto y con el bien común como objetivo final de nuestra búsqueda.
Necesitamos incertezas, para excluir la soberbia, promover el diálogo y mejorar la convivencia. Necesitamos las incertezas para ser un poquito más felices.