Necrológicas

La profecía ante el Emperador

Por Marcos Buvinic Domingo 26 de Enero del 2025

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Es mundialmente conocida la arrogancia del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y sus amenazas de usar su poder contra todos los que, a su juicio, son un peligro para la grandeza de su país: los migrantes, los delincuentes, los “izquierdistas radicales” -como los llama-, las minorías sexuales y los terroristas.

Pero, hasta hace unos días no era conocida la voz profética de Marian Budde, la obispa episcopaliana (así se llaman los anglicanos en USA) que en la liturgia interreligiosa realizada el martes pasado en la Catedral de Washington, como parte de los actos del inicio del mandato de Trump, levantó su voz firme y serena en defensa de todas las personas que tienen miedo de Trump y sus proyectos, especialmente las minorías sexuales y los migrantes.

Sin duda, Trump, que tiene mayoría en la Cámara de Representantes y en el Senado, y cuenta con el apoyo de la mayoría conservadora de la Suprema Corte de Justicia (¡ay, la politización de la justicia!) se siente poseedor de un poder que le permite desplegar su voluntad casi sin contrapesos, y sintiéndose investido de una misión “mesiánica”, diciendo que “hace unos meses, en un bonito mitin de Pensilvania, un grupo de asesinos me perforó la oreja. Pero mi vida se salvó por algo: Dios me salvó para hacer a USA grande de nuevo”.

Pero, la obispa Budde le recordó públicamente a Trump, que se declara cristiano presbiteriano, que “nuestro Señor nos enseña que tenemos que ser misericordiosos con los extranjeros, pues todos fuimos extranjeros en esta tierra”. Con voz suave y firme, Budde dirigió a Trump una súplica: “En el nombre de nuestro Dios, le pido que tenga misericordia con las personas que ahora tienen miedo en nuestro país”.

Fue emocionante escuchar a la obispa Budde hablar con la serena y potente voz de los profetas de toda la historia, y recordar así a Juan Bautista hablando a Herodes y al Señor Jesús ante Pilatos. Doy gracias a Dios por la vocación profética de esta obispa de su Iglesia que, también, es historiadora y es una madre y abuela de 65 años. Le pido al Señor que todos los cristianos vivamos nuestra vocación profética con esa misma fuerza y claridad para proclamar la verdad o defender la dignidad de otras personas, especialmente los más débiles. Porque eso es lo que quiere el Señor: “¡cómo quisiera yo un pueblo de profetas!” (Núm 11, 29).

Ciertamente, fueron muchos más los que hicieron oír su voz ante el sufrimiento y el temor de quienes son acosados por las políticas crueles y discriminatorias de Trump, entre ellos algunos obispos católicos de USA y el mismo Papa Francisco. Pero le correspondió a la obispa Marian Budde ser la voz de los sin voz ante el arrogante Trump, el cual la descalificó diciendo que era alguien desagradable y exigió que le pidiera disculpas, a lo cual Budde respondió que no lo hará, porque “no siento que haya necesidad de disculparse por una solicitud de misericordia”, en la cual ella decía:

“Permítame una última súplica, señor presidente. Millones han puesto su confianza en usted. Y como dijo ayer a la nación, usted ha sentido la mano providencial de un Dios amoroso. En nombre de nuestro Dios, le pido que tenga misericordia con la gente que está asustada en nuestro país: gays, lesbianas y niños y niñas transgéneros en familias demócratas, republicanas e independientes. Algunas de ellas temen por sus vidas.

Y le pido misericordia con la gente, la gente que recoge nuestros cultivos y limpia nuestros edificios de oficinas, que trabajan en las granjas de pollos y en las plantas envasadoras de carne, que limpian los platos después que comemos en los restaurantes y que trabajan en los turnos de noche en los hospitales. Puede que no sean ciudadanos que tengan la documentación adecuada, pero la vasta mayoría de inmigrantes no son delincuentes: pagan impuestos y son buenos vecinos, son fieles miembros de nuestras iglesias, mezquitas, sinagogas o templos.

Le pido compasión, señor presidente, con quienes en nuestras comunidades tienen miedo de que se lleven a sus padres, y que ayude a quienes huyen de zonas de guerra y persecución en sus propias tierras a encontrar compasión y que sean bienvenidos aquí. Nuestro Señor nos enseña que tenemos que ser misericordiosos con los extranjeros, pues todos fuimos extranjeros en esta tierra. Que Dios nos conceda la fuerza y la valentía para honrar la dignidad de todos los seres vivos, decir la verdad unos a otros en amor, y caminar humildemente unos con otros y con nuestro Dios. Por el bien de toda la gente de esta nación y del mundo. Amén”.

Y me despido de los amables lectores hasta el mes de marzo.

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