Necrológicas

Cuando la poesía es una trinchera

Por La Prensa Austral Domingo 27 de Abril del 2025

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Por Cristián Morales C.
Librería Leo el Sur

 

 

No es casualidad que Enrique Lihn y Nicanor Parra estén juntos en una estantería de la librería Leo el Sur. No es un gesto decorativo ni una coincidencia alfabética. Es un acto deliberado. Una alineación subversiva. Una grieta, abierta con intención, en el muro de lo establecido. Porque cuando la poesía es un grito al sistema, el estante no es un mueble: es una trinchera.

Ambos, Lihn y Parra, escribieron desde los márgenes. Desde esa incomodidad que no cabe en el molde ni en la retórica del poder. Desde un lugar que no pide permiso. Lihn con su poesía existencial, ácida, lúcida hasta el hueso. Parra con su antipoesía que dinamitó la solemnidad, que le quitó el aura al poeta y lo bajó del pedestal para mostrarlo humano, contradictorio, irónico. “La poesía murió, señor ministro, en manos de ustedes”, escribió Parra, y no era un epitafio: era una acusación.

Ambos tensaron la lengua. Ambos llevaron la forma al límite para que el fondo pudiera estallar. En cada verso hay una resistencia, un acto de sospecha, una fisura por donde se cuela lo que incomoda. No es poesía que adorne, sino poesía que raspa. Que saca astillas. Que impide el descanso.

Parra —el físico, el matemático, el antipoeta— nos enseñó que se puede hablar de lo sagrado sin solemnidad, que el humor puede ser una herramienta para decir verdades insoportables. “No soy el dueño de las cosas / ni siquiera dueño de mis propias contradicciones”, dejó escrito, casi como un manifiesto de honestidad brutal. En su obra Artefactos, la poesía se volvió objeto detonante, pequeño artefacto explosivo escondido en una taza de té.

Y Lihn —el artista que renunció al pincel para alargar la palabra— cuestionó todo: la literatura, la ideología, la muerte, el propio oficio de escribir. “La poesía no sirve para nada / sin embargo la vida no vale nada sin ella”, anotó en La musiquilla de las pobres esferas, dejándonos esa contradicción como herencia, como espejo que no permite mirar sin ser mirado.

Es por eso que están ahí, juntos, en una estantería de Leo el Sur, en la Galería Gran Palace. Porque ese espacio no acomoda: sacude. Porque si algo compartieron Lihn y Parra fue la certeza de que la poesía debía incomodar, debía intervenir del odio”, dejó dicho Lihn, sin suavidades, sin concesiones. , debía resistir. “Yo escribí en contra mía, contra ti, contra todos. / Fue un dictado

Ambos desconfiaron del decorado. Ambos le sacaron la careta al lenguaje y dejaron ver lo que hay detrás: el absurdo, el dolor, la lucidez que arde. “Se sugiere a las nuevas generaciones / tener presente que el antipoeta / pese a su apellido / jamás ha sido parra con nadie”, advirtió Nicanor con la puntería del que no olvida que también se combate con palabras.

La poesía, en sus manos, no fue una zona de confort. Fue trinchera, barricada, campo minado. Y por eso esa estantería, al sur del mundo, en Leo el Sur no es una más. Es un espacio de memoria activa. Un lugar donde la palabra sigue disparando.

Porque cuando la poesía es un grito al sistema, no cabe en vitrinas ni bibliotecas mudas: se instala donde incomoda. Donde hay que elegir entre mirar el muro o mirar la grieta. Y mejor mirar la grieta. Porque por ahí —nos enseñaron Lihn y Parra— a veces entra la verdad.

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