Un viaje con resultados ambiguos
Es el hombre más poderoso del mundo. Pero Donald Trump ha descubierto que, a pesar de haber sido elegido democráticamente Presidente de Estados Unidos, no puede conseguir siempre todo lo que quiere o ha prometido. No logró la paz en Ucrania a pesar de que en su campaña aseguró que pondría fin al conflicto “en 24 horas”. Tampoco ha tenido éxito en su manejo del conflicto en Gaza.
Su triunfo en las elecciones del año pasado alentó de manera desmedida la cruenta arremetida israelí. La semana pasada, mientras Trump estrechaba lazos con los gobernantes árabes -que no son precisamente un modelo democrático- el régimen de Benjamín Netanyahu continuó bombardeando implacablemente a los gazatíes, incluso sus hospitales y escuelas con un saldo de centenares de víctimas civiles aparte de la hambruna creciente: ya han muerto más de 53 mil personas en un año y siete meses.
Lo que Trump puede considerar un éxito de este viaje por Catar, Arabia Saudita y los emiratos son las astronómicas cifras de negocios que ha ido concretando.
Es lo que saber hacer bien, aunque no pueda controlarlo todo. Los líderes musulmanes aplaudieron que se reuniera con Ahmed al Sharaa, el presidente interino de Siria, pese a su pasado como militante de Al Qaeda por lo que EE.UU. había ofrecido 10 millones de dólares por su cabeza. Trump levantó ahora las sanciones contra su país, devastado por la guerra civil.
Cuando todavía no terminaba la gira, se supo de una gigantesca compra por el régimen catarí: 210 aviones Boeing por 96 mil millones de dólares conforme el anuncio de la Casa Blanca.
Para Trump, este viaje fue un éxito y, según se ufanó, marcó un cambio profundo en la política norteamericana frente a la región. Conforme a The New York Times, “cuando declaró desde el escenario de un opulento salón de baile de Arabia Saudita que Estados Unidos había dejado de construir naciones y de intervenir, que la superpotencia mundial ya no iba a “darles lecciones sobre cómo vivir”, el público estalló en aplausos. “Al final, dictaminó, los llamados constructores de naciones destrozaron muchas más naciones de las que construyeron
los intervencionistas se entrometían en sociedades complejas que ni siquiera comprendían”.
La pregunta, no solo para sus críticos sino también para no pocos partidarios, es si el propio Trump es capaz de comprender la complejidad de esas sociedades.
Desde Concepción, la doctora Jeanne W. Simon, profesora de Ciencia Política de la Universidad local señaló alguna de estas preocupaciones en entrevista con CNN. No hizo la comparación con Luis XIV, el Rey Sol, pero parafraseó su famosa expresión: “El Estado soy yo”. En otras palabras, según ella y otros comentaristas, el régimen democrático de Estado Unidos puede estar entrando en una peligrosa crisis. El orden internacional que surgió tras la Segunda Guerra Mundial y que EE. UU. contribuyó a levantar, está en riesgo.
En un análisis de los primeros cien días de Trump en la Casa Blanca, la BBC hizo un diagnóstico sombrío:
“El sistema legal, los medios de comunicación y las universidades son los pilares de las libertades democráticas estadounidenses. El socavamiento de estas instituciones por parte de la administración Trump es un intento descarado de imponer un gobierno autoritario saltándose cualquier contrapeso al Poder Ejecutivo”.