Necrológicas

Entre ruinas, una beca, una maestra y una revolución gastada…

Domingo 1 de Junio del 2025

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Por Cristián Morales Contreras,
Librería Leo el Sur 

 

En mayo de 2017, dieciséis periodistas iberoamericanos nos reunimos en Managua, Nicaragua, gracias a una beca de la Fundación Gabriel García Márquez, para participar en un taller intensivo de crónica.

La ciudad, aún desfigurada por el terremoto de 1972, se desparrama entre calles sin centro, monumentos extraviados, una antigua catedral con la cúpula remendada en zinc y grietas como heridas abiertas. Al final del malecón, donde el concreto abrasa y el lago exhala un calor espeso, se alza —contra todo pronóstico— una estatua gigante del expresidente chileno Salvador Allende. A su alrededor, el olor a fritanga salta por los adoquines, y la nostalgia se mezcla con el desencanto sin rumbo, como si la historia hubiese decidido dejar una Managua inconclusa.

En ese tiempo, ocho años atrás, muchos exguerrilleros y buena parte de la población estaban hastiados del poder. Lo que alguna vez fue revolución, se convirtió en una maquinaria de control. Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo —transformada en vicepresidenta, matrona estética del país y voz omnipresente, a quien llaman “la bruja”— gobernaba (aún ocurre) con la opacidad y verticalidad de los regímenes que alguna vez combatieron.

Aun así, entre el polvo y el poder, había espacio para la palabra. El taller coincidió con el festival literario Centroamérica Cuenta, y tuvimos la fortuna de compartir momentos con figuras como Gioconda Belli, Sergio Ramírez (ambos hoy exiliados en España) y un muy viejo, pero lúcido, Ernesto Cardenal —tres años antes de su muerte.

En ese paisaje denso y contradictorio, surgía con fuerza la figura de Leila Guerriero. Delgada, de movimientos precisos y voz pausada, sus ojos —grandes e inquisitivos— no solo miraban: diseccionaban. Abrían vidas. Iban al fondo. Cada corrección que hacía era una incisión quirúrgica. Su rigor desestabilizaba certezas y empujaba a la duda más honesta. Una colega, tras recibir su devolución, confesó querer abandonar el periodismo. Pero también estaba la otra cara: el aprendizaje intenso, la precisión como arte, la pasión por la palabra justa.

La argentina Guerriero —ya un mito en el periodismo narrativo latinoamericano— tiene raíces italianas, sirias y alemanas. Creció al abrigo de las historias que contaban sus abuelos y de las lecturas en voz alta que su padre hacía de Horacio Quiroga y Edgar Allan Poe. Su ingreso al periodismo fue tan azaroso como definitivo: envió un cuento a Página/30 y, pocos días después, recibió una llamada de Jorge Lanata que le cambió la vida. Desde entonces, publica en medios como La Nación, Rolling Stone, El País, Gatopardo, El Malpensante, entre muchos otros. Su trabajo, galardonado con los premios más importantes, hace que el leer sea una experiencia adictiva.

En el libro Opus, Guerriero desplegó todo su talento para narrar la vida del pianista Bruno Gelber. Durante un año lo visitó en su departamento del barrio Once, en Buenos Aires, y lo acompañó en una inmersión íntima que comenzó como entrevista y terminó como retrato existencial. Gelber —quien venció la polio en su infancia, estudió con la lira encajada en su cama y conquistó las salas más exigentes de Europa— fue retratado con una sensibilidad que traspasa la música. Porque Guerriero no solo escribe biografías: crea atmósferas. Desnuda almas.

“Opus Gelber, retrato de un pianista” de la Editorial Diego Portales, está disponible en Librería Leo el Sur. A través de sus páginas entras a una sinfonía escrita con bisturí y belleza. La obra, también, es una forma de acercarse a la mirada de Leila: esos ojos grandes y profundos que no se conforman con ver. Atraviesan.

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