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Inteligencia artificial: oportunidades y preguntas

Por Marcos Buvinic Domingo 22 de Junio del 2025

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Entusiasmo y temor son reacciones que genera la inteligencia artificial (IA), que desde ya está presente en muchos ámbitos de la vida, pero últimamente ha crecido la conciencia de su poderosa influencia en nuestro existir.

He escuchado a personas que hablan apasionadamente de su relación con el ChatGPT o aplicaciones similares, y su ayuda para tratar ciertos temas, resolver problemas o elaborar textos. También he sabido de algunas personas que se relacionan con esas aplicaciones como con un “amigo imaginario”. También he conocido la perplejidad de mucha gente que queda al margen de esta tecnología y ante un lenguaje incomprensible de algoritmos, data y big data, fake news y deep news, inteligencia generativa, etc. También he encontrado a personas que han sufrido estafas del cibercrimen (ojo: hay datos que sitúan al cibercrimen como la tercera economía a nivel mundial).

Los que estudian estos temas y su impacto en la sociedad coinciden en que la IA es un ecosistema que moldea nuestro lugar en el mundo, nuestras ideas, nuestra percepción de sí mismo y de los demás, el modo de situarnos en la realidad, de comunicarnos, de aprender, de informarnos y de relacionarnos unos con otros; en definitiva, moldea nuestra vida. Por eso, no se trata, simplemente, de usar bien la IA, sino de cómo aprender a vivir bien en tiempos de IA. 

Como todo cambio, la IA y su imparable digitalización es una oportunidad para algo nuevo y mejor, pero también abre preguntas y riesgos: ¿la IA estará al servicio del bien común?, ¿la digitalización de la sociedad nos hará más humanos?, ¿los sistemas de IA se relacionarán entre ellos y con nosotros de manera emocional como lo hacemos los humanos?, ¿mantendrá su valor la cultura y el arte creado por humanos?, ¿qué sistemas valóricos orientan las inversiones de las grandes corporaciones en el desarrollo de la IA? Y muchas otras preguntas, sobre todo en orden a la dignidad humana y la medida de su respeto, que siempre será la atención a los últimos y la inclusión de los que quedan fuera. 

Asimismo, aparecen riesgos: aumento de desigualdades, concentración de la oferta de IA en pocas empresas, sustitución del trabajo humano, incapacidad para el discernimiento en el uso de datos, manipulación y distorsión de la información, etc. Algunos han advertido el riesgo de una “algocracia”, es decir, que las medidas de gobierno recaigan en los algoritmos, pues cada vez hay más decisiones que no dependerán de la intervención de una persona: selección de personal, otorgamiento de créditos, sentencias judiciales, cuestiones de salud, etc. Pero la vida humana es infinitamente más rica que lo que puedan cuantificar los algoritmos y no puede reducirse a datos que nunca serán capaces de empatía, compasión e inclusión de los que quedan a la orilla del camino.

La historia muestra que toda innovación tecnológica se presenta como una panacea para los problemas del ser humano y, sin duda, solucionan algunos, pero también generan nuevos problemas. La crisis ecológica que vivimos no es otra cosa que la consecuencia del modo en que hemos utilizado las tecnologías disponibles para gestionar nuestra vida en la tierra. Entonces, ante la IA no corresponde ni “tecnofilia” ni “tecnofobia”, sino discernimiento desde una visión integral de la persona humana, la cual ahora incluye, evidentemente, la dimensión digital.

Así como el manejo de la energía atómica en fines pacíficos ha sido una maravillosa conquista del conocimiento humano, su uso en fines bélicos ha sido brutal y mantiene a la humanidad en ascuas ante la posibilidad de que algún loco apriete el botón para lanzar bombas atómicas. Así también la IA, como producto de la inteligencia que Dios dio al ser humano, ofrece oportunidades de desarrollo, muchas de las cuales aún no vislumbramos, pero también tiene riesgos y abre preguntas; por eso -al igual que el uso de la energía atómica- requiere una regulación ética y alguna forma de legislación universal, no sólo para prevenir riesgos, sino, sobre todo, para que sus aplicaciones promuevan el desarrollo humano integral, el bien común y la inclusión de los que quedan fuera. 

Gracias a Dios, son muchos los expertos en estos temas que están trabajando en promover la regulación de la IA en atención a sus implicancias antropológicas y éticas. Así, el año pasado cuando el G7 (el grupo de “los grandes de este mundo”) se reunió en Roma, invitaron al Papa Francisco, quien les habló precisamente acerca de la IA y la dignidad humana, y los llamó a buscar una “algorética”, es decir, un desarrollo ético de los algoritmos, y les dijo: “El modo en que usamos la IA para incluir a los últimos, es decir, a los hermanos y las hermanas más débiles y necesitados, es la medida que revela nuestra humanidad”.

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