Invierno ancestral
Recientemente fui testigo del desarrollo de una “aventura invernal” ejecutada por valientes tanto mujeres como hombres de distintas edades en realizar la exigente prueba atlética y ciclista como lo fue la ya famosa y masiva Biatlón del Solsticio en la comuna de Torres del Paine. Prueba que es muy probable y con varias consultas y conversaciones con los mismos participantes, obviamente ellos interesados en hacer algo distinto, probarse en los límites de la exigencia física y enfrentando condiciones extremas. Muy pocos asociaban sus ejercicios de deportes y de la misma recreación en vincular esta prueba con una serie de símbolos a los que hay que destacar, teniendo en cuenta que se reluce justamente en un proceso natural del planeta antes la presencia del “Sol Quieto” o bien como lo conocemos el Solsticio de Invierno, la “Noche más larga” o el “Día más corto”, en fin.
Otros símbolos para destacar son los asociados a costumbres y hábitos de vida invernales de quienes fueron los forjadores de vida en estos territorios, me estoy refiriendo a nuestros aonikenk o tehuelches, pueblo aborigen de la Patagonia austral y que por estos días invernales y en sus tiempos de tránsito por las pampas asumían también ceremoniales que hacían resaltar estos días del comienzo del invierno tal cual otras culturas de igual orden celebraban. En invierno, los tehuelches realizaban migraciones desde la cordillera hacia la costa, buscando refugio y recursos en las zonas más bajas. Sus campamentos de invierno eran más permanentes que los de verano, que eran más cortos debido a la escasez de alimento y agua. La llegada del caballo, a partir del siglo XVIII, intensificó su nomadismo y amplió su movilidad.
Esta vez y haciendo un parangón, guardando las proporciones desde un ser nativo a uno más moderno y no a “caballo” sino utilizando las más diversas bicicletas, en marcas, tipos y modelos, con características que le permitan soportar caminos y ambientes rigurosos, hacían lo mismo
sus largadas desde las montañas en condiciones adversas de la presencia de nieve, lluvia y viento y agregando por la época las bajas temperaturas. Los tehuelches hacían lo mismo, sus conductas nómadas los obligaba a bajar de las tierras altas para buscar territorios más bajos y cercanos a las costas, sólo para mitigar el mal tiempo y generando espacios más templados. Muchas de estas actividades de esfuerzos físicos mezclando la aventura y las exigencias mayores, no son otra cosa que la búsqueda innata de los atletas en encontrar un acercamiento a sus orígenes sean cuales fueran, salir de un estado de comodidad de lo habitual que representan las actividades humanas urbanas en darse un espacio para el desafío. Sus desempeños están ligados a la aventura y a representar en estos parajes apartados un ejercicio ancestral, de tal manera de poder tener estas experiencias y obviamente sentirse halagados por el cumplimiento de metas inmediatas pero muy sacrificadas. El solsticio de invierno, la celebración de este fenómeno celestial, resalta la profunda conexión de estos pueblos con la naturaleza. Se agradece a la tierra por sus frutos que pasaron y se pide proyectando hacia el futuro, por la fertilidad y el bienestar de la comunidad.
Felicito todo evento que permita acoger estas necesidades y que más allá de las medallas y alicientes propios de una actividad deportiva, en que se miden esfuerzos y capacidades, también se den espacios de conexión no sólo con la naturaleza y sus características propias del invierno, sino también con el mismo patrimonio de sus territorios que los envuelve, sus leyendas, sus historias y relatos, sus hombres y mujeres que forjaron la comarca en sus tiempos álgidos.
En resumen, el solsticio de invierno es una fecha de gran importancia para los pueblos originarios de nuestro país, incluyendo a los tehuelches, quienes celebraban con ceremonias, rituales y comidas comunitarias el inicio de un nuevo ciclo de vida y la renovación de la naturaleza.