La grandeza de los chicos
Cuenta la historia que el Rey Leonidas de Esparta, célebre por su heroica defensa del paso de las Termópilas, se casó con una mujer de muy baja estatura. Esta elección sorprendió a muchos de sus amigos, quienes lo interrogaron.
Estoicamente, el monarca respondió:
– Cómo debía casarme forzosamente, porque así lo estipulan las leyes, elegí el más pequeño de los males del demonio.
No se puede negar que existe una innegable relación entre la autoimagen y las conductas.
Si uno se percibe a sí mismo como sano, atractivo, inteligente, hábil o interesante en algún aspecto, se comporta como un tipo asertivo, desparramando vibraciones positivas, como tratando de fumigar el entorno cargado de asperezas y neuras que nos envuelven.
Conozco a muchos chicos que no se amilanan ni acoquinan ante nada. Son capaces de aceptar y sacar adelante desafíos mayúsculos, acaso porque su contextura exigua les obliga a potenciar ese pivote insustituible para salir adelante llamado Voluntad.
Los chicos en política
Famoso fue en Chile el caso de Marcial Mora Miranda, radical hasta los tuétanos. Sobraban las bromas a costa suya, como aquella que decía que se trataba del único hombre en Chile que cabía de cuerpo entero en la foto carné.
Cierto día, en un banquete en el Palacio de La Moneda, se le ocurrió a don Marcial sacar a bailar a una encopetada dama capitalina. Pretendiendo dejarle mal parado y ante la insistencia del chico Mora, la damisela le lanzó un dardo envenenado:
– No, gracias. No bailo con niños.
Herido en su orgullo (y estatura) Mora respondió con la velocidad de un rayo
– ¡Bah…no sabía que usted estaba embarazada!
De chicos célebres está saturada la Historia Universal.
Una digresión: Luis XIV (1638-1715), el Rey del Sol de Francia, tenía una mirada de fuego, y ademanes majestuosos, parecidos a los de un gran actor en escena. Como medía no más de 1,62 metro, usaba pelucas altas y zapatos de tacón elevado, que pronto se pusieron de moda: los zapatos Luis XIV.
En tiempos más recientes, digamos que el actor Humphrey Bogart, (que mi madre encontraba igual a Tito Mundt) era más bien bajo, y llevaba calzas, de seda, gruesas suelas que le hacían aparecer con mayor altura. De este modo, cuando filmó “Casablanca” con Ingrid Bergman -que con un metro y 78 centímetros era una de las actrices más altas de Hollywood-, Bogart llevaba zapatos de plataforma que aumentaban de manera significativa su estatura.
Por su parte, Alan Ladd (1913-1964), en la película “La Sirena y el delfín”, tuvo que recurrir a un taburete en las escenas de amor con Sofía Loren.
Rebobinando la historia, recordemos que Honoré de Balzac (“La Comedia Humana”) medía sólo un metro y 63 centímetros.
Beethoven, “el gigante” de la música, alcanzaba sólo el metro y 63.
Y quisiera agregar aquí a mi amigo el chico Alarcón, a quién le dije una vez que le quedaba grande hasta el complejo de inferioridad.
Desde ese día me quitó el saludo.
Los chicos son de mecha corta, parece…