Diego Haro, el magallánico que logró zafar de la policía secreta de Irán en pleno bombardeo israelí
El magallánico Diego Haro había encontrado en Irán un país lleno de amabilidad, cultura y hospitalidad. Pero esa imagen, casi mágica, se vio empañada por el inicio de los bombardeos de Israel contra Irán el pasado 13 de junio, lo que luego derivó en una intervención militar por parte de Estados Unidos, ocurrida hace apenas unos días.
Diego lleva más de dos años viajando por el mundo junto a su perro Mirlo.
Todo comenzó en la ciudad de Sanandaj, a 500 kilómetros al oeste de Teherán, la capital de Irán. Una madrugada, habitantes del pueblo lo despertaron con una advertencia urgente: Israel había bombardeado el país. Aún aturdido, Diego desarmó su carpa y partió en bicicleta al pueblo más cercano, donde comenzó a informarse sobre lo que estaba ocurriendo. Decidió entonces esperar unos días para evaluar si la situación se estabilizaba, pero los bombardeos continuaban. Desde su carpa, veía los cielos plagados de drones, destellos y explosiones. Era como presenciar una guerra de estrellas, solo que real.
Pensó en ir a Teherán, pero sus amigos iraníes le aconsejaron lo contrario. Era mejor salir del país. “Al quinto o sexto día del ataque, todos los extranjeros ya éramos sospechosos”, cuenta Diego en conversación con El Magallanes vía Zoom.
Así emprendió rumbo hacia la frontera con Turquía, a más de 500 kilómetros de distancia. Llegó a Urmi, la última ciudad antes del cruce, donde tuvo que permanecer dos días para realizar trámites migratorios necesarios para salir del país con Mirlo. Y fue ahí donde comenzó el episodio más tenso de su travesía.
Una noche salió a comprar comida junto a un amigo local. Mientras esperaban una hamburguesa, notaron una moto sospechosa frente al auto. “Esa es la policía secreta”, le advirtió su amigo. Minutos después, un vehículo sin identificación se estacionó al lado. Seis hombres encapuchados descendieron, portaban fusiles AK-47. Rodearon el auto.
El blanco era él.
Sus tatuajes, su aro, su acento. No parecía iraní. Lo interrogaron en persa, idioma que no comprendía. Lo subieron a otro vehículo, sin explicaciones. Durante horas lo trasladaron por distintos puntos de la ciudad, siempre bajo custodia armada. Le incautaron su celular, su computador y su cámara. Le vendaron los ojos. Ya eran las cinco de la mañana.
“Eres sospechoso”, le dijeron. “Necesitamos revisar todo”.
Le prometieron que al día siguiente tendría una respuesta. Solo entonces lo dejaron ir, aún escoltado, hasta la casa de su amigo. Pero el miedo no terminó ahí. Durante los días siguientes, incluso caminando por la calle, fue interceptado varias veces por la policía, que lo detenía, le pedía explicaciones y hacía llamadas para verificar su historia. “Fueron tres días de mucho miedo, de no saber si podía salir del país”, recuerda.
“Por esas cosas de la vida, mi amigo me dijo que no lleváramos a Mirlo cuando fuimos a comer esa hamburguesa”, cuenta aliviado.
Finalmente, tras una tensa reunión con agentes del servicio de inteligencia, recibió la noticia que tanto esperaba: estaba limpio. Podía irse. “Sin la ayuda de mi amigo iraní, no habría podido salir”, admite. Hoy, ya a salvo en Turquía, planifica su próximo destino junto a su inseparable compañero. Rentará un auto para dirigirse a Chipre, descansar, trabajar y rearmar lo que el conflicto le quitó.
A pesar de todo, Diego no guarda rencor. “Si publicas algo, quiero que quede claro: Irán es un país increíble. Fui tratado con una hospitalidad única. Lo que viví fue difícil, pero no define al pueblo iraní. Solo fue una guerra que manchó lo que estaba siendo una experiencia hermosa”.
Para colmo, Irán había cortado el acceso a internet. Diego no pudo comunicarse con su familia ni con sus amigos por cinco días. Nadie sabía nada de él. “Cuando crucé la frontera y logré comprar un chip en Turquía, lo primero que hice fue llamar a mi mamá”, relata. Ella, desesperada, rompió en llanto al escucharlo. “Mi mamá siempre se preocupa si no contesto en dos días. ¡Imagínate cómo estaba después de cinco, sabiendo que estaba en medio de una guerra!”.
Durante ese tiempo, además, sufrió un robo. El segundo día del conflicto le sustrajeron parte de su equipo. “Pero no me afectó tanto como podría haberlo hecho, porque no quise que eso empañara mi experiencia. Todo en Irán fue maravilloso, hasta que llegó la guerra”, dijo.
Dos años arriba de una bici
Siempre le gustó viajar, pero hubo un momento en que la idea de ir más allá y salir de su zona de confort se volvió imposible de ignorar. Fue entonces cuando apareció Mirlo, un perro que adoptó mientras vivía en Valparaíso. “Comencé a informarme sobre cómo podía viajar con mi perro”, cuenta Diego. Un día, viendo YouTube, encontró un video de un ciclista español que recorría el mundo junto a su perro. “¿Por qué yo no puedo hacer esto?”, se preguntó. De inmediato comenzó a planificar sus viajes. Reunió dinero, preparó su bicicleta y compró todo lo necesario para llevar a Mirlo a cuestas.
Emprendió un viaje de siete meses por Latinoamérica, en el que recorrió más de 6.000 kilómetros. “Al principio fue todo un desafío porque nunca había sido muy bueno para andar en bicicleta”, recuerda. Pero el cuerpo y la musculatura se fueron adaptando. Para él, lo más difícil fue aventurarse en la soledad y tener que buscar cada día dónde pasar la noche. La calidez de la gente y el idioma hicieron que lo montañoso del terreno quedara en segundo plano.
Su periplo comenzó en Uspallata (Argentina); de ahí pedaleó hacia La Rioja, se adentró en la Pampa, luego cruzó a Bolivia y siguió rumbo a Cuzco (Perú). Recorrió la costa peruana hasta Tumbes, ya en la frontera con Ecuador.
En Ecuador recibió una llamada de su amigo chileno Quique, que estaba en España y le propuso sumarse a un proyecto: recorrer Europa del Este haciendo educación ambiental en las calles. Diego puso una sola condición: hacerlo arriba de una bicicleta.
En España trabajaron durante cuatro meses construyendo una casa en el pueblo de Ariza, entre Madrid y Zaragoza. Aprovecharon ese tiempo para preparar el proyecto educativo.
El viaje por Europa del Este
Rumanía fue el punto de partida de un viaje de cuatro meses por Europa del Este. Recorrieron Bosnia, Montenegro, Albania, Macedonia, Bulgaria, Grecia y Turquía. En cada ciudad realizaban actividades con niños en las calles, concientizando sobre el medioambiente. Ponían cartulinas en el suelo y los menores escribían las causas climáticas que detectaban en su entorno.
Al llegar a Turquía, Diego se separó de sus amigos y continuó la ruta en solitario. “Cuando entras a Turquía, el aire ya es diferente. A diferencia de Occidente, acá las mezquitas suenan cinco veces al día”, explica. Aun así, asegura que, como turista, no tuvo problemas con las costumbres del mundo musulmán. “La gente es muy curiosa con los extranjeros, muy amable y servicial”, agrega.