“El trabajo era duro, pero yo lo hacía con gusto. Lluvia, viento o nieve, el correo tenía que llegar igual”
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Durante 45 años, fue parte del corazón de Correos de Chile en la zona. Conoció al dedillo cada calle, cada familia y cada historia detrás de las cartas que entregó con dedicación y cariño.
“Yo soy un enamorado del Correos de Chile”, confiesa de entrada Radomiro Angulo Silva, de 68 años, con una sonrisa que mezcla orgullo y melancolía. Así comienza a contar una historia de cuatro décadas y media de trabajo, de compromiso y de humanidad. Su nombre es sinónimo de constancia: 45 años de servicio en la empresa estatal, todos ellos en Punta Arenas, donde se convirtió en parte del paisaje cotidiano, entregando cartas bajo la lluvia, el viento y la nieve del extremo sur.
Su ingreso formal a Correos fue el 1 de noviembre de 1982, pero ya desde dos años antes trabajaba sin remuneración, ad honorem. “En ese tiempo se hacía mérito para entrar a las empresas públicas. Yo me gané el puesto. Hasta el día de hoy no estoy arrepentido, porque con Correos yo he ganado todo”, reafirma.
Su carrera no fue sólo laboral: fue también una historia de compromiso humano y social. “Siempre traté de hacer las cosas con respeto. Fui delegado sindical, dirigente de la mutual de carteros y estuve presente cuando había que representar a los compañeros. En los años difíciles, cuando no se podía hablar de sindicatos, nosotros dábamos a entender que hacíamos reuniones técnicas o sociales. Así logramos mantenernos unidos y con voz”, evoca.
Eran tiempos complicados, pero también de solidaridad. A lo largo de los años vio pasar generaciones enteras de funcionarios. “Ayudamos a muchos carteros que después fueron jefes o profesionales. Carlos Trujillo, por ejemplo, de cartero llegó a ser jefe regional. También don Luis ‘Mota’ Vidal, profesor de música y director del conjunto Hoshken. Siempre me alegré de verlos crecer, porque eso demuestra que en el Correo había gente buena, con sueños y con valores”, plantea con orgullo.
Radomiro no puede ocultar su decepción por cómo terminó su etapa laboral. Fue uno de los 600 trabajadores desvinculados por Correos a nivel nacional el último día de septiembre. “Me dijeron que no me iba por malo, sino porque estaba en la lista. Fue frío como el hierro”, dice sin resentimiento, pero con un dejo de tristeza y es que esperaba una despedida más cálida después de 45 años de entrega. “Hubo momentos de lágrimas, de emoción, pero bajé tranquilo la escala. Les dije (a sus compañeros) que no me abrazaran, porque ya me iba. Después de 45 años, esperaba algo más, pero así son las cosas”.
Recompensas
Su vida, sin embargo, está llena de recompensas más profundas. Casado hace más de 40 años con Anahí del Carmen Saldivia, tiene cuatro hijos y varios nietos. “Tengo cuatro hijos buenos, todos trabajadores. La única que está lejos es mi hija Bruna Priscila, que es religiosa y vive en Cuba. Ella eligió esa vida, y es feliz allá. Nosotros tratamos de ser felices con ella desde la distancia”, sostiene con ternura.
Recuerda que incluso viajó a visitarla. “Nos costó entender su vida allá, donde no se puede hablar, donde todo es limitado. Pero ella eligió servir, y eso hay que respetarlo. Ella es feliz, y eso es lo que vale”.
Un lindo oficio
De su oficio, guarda los mejores recuerdos. “El trabajo de cartero es muy lindo, muy fuerte y muy llevadero con las personas. En los años 80, las cartas eran el nexo que mantenía unidas a las familias. Entregué muchas cartas que después se transformaron en matrimonios, en reencuentros, en vidas nuevas. A veces uno no se da cuenta, pero detrás de cada sobre hay un pedazo de historia. Eso te llena el corazón”.
Aunque el mundo cambió y el correo postal perdió protagonismo, Radomiro sigue defendiendo su valor. “El problema es que la gente que llega no sabe lo que es una carta. No sabe el sentimiento que tiene el funcionario de Correos de Chile. Se ha perdido el norte. Se cierran sucursales pequeñas, se automatizan procesos, pero no se puede olvidar que Correos llega a todos los rincones del país. Es como el viento de Punta Arenas: invisible, pero presente en todas partes.”
Pero Radomiro no fue sólo cartero. También fue dirigente vecinal en su barrio, la población Presidente Carlos Ibáñez, donde ha vivido toda la vida. “Cuando llegué, no había veredas, ni muros cortafuegos, ni alumbrado. En seis años, con los vecinos, urbanizamos toda la población. Lo hicimos con transparencia, sin intereses personales. Yo siempre he creído que la mejor herencia que se deja es haber hecho algo por los demás”.
Angulo Silva habla con serenidad del presente. “No fui rico en bienes materiales, pero soy rico en lo que me entregaron mis padres. He salido al campo de los jubilados sin ninguna deuda, y eso para mí es el premio mayor”. Se define como un hombre sencillo, pero profundamente agradecido. “Yo soy un enamorado de tratar de ser bueno. Porque muchas veces se dice que uno tiene cariño, pero se da la vuelta y hace lo contrario. Yo no. A mí el Correo me dio todo, y lo único que puedo hacer es agradecer”.
Y con el fin de una etapa de su vida, concluye con una frase que resume su vida entera: “Yo siempre quise ser un cartero de verdad, de esos que conocen a la gente por su nombre y saben cuándo una carta llega justo a tiempo. Porque cuando uno entrega una carta, no entrega papel: entrega esperanza. Y eso, no se olvida nunca”.




