Necrológicas

Volver al ritmo de la tierra

Por Diego Benavente Viernes 10 de Octubre del 2025

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Una de las características más visibles -y más preocupantes- de nuestra sociedad moderna es la velocidad desenfrenada que lo invade prácticamente todo: decisiones, información, consumo, relaciones humanas. Vivimos apurados, como si ir más rápido fuera siempre mejor. En medio de este vértigo, también proliferan los comentaristas del horror y del susto, quienes convierten el miedo en espectáculo y el apocalipsis en producto de mercado. Lo que vende es lo que asusta, lo que impresiona, lo que grita más fuerte.

Y no es menor que esa lógica también esté marcando la producción de liderazgos: se premia al que alarma, no al que propone; al que destruye, no al que construye. Se acerca un nuevo 19 de octubre y ya comienzan a circular los anuncios de “la debacle”, como si todo estuviera condenado a repetirse. Como en el cuento del lobo, algunos se aferran al miedo como herramienta de control, y no como una advertencia que nos mueva a la reflexión.

Muy por el contrario, lo que nuestra época requiere con urgencia no son más comentaristas del desastre, sino buenos y simples líderes. Personas comunes, sabias y serenas, que nos conduzcan con el ejemplo y con la templanza de quien ha aprendido del tiempo y la experiencia. Líderes que comprendan que el cambio profundo no ocurre a gritos ni con slogans, sino con acciones sostenidas y comprometidas, aunque no sean espectaculares ni “vendibles”.

En esa dirección, la primera Bienal de Arquitectura de Copenhague lleva un título que vale la pena destacar: ¡Slow Down!. Detenerse. Desacelerar. Su lema invita a que la arquitectura deje de estar al servicio del mercado y vuelva a estar al servicio de la vida. Que recupere el ritmo de la tierra, del viento, de la luz natural, de los oficios que crecen como raíces. Ese llamado no es sólo para arquitectos; es para todos nosotros, ciudadanos que habitamos territorios, cuerpos, comunidades.

Gabriela Mistral lo dijo con la lucidez de los poetas: “El ritmo lento es del alma; lo urgente es del mundo”. En ese mismo espíritu, la arquitectura -y por qué no, también la política, la educación, la economía- debieran aspirar a recuperar un ritmo más pausado, consciente, hecho no sólo para durar, sino para cuidar. Porque cuidar es resistir, y resistir es también una forma de amar.

El físico y filósofo Carlo Rovelli, uno de los pensadores más influyentes del presente, ha insistido en que nuestra intuición del tiempo no se corresponde con la realidad: la ciencia nos muestra que el tiempo no es uniforme ni lineal, y que lo que hoy necesitamos no es acelerar, sino comprender. Según él, lo que falta no son computadoras más potentes, sino sabiduría humana: una política inteligente que mire a largo plazo, que no esté esclavizada por las próximas elecciones, sino guiada por las futuras generaciones.

Tal vez, entonces, la verdadera revolución no consista en correr más, sino en detenernos a pensar. Volver a lo esencial. Dejar de vivir para producir y consumir, y empezar a vivir para convivir. Con otros, con la naturaleza, con nosotros mismos. Ese es el desafío de nuestra época. Y tal vez también su esperanza.

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