“Cuando lo vi caminar, lloré”
“Cambiamos toda nuestra vida por la salud de mi hijo”, confiesa Florinda Peña Solís con la mirada firme. Lo repite como quien resume un año de decisiones dolorosas, miedos, fe y esperanza. Viajó miles kilómetros desde Valdivia hasta Punta Arenas con su hijo, Juan Ricardo Aguila Peña, de 30 años, luego de un accidente que cambió el rumbo de su familia para siempre.
“Mi hijo salió en la mañana caminando, yo le di la bendición, y al mediodía me llaman para decirme que había tenido un accidente grave y que podía morir”, recuerda la mamá, en uno de los pasillos del Centro de Rehabilitación en Punta Arenas.
Su hijo Juan había sufrido un accidente laboral que lo dejó con daño neurológico severo tras caer desde un andamio de entre ocho y diez metros mientras trabajaba junto a su padre en la reparación de una antigua casona en Valdivia. La caída lo mantuvo hospitalizado durante tres meses, dos de ellos en la Unidad de Cuidados Intensivos, y al salir del hospital su estado era crítico: no caminaba, no sujetaba el cuello, no tenía control de esfínter y dependía de otro para todo.
Durante los meses que estuvo hospitalizado, Florinda conoció a una fisiatra que le habló del Centro de Rehabilitación del Club de Leones Cruz del Sur, pero era en el sur, en Punta Arenas. “Ella me orientó sobre este lugar, me dijo que era gratuito y que aquí atendían casos complejos. Tomé la decisión de un día para otro. Dejé mi trabajo, mi casa, a mis papás, todo, y nos vinimos el 11 de septiembre del año pasado. Llegamos sin conocer a nadie”, cuenta, explicando que su hijo no fue admitido en otros centros. “En Santiago vimos Centros de Rehabilitación que costaban 4 millones de pesos mensuales. Imposible. Y aquí es accesible, prácticamente gratuito”, puntualiza Florinda.
Para esta familia, el Centro de Rehabilitación se ha convertido en el lugar donde volvió a tener esperanza. “El Centro es demasiado importante porque es el encargado de mi rehabilitación, de mi recuperación. Tengo una buena experiencia, pero como siempre digo, para llegar a la meta falta. El proceso todavía continúa”, afirma Juan, quien tras meses de terapias nos puede hablar y camina.
Su madre lo observa con emoción. “Cuando lo vi caminar por primera vez, lloré todo el rato. Significaba que mi hijo avanzaba, que todo lo que hicimos valía la pena”, recuerda. Juan comenzó a recuperar la movilidad, la fuerza y la conciencia de su entorno.
La decisión
los reunió como familia
La decisión de venir a Punta Arenas también los reunió como familia. “Yo estaba separada hace 14 años y con el accidente nos volvimos a unir. Mi esposo dejó su trabajo para acompañarnos. Fue muy difícil, pero lo hicimos por nuestro hijo”, cuenta Florinda.
El vínculo con el Centro va más allá de lo médico. “El Centro me devolvió la esperanza. Pensé que mi hijo no iba a tener recuperación, pero aquí encontré profesionales de primer nivel, gente cálida, con un corazón enorme. Me siento acompañada. Me acogieron como una familia”, dice con gratitud.
Hoy, mientras se prepara para el cierre de las Jornadas por la Rehabilitación que se realizarán este sábado, Florinda hace un llamado sentido a la comunidad. “Le pido a la gente que coopere, que ponga la mano en el bolsillo. Nadie está libre. Hoy estamos bien, mañana no lo sabemos. A mí me pasó. Mi hijo salió en la mañana caminando y a mediodía estaba grave. Este Centro necesita recursos para seguir funcionando y ayudar a más personas como mi hijo”, afirma con firmeza.
En su voz hay emoción y convicción. “Una luca con otra luca se va juntando y ayuda a mantener este lugar maravilloso. Aquí se devuelve la vida, se devuelve la esperanza. Yo lo he vivido”, puntualiza la mamá.
A más de un año de haber llegado a Punta Arenas, la madre mira hacia atrás y siente que el sacrificio tuvo sentido. “Pensé que iba a estar un año y que volveríamos a Valdivia, pero sigo aquí. Mi hijo camina, habla, sonríe. Y yo aprendí a valorar cada pequeño avance. Lo que parecía el final fue, en realidad, un nuevo comienzo”.
Lo que empezó como un final incierto tras un accidente devastador se ha convertido en un nuevo comienzo, una historia de resiliencia y esperanza que este sábado invita a toda la comunidad a sumarse a la solidaridad, a la cooperación y al cuidado de la rehabilitación en Magallanes. Cada esfuerzo, cada pequeño gesto y cada aporte serán parte de mantener vivo un centro que no solo devuelve la movilidad, sino también la dignidad, la confianza y la esperanza de tantas familias que dependen de él.




