“Magallanes es una tierra ingrata con su gente”
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– Desde su casa en Santiago, conversa sobre su legado cultural y su vida marcada por la poesía, mientras lucha contra el embargo de su propiedad.
Tomás Ferrada Poblete
Corresponsal en Santiago
Caminar por el barrio París-Londres es un paréntesis dentro del caos santiaguino. Las calles son limpias, los autos escasos y los turistas se detienen a retratar el estilo arquitectónico europeo. Entre sus sinuosas calles de adoquines se mezclan cafés, restaurantes, sedes de partidos políticos y viejas casonas. En una de ellas -una vivienda de tres pisos con escaleras empinadas, muros cubiertos de cuadros y estantes repletos de libros- vive Marina Latorre, escritora magallánica que en agosto pasado cumplió cien años.
Al subir por las mismas escaleras por donde alguna vez pasaron poetas, músicos y pintores -como Jorge Teillier, Víctor Jara y Roberto Matta- cobra sentido que Pablo Neruda la bautizara como “La Torre de la Poesía”. En el segundo piso, Marina Latorre recibe a El Magallanes. Camina despacio, apoyada en una mesita con ruedas que usa como bastón, pero sin perder el volumen ni la claridad de su voz. Cuesta creer que tiene un siglo de vida. “Me preguntan cómo he vivido tanto tiempo. Por la poesía. Es la mejor terapia”, comenta.
Mirando a su alrededor, Latorre dice que su casa está llena del espíritu de la poesía. Para ella, este no es solamente su hogar: es también un archivo de la historia cultural chilena. Aquí funcionó la Galería Bolt, donde se exhibieron obras de artistas nacionales; también la Discoteca del Cantar Popular (Dicap), que grabó a Quilapayún, Inti-Illimani y Víctor Jara; y la redacción de la revista Portal, proyecto literario que fundó junto a su esposo, Eduardo Bolt.
Infancia austral
y vocación literaria
Marina Latorre nació y creció en Punta Arenas, en una época sin televisión ni grandes medios. “Vivíamos muy puertas adentro. Tal vez por eso soy escritora, porque leíamos mucho”, dice. Su niñez transcurrió entre días completos de noche y otros de luz constante, una rareza magallánica que, dice, “no es habitual en la mayoría de los niños”.
Pasaba el tiempo leyendo y escribiendo, mientras afuera el frío limitaba cualquier vida social. “Mi infancia fue muy especial. Muy de encierro, pero no desdichada”, afirma. “Desde los cuatro años quise ser periodista y escritora. Lo único que he hecho en mi vida es escribir, leer y vivir un mundo de cultura”, señala.
A los 18 años, dejó Magallanes para estudiar en Santiago. Cuando habla de su tierra natal, su tono mezcla afecto y distancia: “Yo creo que uno nace queriendo su tierra”, dice, aunque admite que no siempre se sintió reconocida en ella.
“Magallanes es una tierra ingrata con su gente”, señala. También recuerda a Gabriela Mistral, quien -según ella- vivió una vida desdichada como directora del Liceo de Niñas en Punta Arenas. Tal vez, reflexiona, “el frío, la nieve o la escarcha vuelven a la gente un poco indiferente”.
Aun así, rescata el valor poético del extremo sur: “Quizás por eso es una tierra de poetas”, afirma, citando a Pablo Neruda, quien alguna vez dijo: “De esta tierra magallánica saldrá la gran poesía de Chile”.
Portal, Neruda y
la Torre de la Poesía
La revista Portal fue una de las grandes pasiones de Marina Latorre. La fundó en 1965 junto a su esposo, Eduardo Bolt, como un espacio de encuentro para escritores y poetas. “Vivimos tan felices con esa revista. Era una joya”, recuerda.
El proyecto nació con un propósito muy concreto: conocer a Pablo Neruda.
“Yo quería conocerlo. Mi marido me dijo: ‘Creemos una revista cultural y se la enviamos’”, relata. Semanas después, recibió una llamada que marcaría su vida:
“¿Podría hablar con Marina? Está hablando Pablo Neruda, el poeta”.
Neruda no sólo respondió, sino que los invitó a almorzar a Isla Negra y decidió colaborar con Portal. “Nos regaló un poema inédito, Corona del archipiélago para Rubén Azócar. En ese tiempo, no colaboraba con nadie más”, recuerda Latorre. En los números siguientes, el poeta siguió enviando textos.
En sus páginas también aparecieron entrevistas y colaboraciones de Nicanor Parra, Jorge Teillier y otros autores de la época. Parra, dice Latorre, “agitaba la revista como una bandera, le encantó la entrevista que le hice”.
Con los años, la casa del barrio París-Londres se convirtió en el epicentro de esa actividad cultural. “Neruda le puso ‘La Torre de la Poesía’ porque siempre hacíamos actividades con poetas, teníamos la imprenta”, dice.
El incendio de la
Federación Obrera:
censura y memoria
En 1973, Marina Latorre ganó el Primer Premio de Ensayo del concurso Quimantú con un texto titulado El incendio de la Federación Obrera de Magallanes. En él reconstruyó uno de los episodios más violentos de la historia social del sur: el ataque al local de la Federación Obrera, ocurrido el 27 de julio de 1920 en Punta Arenas, cuando grupos de civiles y fuerzas militares quemaron el edificio sindical y asesinaron a decenas de trabajadores.
“Eso fue una masacre terrible. Ahí estaba mi padre. Él resultó herido”, recuerda Latorre. Aquella tragedia fue una motivación literaria: “Todo eso son motivos muy fuertes para escribir, para saber”.
El ensayo fue premiado dos días antes del golpe de Estado y su publicación quedó interrumpida. Ante el riesgo de que el texto desapareciera, Latorre pidió ayuda a Roque Esteban Scarpa, coterráneo y entonces director de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (Dibam).
“Hubo un héroe un poco desconocido y yo quiero hacerle justicia. Don Roque Esteban Scarpa me dijo: ‘Mira, yo voy a ir mañana al edificio Diego Portales, donde están los textos, los voy a sacar y los voy a enviar a mi casa en Punta Arenas’. Y los envió. No sé cómo lo logró. Don Roque fue un héroe”, cuenta.
El rescate permitió que los manuscritos sobrevivieran, aunque el libro no se publicó en su momento y permaneció inédito durante décadas, hasta 2012.
Segunda vida
“Quedamos prácticamente aislados, con todas las desventajas que eso implica”, recuerda Marina Latorre sobre el periodo de dictadura. Con el tiempo, las cosas empezaron a cambiar: “De ahí empezó mi vida, esta segunda vida. Feliz, contenta, de poder hacer lo que siempre me ha gustado”, subraya.
A causa de su centenario, recibió múltiples reconocimientos. La Universidad Católica Silva Henríquez creó un concurso de poesía con su nombre, y fue destacada entre los cien líderes culturales de Chile.
Habla con convicción sobre la poesía actual y el lugar que ocupa en el país:
“Los poetas no tienen mucha llegada. Hay que dar una sacudida muy grande al país, a las autoridades. Con dos premios Nobel, los poetas andan ignorados, escondidos, como si fuera un pecado ser poeta, o como una ociosidad”.
En la misma casa del barrio París-Londres -la que Neruda bautizó hace más de medio siglo-, hoy impulsa la Fundación Marina Latorre Uribe, creada con el propósito de preservar su legado y proyectarlo hacia otros. La casona, añade, será la sede de esa institución:
“Esta casa la quiero como sede de esta fundación y para siempre, para Chile. Ese es mi legado. Esta casa la quiero para Chile, no para mí. Yo voy a desaparecer (…) Esta casa continuará por siempre siendo La Torre de la Poesía”.
La poeta frente al impuesto territorial
A los cien años, Marina Latorre enfrenta una batalla distinta: el riesgo de perder su casa por una deuda de contribuciones. Su vivienda patrimonial en el barrio París-Londres tiene un avalúo fiscal de $297 millones, sobre el límite que permite la exención total establecida por la Ley 20.732.
En 2024 llevó el caso hasta el Tribunal Constitucional, argumentando que su propiedad no es un bien de lujo, sino un espacio cultural con valor histórico. El tribunal rechazó su solicitud, confirmando que debía seguir pagando las cuotas, a pesar de que sus únicos ingresos provienen de la PGU.
“Es como demoler esta casa. Es como matar a Chile”, dice Latorre sobre el riesgo del embargo. El tema incluso fue planteado en persona al Presidente Gabriel Boric y a la ministra de las Culturas, Carolina Arredondo.
“Se la planteé, pero el Presidente se fue a Italia y eso quedó pendiente. Se lo recordaré por teléfono, por mensaje, por todo. Él prometió esta reunión para ver esta posibilidad de evitar este atentado”, afirmó.
Mientras espera una resolución, sus abogados y un grupo de poetas la asesoran para impedir que La Torre de la Poesía sea embargada. “Hay una locura colectiva. ¿Cómo las autoridades matan una casa patrimonial?”, reclama.




