Visibilidad en el fin del mundo: una reflexión desde la ingeniería

Al observar recientemente la elegante silueta gris del Magellan Discoverer, construido por Asenav en Valdivia para operar en el continente antártico, me surgió una inquietud que probablemente obedece más a una deformación profesional de ingeniero que a conocimientos formales de arquitectura naval.

El diseño de esta nueva embarcación -orgullo de la ingeniería chilena- responde sin duda a los más altos estándares de sustentabilidad y eficiencia energética, y representa un hito para nuestra industria marítima. Sin embargo, me llamó profundamente la atención su tono predominantemente gris, el mismo color que caracteriza al paisaje antártico en la mayor parte del año: cielos cubiertos, mares plomizos y extensiones heladas que reflejan muy poca luz solar.

Desde un punto de vista de seguridad visual, me pregunto si esta homogeneidad cromática podría en ciertos momentos dificultar su localización a simple vista, especialmente para otras naves o tripulaciones con equipos electrónicos limitados, o incluso para aeronaves en condiciones de baja visibilidad. En zonas donde la naturaleza impone su propio gris, distinguir un buque del entorno puede volverse un desafío.

Quizás la solución esté en algo tan sencillo como incorporar contrastes de color o señalizaciones reflectantes, como ya hacen algunos rompehielos o cruceros polares que combinan grises con franjas anaranjadas o blancas de alta visibilidad. Son decisiones que, más allá de lo estético, pueden salvar vidas y prevenir accidentes.

Mi reflexión no pretende cuestionar el notable trabajo de Asenav ni de Antarctic21 -empresas que han puesto a Chile en el mapa mundial de la construcción naval polar- , sino más bien invitar a considerar la visibilidad como parte integral de la sustentabilidad y la seguridad. En un entorno tan extremo como el austral, ser visto también es una forma de cuidar.