Todos los días podemos volver a nacer
El nacimiento de Jesús es una fecha no precisada por los historiadores e investigadores religiosos. La fecha de establecer el 25 de diciembre se remonta al siglo IV (obviamente después de Cristo). Se teoriza por los sabios e investigadores contradictores, que Jesús podría haber nacido entre septiembre u octubre. Pero nada de ello es lo importante, pues cuando esta fecha “detiene” a gran parte del mundo, por más de 1500 años, la fecha se transforma también en un fin en sí mismo, en un símbolo, en un rito, es una oportunidad.
Para mí, lo importante más allá de la fecha, es el profundo significado que tiene (y pudiera y debiera tener para los seres humanos), como que el nacimiento del Hijo de Dios, de Cristo Jesús, pudiera ser la oportunidad para plantear (nos) un nuevo nacimiento en cada uno de nuestros corazones, de nuestras relaciones, de nuestra forma de comportarnos con nuestros semejantes y comportarnos también con la naturaleza y con nuestro pequeño y gran universo.
No hay fecha como esta, de claro sentido espiritual, de significar y connotar esperanza, buen deseo, fraternidad. Cuando el presente momento del mundo, parece no tener mucha esperanza, cuando la ambición por la posesión y la riqueza efímera, que en la gran mayoría de las veces significa pisotear, explotar o no pensar en el otro, sino que en nuestro desmedido interés por poseer, más que en compartir, sacar más que cosechar, especular más que sembrar, siempre aparece la Navidad, para que al menos por unos segundos o unas horas, los deseos que expresamos a otros sean genuinos y nazcan desde lo más profundo de nuestro corazón.
Pero la vida, se desarrolla no sólo en un día, sino que en 365 días que corresponden a una vuelta completa al Sol por parte de nuestro pequeño y convulsionado planeta Tierra.
¿Cómo podemos hacer cada día un mundo mejor?, es una actitud que debe nacer desde nosotros mismos, si nos permitimos compartir, perdonar, mejorar, empatizar, construir, sembrar, cuidar y en general partir desde nuestras más cotidianas y repetidas rutinas. Nuestras familias y afectos, nuestras relaciones profundas y más lejanas pueden (y debieran) siempre buscar estar mejor. Pero nos relacionamos con varios y varias otros y otras. En nuestros trabajos, en nuestras rutinas y vida ciudadana. En nuestros hábitos podemos siempre volver a nacer.
La esperanza del nacimiento, puede y debe ocurrir todos los días, no sólo el 25 de diciembre. La palabra de aliento y el apoyo al otro, puede estar todos los días atenta a actuar. El perdón y la esperanza no sólo tienen o tendría que ser un mensaje y deseo una vez al año. Tratar bien a los demás y agradecer la diferencia que enriquece nuestro entorno y nuestro mundo es algo de lo cual hay que agradecer y no de lo cual debiésemos despotricar.
El nacimiento de Jesús en un sencillo pesebre, es otro signo que nos debiese hacer actuar en la sencillez, en lo verdadero, no en lo superficial, en el consumo desmedido, que solo depreda y afecta al planeta (por lo tanto a todos).
El desmedido tener por tener, consumir, comprar, adquirir no es muy ad-hoc con la sencillez del profundo significado del pesebre. Cristo puede y está en cada lado, en cada segundo, en cada otro, en cada rincón de nuestro agotado y golpeado planeta.
Todos los días podemos volver a nacer, tal cual nos aparece el Sol en nuestros rostros. Todos los días podemos ser un poco mejores para los que nos rodean y para nuestra “casa grande”. Al final es la mejor siembra que podemos dejar. Feliz Navidad, que signifique un nacimiento o renacimiento en nuestros corazones y en nuestro actuar.