Dios y las matemáticas, una noticia sorprendente
Encontré un titular en un medio informativo que atrajo mi atención: “Dios existe y la ciencia lo demuestra, dicen dos matemáticos franceses, desafiando a científicos ateos”. Sorprendente, ¿verdad? En nuestro mundo, que parece tan secularizado, permanece vigente la pregunta por Dios; también sorprende que emerja desde la ciencia, que para muchos no es terreno propicio para que aflore esa pregunta.
Se trata del libro “Dios. La ciencia. Las pruebas. El albor de una revolución”, cuyos autores son Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies, dos ingenieros cargados de títulos y grados académicos. Fue publicado hace dos años y es un éxito de ventas. Los autores plantean que el estado actual de la física (relatividad, mecánica cuántica, big bang, “ajuste fino” y expansión del universo) “demuestra” la necesidad del Dios creador. Salen al encuentro del mito moderno de que la ciencia “demuestra” que no hay un Dios creador y postulan el polo contrario.
Quisiera referirme a la relación entre el conocimiento científico y el conocimiento propio de la fe. Traté el tema en una columna hace casi seis años, con ocasión del Congreso Futuro, cuando nos visitó el biólogo británico Richard Dawkins, quien, afirmando que la evidencia es la única fuente de conocimiento, se salió de su propio ámbito, señalando que, como la fe religiosa es creer algo de lo que no hay evidencia, no tiene sentido y es “un montón de tonterías cósmicas”.
Esas son las mismas posturas del antiguo empirismo y de la filosofía del positivismo de hace dos siglos, que niegan a Dios porque la “hipótesis Dios” no es verificable por la ciencia. De ahí que algunos destacados científicos —en sus ámbitos de conocimiento— pretendan negar la validez de la experiencia de fe y su conocimiento. Hacen lo mismo, pero a la inversa, que con Galileo Galilei (siglo XVII), cuando por razones religiosas se pretendió negar el conocimiento científico. Así, viven la absurda pretensión de reducir a Dios a un objeto de este mundo, verificable como cualquier otro. Digo “absurda pretensión” porque el concepto de Dios indica, precisamente, que no es un objeto del mundo: “Dios es Espíritu”, dirá la fe religiosa.
En la reflexión filosófica y teológica, y entre muchos destacados científicos, hay clara conciencia de que la relación entre ciencia y fe no es posible aplicando las premisas y métodos de una a la otra, pues, siendo modos diversos del conocimiento humano, son distintas sus preguntas, métodos y objetos. No son dos verdades sobre la misma realidad, sino que se reconocen dos dimensiones en la realidad: el ámbito empírico y verificable, y el ámbito trascendente, al que accede la fe religiosa.
Entonces, la pregunta de la ciencia será cómo explicar la realidad de las cosas, cómo funciona el universo, cómo ocurre la evolución de las especies, etc. Pero la ciencia no puede explicar qué sentido tiene el universo o qué sentido tiene la vida del ser humano. Estas preguntas y sus respuestas —los valores y la ética que implican— pertenecen al conocimiento filosófico y al conocimiento de la fe religiosa.
Albert Einstein no era —en sentido clásico— una persona religiosa, pero comprendía la religión como el sentimiento de admiración ante el orden del universo y, reconociendo allí a un Creador, decía: “La ciencia sin religión es coja, la religión sin ciencia es ciega”. Porque la ciencia explica cómo funciona el mundo, pero la religión ofrece el sentido que tiene y cómo vivir y trabajar humanamente en él. Por su parte, la religión no conoce ni resuelve las preguntas sobre el funcionamiento del universo por medio de la fe, sino por el conocimiento que ofrece la ciencia.
La ciencia propone y verifica hipótesis, y para eso no necesita la fe en Dios. Pero la vida es mucho más que ciencia. No se necesita creer en Dios para hacer ciencia, pero eso no significa que Dios no esté en la mente y el corazón de quienes hacen ciencia. Sí es necesario, en cambio, para vivir la experiencia trascendente y su sentido.
Al no ser parte de la naturaleza, lo “sobrenatural” no es objeto de la ciencia empírica, la cual no puede “demostrar” ni “eliminar” a Dios. Y la fe no es fruto de un silogismo o de alguna evidencia científica, como tampoco lo es el amor. La “definición” bíblica es que “Dios es Amor”. Solo el amor es digno de fe, porque es confiar en Aquel que te creó por amor, que te conoce con amor, que se da a conocer en el amor de Jesucristo y que invita a vivir en ese amor. La fe de los cristianos es un llamado a cultivar la fe y la razón para acceder al conocimiento de toda la realidad, sin refugiarse en verdades parciales ni reducir cualquier conocimiento a una ideología.




